Desde mi condición de médico preventivista, en la tarea de control y prevención de la infección nosocomial que tenemos asignada, cada uno de mis días laborales paso por la Unidad de Cuidados Intensivos -UCI- del Hospital de León, sea de manera presencial o a través de los informes telemáticos de sus distintos pacientes ingresados. Contemplar la realidad desde tal atalaya me ha permitido reestructurar seriamente mi escala de valores, poniendo entre lo más importante lo que realmente es lo más importante... Quizá por eso, procuro discutir poco, comparar poco, enfadarme poco. Y de paso, valoro mucho más a esos compañeros sanitarios que realizan su labor en tal servicio, por su entrega encomiable y su profesionalidad. No en vano, como responsable que soy del programa de Higiene de Manos de mi Hospital, me enorgullece que esa UCI tenga un nivel de compromiso excelente en tal objetivo, lo que sin duda repercute en una atención superior.
Reconozco que, a diferencia de otras unidades en las que sí las he impartido -dentro del proyecto de Humanización de la Asistencia Sanitaria a través del relato, que venimos desarrollando en los distintos centros asistenciales de la provincia-, por circunstancias obvias la UCI no conforma el entorno más apropiado para que pueda realizar nuestras sesiones de cuentacuentos... si bien, también reconozco que en más de una ocasión me he quedado con ganas de compartir cualquiera de mis historias con alguno de sus pacientes con quienes he empatizado. Casual o causalmente, me sucedió esta mañana... Y, si las condiciones lo permitieran, ya aviso de que tal vez algún día lo haré.
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