Sé que cada día cierran definitivamente dos librerías en España, que las ventas del sector han descendido casi un 20% en los últimos cinco años, que si no hubiera descargas ilegales -al margen de las pérdidas económicas que conllevan- se generarían casi 25.000 puestos directos de trabajo en el mismo, que el 55% de la población no lee nunca o a lo sumo solo a veces... Y que algún referente de opinión para los jóvenes, como el cantante Melendi, reconoce sin reparos que "jamás ha leído un libro", aunque sí "la prensa porque le parece más entretenida".
En este contexto, acabo de recibir una noticia que ahonda más si cabe en esa sensación. El escritor Santiago Morata anuncia que "después de nueve títulos publicados, ha dejado de escribir", por lo que por un tiempo va a dedicarse a cultivar para sí mismo su segunda pasión: la pintura. Y lo hace de manera serena, con ese realismo en positivo que le caracteriza, aun a sabiendas de que si quisiera volvería a publicar.
Santiago es uno de esos amigos que me ha presentado la Literatura. Empezamos casi al unísono, he leído y reseñado varios de sus libros, compartimos presentaciones en León y Zaragoza, acordábamos fechas en las Ferias del Libro para coincidir en la misma caseta, e incluso tuvo el precioso detalle de que el protagonista de una de sus novelas eligiera como libro de cabecera mi ópera prima, El amor azul marino.
Revisé algún borrador suyo antes de que se editara, le llamé desde Buenos Aires para informarle de que su libro lucía en todas las librerías, escuché emocionado cuando me informó de que una de sus obras sería traducida al ruso, nos recomendamos en los foros... Aunque pueda parecer extravagante, siempre he considerado a Santiago un hermano de Letras. Y quizá, por esas leyes de la consanguinidad literaria, comparto los sentimientos que ahora esgrime, pues -por primera vez desde que escribo- en ocasiones me planteo dejar de luchar contra molinos de viento y ofertar mi tiempo a cualquier otra pasión.
Pero antes, como lector y como persona, quisiera agradecer a Santiago cada una de sus creaciones, respetar -como no podría ser de otra manera- ese hasta luego en positivo y esperar sinceramente que resulte temporal. Aunque jamás nos lea Melendi, la Literatura de nuestros días necesita a escritores como él.
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