viernes, 25 de enero de 2019

El cielo de Maya

Lo bueno de pertenecer a una familia que se cuenta cuentos es que acabas sabiendo cosas que no saben los demás. Por ejemplo, que los perros cuando nos dejan, además de ir al cielo, gozan del don de convertirse si quieren en cualquier otro animal. Incluso en un Dinosaurio, que allá arriba aún no se han extinguido. Me lo explicó mi abuelo siendo yo un niño, tras el adiós de Nora; aquella caniche que les diera tantísimo amor, tantísimas sonrisas, tantísima compañía.
Al preguntarle a mi abuelo en qué ser se convertiría su perrita, me dijo que continuaría siendo tal cual, sin acogerse a ese derecho a cambiar. "¿Por qué?", le pregunté yo extrañado. Entonces me respondió: "Porque hemos sido tan felices juntos que, cuando volvamos a vernos, queremos que todo siga siendo igual".
Desde entonces, a lo largo de mi vida he despedido a varios canes queridos. A la chihuahua Mimi, de casa de mi hermana -alguien me dijo en un sueño que eligió ser Ornitorrinco-... al mastín Milo, de mi vecino Rafael -conociéndole, de seguro que escogería ser Camaleón-... Y hace tan solo dos días a la preciosa Maya, una cocker que rebosaba cariño, vitalidad y alegría junto a nuestro amigos Alma e Iñaki.
De seguro que está ya en el cielo, paseando curiosa por sus calles o moviendo contenta su cola. Y es que me da que -al igual que nuestra Nora- ha compartido tanto amor aquí abajo que seguirá siendo ella allá arriba.
Entre tanto, permanecerás siempre en nuestro recuerdo, la única eternidad que constatamos. Y por supuesto, en el corazón de Iñaki, de Alma... y de todos cuantos te quisimos, te queremos y te querremos.

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