Alguien afirmó que para ser un auténtico influencer en redes sociales deberías tener al menos 7.000 seguidores. A partir de ahí, podrías presumir de ser algo conocido, aumentando progresivamente tu cotización para las empresas de publicidad.
Lejos de esa cantidad y de tales pretensiones, yo estoy encantado con las más de 500 visitas que según el contador Google Analytics acumulo cada día en este blog, con algún pico puntual en ciertas reseñas que casi las multiplican por diez.
Contemplando el mapa de los lugares de acceso, destacan -como no podría ser de otra manera- tres ciudades: León -la tesela que habito-, Zaragoza- allá nací- y Madrid -donde estuve trabajando una década y dejé tantos amigos-. Sin embargo, lejos de ese triángulo particular, hay otros puntos que llaman poderosamente mi atención. Así, compruebo que a diario alguien accede a él desde la India -quizá sea en esa Fundación Vicente Ferrer a la que tanto admiro, y en cuya biblioteca duerme alguno de mis libros-, desde Centroamérica -tal vez ante alguna de sus Aldeas Infantiles SOS, a las que donase cuanto pudiera corresponderme como derechos de autor de mi ópera prima-, desde la lejana Australia -si bien, a este usuario le tenemos localizado-... Y últimamente, cada mañana, aparece una mueca desde el enigmático Tayikistán. ¿Quién nos estará leyendo allí?
Sea como fuere, a través de esta entrada quisiera darle las gracias por su confianza, enviarle mil sonrisas de las mías y comprometerme públicamente a regalarle dedicada cualquiera de mis obras. A fin de cuentas, con otros 6.999 como él, alcanzaría a ser un influencer... ¡aunque fuera tan solo en Tayikistán!
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