Aun cuando ya le hubiese leído con anterioridad, El manuscrito carmesí fue su novela con la que me encandiló: La verdadera felicidad no está en tener, amigo mío, sino en ser y no necesitar.
Diez años más tarde, le conocí personalmente durante aquel acto de la ONG Aldeas Infantiles SOS, en la que yo colaboraba. De la conferencia que impartió, aprendí que nuestra sociedad ha llegado a un momento en que ya no adora el becerro de oro, sino al oro del becerro. Entre otra avalancha de admiradores, apenas me atendería medio minuto. Me alegro de que escriba, comentó apresuradamente, para terminar con cierta ironía: Por si aún lo desconoce, es un oficio no exento de riesgos.
Otra década después, formando parte del jurado de aquel concurso literario de la Fundación Hermanos Pesquero, visitamos en Córdoba su Fundación. Allí descubriría cientos de detalles de su vida, miles de bastones y una curiosidad que compartimos: ambos tomamos notas a mano -que luego serán tramas en nuestros libros- entre los rebordes de cualquier periódico o billete de autobús.
Pasados tantos lustros, le seguimos leyendo, seguiremos aprendiendo de tanta sabiduría.
Que nos coja la muerte andando, de pie, que se diga de nosotros que "murió vivo", ese es el mejor epitafio.
Antonio Gala, Descanse en Paz.
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