Aunque siempre digo que lo único que me enfada es enfadarme, comparto que en estos días he vivido tal impresión a raíz de una sesión de cuentacuentos que hice en mi ciudad. Y es que, poco antes del verano, participé junto a otros dos narradores en un evento escolar relacionado con el relato.
Allá les expuse esa vuelta al mundo en casi ochenta cuentos que tanto les gustó. Lo hice de manera gratuita, como casi siempre. Ese es mi estilo y tampoco me importa. El problema ha venido cuando a tal actividad le han asignado una subvención y he acabado enterándome de que se ha repartido entre los otros dos cuentistas.
Movido por un sentido de justicia -que no por otra cosa, ¡de verdad!- me dirigí a su organizador preguntándole al respecto. El hombre nos dio cientos de explicaciones para justificar por qué no me corresponde nada: que si tú nunca cobras... que si tú ya vives de la Medicina... que los otros son profesionales de la escena y tú no... que viera mi participación junto a ellos como una forma de promoción... o que en el fondo me han hecho un favor. En fin... Seguiré siendo fiel a mis principios, tratando de no enfadarme y realizando cuentacuentos como quiera. En mi caso, lo material jamás será un problema. ¡Al menos, eso espero! Pero a veces, solo a veces, me da pena que no se le dé su valor a aquello que hacemos de manera altruista.
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