Entre tres y cuatro días por semana, coincidiendo con la hora y media de entrenamiento de Manuel con su ADEMAR Infantil de Balonmano, aprovecho esa espera escribiendo cualquier cuento en el lugar de la conserjería de su pabellón deportivo. No hallo otra manera de llegar a cuanto me propongo.
En ese habitáculo nunca hay nadie. Ni siquiera un conserje. No obstante, tras casi cuatro meses ejerciendo en esos ratos como tal, puedo asegurar que en dicho puesto haría falta uno.
Y es que, entre las muchas personas que entran o salen de la instalación, siempre hay alguna que en mitad de un relato me solicita papel higiénico -ciertamente, de lo más demandado-, se queja de que hace frío en invierno o calor en verano, me pide los horarios de su biblioteca, me pregunta por la entrada al gimnasio o, simplemente, se pone a hablar conmigo por el mero hecho de que le apetece. A fin de cuentas, ¡los bedeles también estamos para eso! Como ejemplo, ayer mismo escuché con atención lo mucho que en diez años había crecido el barrio... Y, realmente, descubrí que ha crecido mucho.
Incluso en cierta ocasión me tomé la licencia de reprender a unos chiquillos que estaban jugando con el extintor, si bien al día siguiente constaté decepcionado que -quizás ellos mismos- lo habían vaciado entre los baños.
Sea como fuere, en este universo con tantos agujeros negros, ocupados a veces por gente que hace entre poco y prácticamente nada, doy fe de que en el polideportivo leonés del Centro Cívico Ventas Oeste existe un puesto en el que haría falta un portero. Así lo siento cada tarde, mientras Manuel lanza balones desde siete metros. Y si alguien no me creyera, solo tiene que ponerse a idear cuentos en ese habitáculo de su conserjería.
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