No pudo haber mejor marco para ese homenaje a nuestro querido Lolo: el Museo de la Siderurgia y la Minería de Castilla y León, ubicado en el municipio de Sabero... No pudo asistir más público: un recinto prácticamente lleno, en el que había numerosos mineros... Y no pude tener mejores compañeros de oratoria: Marina Díez, editora de nuestro libro Cuentos de Carbón (Mariposa Ediciones)... Laia Redondo, coilustradora e hija de Lolo... y Fulgencio Fernández, en su condición de periodista y especialmente de amigo del artista.
Fue un acto sencillo, emotivo, realmente bonito, en el que todos destacamos las virtudes creativas y humanas de aquel jambo sin boina que vive en una viñeta. Fue un encuentro entre amigos -nos encantó volver a compartir, allá en su pueblo, con Elena y Alberto-, de muchas dedicatorias en cada ejemplar firmado... Y de revelación por parte de un Fulgencio encantador de cientos de detalles relacionados con Lolo. Entre ellos, como me llamaba a mí: el creador invisible porque, tal y como él mismo nos decía, con lo bien que escribes, deberían conocerte mucho más.
Y es que nadie tuvo duda de que, de una u otra manera, nuestro Lolín estaba allí: pintando alguna de sus ideas, entre los muros de aquel museo.
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