Hacía tiempo que no daba un paseo de los nuestros junto a mi amigo Nicasio y esta mañana decidimos retomar esa costumbre. Así que alcanzamos la ronda de siempre, recorriendo entre palabras la orilla del Bernesga.
Le conté que en nada sale el que será mi undécimo libro titulado Catorce lunas crecientes, del que por ahora solo puedo anticipar que contiene cuentos, que es de lo mejor que he escrito y que va a encantar -en algún caso también a transformar en positivo- a quien lo lea... Le conté que tengo una agenda llena de solicitudes para hacer mis cuentacuentos, que van desde Mérida en mayo, Burgos en junio o Segovia en julio, hasta Cantabria en septiembre o Huelva en octubre... Y le conté, por supuesto, sobre mis hijos: de lo mucho que Manuel disfruta con Trombón y Balonmano, de lo muchísimo que a Amalia le gusta su Piano y Gimnasia Rítmica... ¡de las ganas que todos tenemos en casa de que termine para ambos su semana de exámenes!
Sin embargo, él apenas me contó. Está triste, apagado. Su demora en sumarse a estos paseos se debe a cierto mal que vino de repente y que, entre otros verbos, le ha robado el sonreír. Con tono serio, se repite esa frase de Woody Allen de que lo mejor que te pueden decir en la vida es "es benigno". Parece comprensible, mas no debe resignarse, confiando plenamente en sí mismo y en el equipo médico que le está llevando.
Entre tanto, seguiré invitándole a estos paseos nuestros, andando a su ritmo, contándole mis minucias, alentándole a que comparta las suyas, acompañándole siempre... Y dedicándole con mis mejores deseos el primer ejemplar de esas Catorce lunas crecientes que -conociéndole, conociéndome- de seguro le van a animar.
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