Al igual que mi padre Manolo hacía conmigo, yendo cada domingo a la Romareda para ver el partido de fútbol de nuestro Real Zaragoza, hago yo con mi hijo Manuel, acudiendo cada fin de semana al Palacio de los Deportes para disfrutar del encuentro de balonmano de nuestro ADEMAR León.
Recuerdo con agrado aquellas vivencias con papá en las que, además de comentar distintos aspectos relacionados con el equipo, me contaba curiosidades de algunos jugadores que se enfrentaban esa jornada. Quizá por ello, mis compañeros del cole estuviesen convencidos de que yo era -de entre todos- el niño que más sabía de balompié.
Y deseo que mi hijo recuerde igualmente su experiencia a mi lado, a sabiendas de que sus amigos ya le aseguran que nadie sabe tanto de balonmano como él.
Como siempre que jugamos en casa, el pasado viernes asistimos juntos a ver el encuentro de liga ASOBAL entre los clubs ADEMAR y Helvetia Anaitasuna. En el camino de ida, entre otros detalles, compartí la historia de un central de esta última plantilla, que constituye sin duda un ejemplo a valorar: Ander Torriko. Le hablé a Manuel de su calidad deportiva, de aquella lesión de rodilla, de sus recaídas, de sus varias operaciones, de tantas horas de rehabilitación... Y, sobre todo, de ese sueño imperturbable por seguir practicando balonmano. Sé que mi hijo quedó impresionado por tal afán de superación, pidiéndome que -si era posible- le hiciera una foto junto a él.
Torriko participó en aquel partido y, aunque su equipo acabara perdiendo, dio muestras sobradas de su rasmia.
Al concluir el choque, cuando el público abandona el pabellón, los jugadores se retiran a vestuarios y los focos se apagan, mi hijo y yo aguardábamos en una de las salidas para tratar de fotografiarnos con él. Mientras esperábamos, conseguimos inmortalizarnos con otros jugadores de Anaitasuna como el lateral derecho Edu Fernández -de León, a cuya familia conocemos- o el pivote Antonio Bazán -también muy cercano-... pero la instantánea anhelada sería con su número 10.
Al final, aun siendo los últimos en salir del Palacio de los Deportes, la conseguimos. El central del club navarro estuvo de lo más amable con nosotros, saludando a mi hijo, intercambiando algunas palabras, deseándole lo mejor para el futuro... Otro tanto hicimos nosotros para con él, agradeciendo sinceramente su ejemplo, su atención. Estoy convencido de que Manuel nunca lo olvidará -yo tampoco olvidé aquella foto con el mítico José Luis Violeta que, en circunstancias similares, me hiciera mi padre-... Y de que con ese tesón y esa calidad, Torriko acabará jugando incluso mejor que antaño.
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