Tras haber vivido uno de los inviernos más secos de la historia, en el que incluso Valencia rompió el techo europeo de temperatura más alta en enero con 30,7º, el pasado fin de semana se batieron de largo más de 70 registros máximos. Por poner algún ejemplo, la mínima de la ciudad de Santander fue de 19,9º, superando en más de tres grados el récord anterior que databa de hace un lustro. A este ritmo, como ya adelantan numerosos científicos, avanzamos irremediablemente hacia un país con temperaturas estivales de hasta 50º, con la problemática que a todos los niveles tal realidad conlleva. Y lo peor es que, o no nos damos cuenta o no queremos darnos.
Poniendo otro ejemplo, este mismo mediodía, al salir de casa, la cafetería de la esquina tenía en su terraza cinco estufas encendidas. El termómetro de la farmacia de al lado marcaba 17º -el máximo previsto para hoy en nuestra ciudad es de 22º-, la sensación térmica resultaba agradable, yo vestía simplemente con camisa y alguno de los transeúntes deambulaba con manga corta. El toldo estaba extendido para resguardarse del sol y apenas había clientes en sus sillas. En tales condiciones, ¿era necesario mantener encendidos los calefactores?
Como detallo en mi libro Catorce lunas menguantes (MAR Editor), en el año 2020 Rennes fue la primera ciudad europea en prohibir las estufas de gas en esas terrazas, con el apoyo masivo de políticos, ciudadanos y hasta los propios profesionales de la hostelería. Se estima que cada uno de esos artilugios exteriores emite a la atmósfera en cada jornada unos 14 kilos de monóxido de carbono, gas responsable directo del llamado efecto invernadero.
Esta misma dejadez podría extenderse a otras muchas de nuestras actitudes. Porque no decimos que no deban usarse las estufas, sino que deben usarse bien; cuando realmente hagan falta, con responsabilidad e incluso sustituyéndose por otras menos contaminantes como las de pellets.
Aunque el dueño de la cafetería ya alegara en su momento que sus clientes tienen derecho a estar calentitos, también es cierto que todos tenemos el deber de cuidar de nuestro medioambiente. Esta mañana, como tantas otras veces, no había necesidad ni demanda para el encendido de tales calefactores. Y eso, sin una adecuada concienciación ecológica, resulta muy difícil de cambiar.
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