Esta mañana he recibido en mi móvil un cargo en cuenta de cierta tienda online que desconocía. Como no había realizado transacción alguna -nosotros somos más de comprar en espacios físicos y a ser posible de nuestra cercanía- he anulado a través del banco dicha operación. Luego, localicé esa empresa en internet para llamar al único teléfono que figuraba, pidiéndoles explicaciones. Reconozco que me han tratado rápida y atentamente, indicando que cuando hace un mes adquirí por ordenador dos billetes de tren para viajar desde León a Zaragoza -resulta paradójico que si los sacas en taquilla te cobren comisión-, establecimos un supuesto contrato en el que yo me comprometía a realizar en su web alguna compra mensual, mientras que ellos me devolvían un porcentaje de la misma en descuentos para mi próximo viaje. Así consta claramente en su letra pequeña. En caso de no hacerla, debería pagar una cuota fija, que es precisamente la que me pasaron hoy.
Juro que no me enteré del acuerdo. De hecho, ni siquiera recuerdo haber tecleado esa opción que aseguran que tecleé. Si no llego a darme cuenta, el vínculo hubiese sido de por vida. ¡Qué fácil parece que te líen!
Afortunadamente, el susodicho contrato está ya cancelado... Quizá por cosas así, cada vez disfruto más comprando en las tiendas de mi barrio. Además de recibir una atención personalizada, premiar al pequeño empresario y crear comunidad, he conseguido librarme de la maldita letra pequeña.
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