viernes, 9 de octubre de 2020

Frankfurt, diez años después

Por estos días, hace ahora diez años, disfruté de una experiencia alucinante como escritor en la Feria del Libro de Frankfurt. Sin duda, la mejor de mi vida en la mejor del mundo. Y es que, invitado por el Centro del Libro de Aragón, durante aquella semana asistí a conferencias de autores que admiraba, conseguí una dedicatoria de Ken Follet, ese libro rubricado de Ildefonso Falcones, sentí la dinámica de un evento tan multitudinario, charlé con esta poeta rusa, con aquel novelista alemán... Y hasta improvisaría cierto cuentacuentos para nuestros compañeros latinoamericanos en cualquier stand que nos acogiera. La propia Dolores Redondo Meira, antes de ser quien luego sería, me deseaba suerte en un correo amistoso.
Mi editor había reseñado cada libro en inglés, francés, ruso y por supuesto español, de manera que con esa carpeta debajo del brazo me lancé a promocionarlos. No tardé en repartir las más de mil tarjetas que poseía y cuantos ejemplares cupieron en la maleta. Y todo sin agente, sin influencias, sin un grupo de esos grandes que te apoya... Pero también, sin miedos.
Quizá por eso, nunca permitieron que entrase al salón principal de la Feria, donde se brinda con champán después de cada contrato... Incluso en aquella agencia de renombre, nos aconsejaron que me marchara, pues sin representante difícilmente recibirían a nadie. Yo en cambio, no me rendí. La próxima vez que venga, descorcharemos esa botella, comenté con mis sueños. ¡Qué ingenuos éramos entonces!
Recuerdo que aquella tarde fallaron el Premio Nobel de Literatura del año 2010: Mario Vargas Llosa. Al anunciarlo por megafonía, nuestra ovación resultó atronadora. En la agencia que le representaba pusieron un cartel a colores: Hoy hemos ganado un Nobel. Y yo, dado que el día anterior ni siquiera me habían atendido, herido de orgullo improvisaría el mío en algún folio blanco: Ayer perdisteis otro.
En cualquiera de los casos, y esta vez con los pies en el suelo, prometo regresar. A fin de cuentas, sobreviviremos al maldito virus y nuestra vida -con sus muchos más y sus pocos menos- volverá a parecerse a la de siempre.

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