En un momento de mi intervención, resaltaba el poder terapéutico de los relatos, prescribiéndolos contra muchos males. De hecho, les decía que por razones de trabajo paso a menudo por la UCI de nuestro Hospital, recordándonos con ello lo importante que resulta la salud.
En ese preciso instante, una niña me preguntó si alguna vez le había contado un cuento a alguno de mis pacientes con intención de curarle. Entonces, en un ejercicio improvisado de reflexión, recordé que a dos: a mi hijo recién nacido, cuando le ingresaron en la UCI pediátrica por una dolencia de corazón ya subsanada... y a otra chiquilla, que en esos momentos estaba en coma inducido, simplemente porque sentí la necesidad de hacerlo.
Aunque ninguno pudiera oírme, estoy convencido de que la simple calidez de la palabra posee poder sanador, sin efectos secundarios ni riesgo de sobredosis. De hecho -gracias a esa alumna de Mayorga-, mientras no parezca inoportuno, prometo volver a hacerlo en alguna otra ocasión.
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