Estoy en la línea del magistrado Emilio Calatayud -Juez de Menores de Granada- de restringir el móvil y las redes sociales a los menores de 14 años, a sabiendas de que el abuso de las mismas puede ser origen de serios problemas. De hecho, así lo demostramos en ese trabajo junto a mi colega, paisano y sobre todo amigo, Antonio Pyñeiroa, por el que hace más de una década nos concedieron un Premio Nacional Ulysses a la Investigación... Y en aquel artículo al respecto que publicamos en la revista Proyecto Hombre.
Desde luego, en nuestro hogar lo hemos intentado. Ninguno de mis hijos posee teléfono, y procuramos que su acceso personal a tablets esté limitado... En contraprestación, existen otras opciones como leer, tocar un instrumento musical o, por supuesto, jugar con sus juguetes; algo que a esta edad resulta de lo más recomendable.
Sin pretender ser negacionista de nada y aun reconociéndole su valor, procuro huir de proveedores como Bizum, firmas digitales, apps variadas u otras aplicaciones destinadas -sin duda- a hacer nuestra vida mucho más apacible. No obstante, con los pequeños hemos acabado sucumbiendo a la era digital. Sus apuntes o tareas están en el Chromebook, los avisos en la plataforma online del colegio, las conversaciones con sus compañeros en un chat comunitario... Ya no hay libros en papel. Ni siquiera necesitan un cuaderno de notas donde apuntar.
Hoy en día, nadie entendería el sistema educativo sin esas tecnologías. De hecho, tampoco reniego de sus ventajas. Más al estar ante menores que pudieran acabar dándole otro uso, me duele constatar que -atendiendo a un estudio reciente de la Universidad de Salamanca- la mayoría de los niños entre 7 y 15 años no podría vivir desconectado, el móvil es de largo su juguete favorito y se objetiva entre ellos un incremento significativo de la ansiedad cuando no utilizan tales dispositivos, con la consiguiente prescripción de psicofármacos que -por cierto- anda disparada.
Y es que me hallo también en la línea del psicólogo Manuel Martínez -Asociación Aragonesa Pro Salud Mental- de que en tales usos sería vital un consenso entre la escuela y las familias... Si bien tristemente, como él mismo concluye, me da que a estas alturas resulta una utopía.
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