Ayer, un golpe a nivel lumbar en otro lance de juego, le obligó a pedir el cambio prematuramente, imposibilitándole acabar su partido. Lo cierto es que lleva una fuerte contusión en la espalda, que le impide flexionar e incluso andar con normalidad, obligándole a otro reposo forzoso y dejando en el aire su participación en la próxima jornada.
Por la noche, mientras aplicaba masaje, ánimos y linimento sobre su zona dolorida, le detallaba aquel esguince de muñeca que padecí a su misma edad durante un campeonato escolar de balonmano. Fue una recaída de otra lesión previa a la conclusión del entrenamiento; ¡no sé por qué, pero estas incidencias acostumbran a ocurrir a última hora! Estábamos a las puertas de la semifinal y quedaba claro que no la podría jugar. Confié en mí, y puse todo cuanto estaba en mi mano -nunca mejor dicho- para recuperarme, siguiendo a rajatabla las indicaciones que el médico nos dio... Y confié plenamente en mi equipo, que acabaría pasando ronda hasta llegar a una final, en la que ya pude estar -con muñequera, eso sí- y que, por cierto, contra todo pronóstico acabamos ganando. A Manuel le he contado muchas veces que la primera recuperación y la última asistencia en el gol de esa victoria la acabé dando yo.
Casual o causalmente, aquella temporada condicionada por las bajas resultó una temporada exitosa, tanto a nivel individual como colectivo. De hecho, aprendí que hemos de seguir, confiando en uno mismo y en un equipo que no nos dará la espalda -nunca mejor dicho-, para valorarlo todo a su final. En base a su potencial físico, a sus ilusiones y -como asegura uno de sus técnicos- a esa visión de juego tan determinante, estoy convencido de que -a poco que le respeten las lesiones- Manuel va a realizar un gran cierre de año. Y es que, desde luego, no hay dos vidas iguales... pero me da que a menudo algunas resuenan.
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