Aun cuando acostumbro a realizar la compra en tiendas pequeñas, de vez en cuando recurro a algún supermercado para completar nuestra cesta diaria.
La semana pasada, estando precisamente en uno de ellos ubicado en el centro de mi ciudad, coincidí con una pareja de supuestos clientes que tomaron dos carros metálicos de compra, depositando en cada uno otras tantas bolsas grandes de mano. Era la hora de la siesta, no había más personas. Tampoco había guardia de seguridad.
En principio, no me fijé en ellos si bien, al llegar a la altura de los chocolates, llamó mi atención la avidez con la que cogían los bombones. Volvimos a coincidir en los aceites, observando que se hacían con varias garrafas del extra virgen. Ahí sí que me sorprendió que iban cargados hasta los topes.
En un momento dado, el más alto hizo una llamada por teléfono. De inmediato, sacaron sus bolsas de los carritos, dejándolos vacíos y huyendo con ellas a toda prisa del establecimiento sin pasar por caja, al compás de aquella alarma que sonaba.
La dependienta hizo un amago de perseguirlos, aunque cuando salió ya habían dado la vuelta a la esquina y -según le pareció- subido a un coche que les estaba esperando.
La policía no tardó en llegar. De hecho, apenas nos preguntaron al respecto, pues el hurto -que no robo, mientras el montante sea inferior a 400 euros- quedaba claro: hecho sin violencia ni coacción aparente, a cara descubierta, a cuatro manos y grabado por las cámaras de seguridad. Desde luego, a los malhechores eso no les importó. A fin de cuentas, si les acaban atrapando, les citarán al día siguiente para un juicio rápido al que la mayoría ni siquiera acudirá. A lo sumo serían sancionados por una falta leve. La impunidad es casi total. Por ello, según nos comentó un agente, es probable que esa misma tarde delincan de igual modo en otra tienda, para vender esos productos a terceros... E incluso parece posible que, en unos días, ni siquiera estén en la ciudad.
Según datos oficiales, los hurtos en los supermercados aumentaron en un 25% el año pasado, generando pérdidas al sector que superan los 800 millones de euros. Tristemente, más de uno de estos establecimientos se verá por ello abocado al cierre. Y eso, al final, lo acabamos pagando todos. De ello, se lamentaba entre lágrimas aquella dependienta: de que, además del aceite, le estaban robando parte de su futuro.
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