Mientras reviso las casillas de nuestra declaración de la renta, resucito aquella cita de Benjamín Franklin afirmando que en la vida solo hay dos cosas seguras: la muerte y los impuestos. Desde luego, la Historia de la Humanidad corrobora tal sentencia. Estudiando junto a mi hijo el Antiguo Egipto, leo que los faraones contaban con escribas que podían recurrir incluso a la tortura en el caso de que los campesinos no pagaran sus tributos... Con la Caída del Imperio Romano constatamos que los pueblos germánicos -por muy bárbaros que pareciesen- quedaron prendados con el sistema fiscal vigente en la Antigua Roma incorporándolo a su sociedad, pues permitiría a sus caudillos mantener su hegemonía... E incluso en muchas culturas precolombinas, aprendemos que los individuos poseían consideración de arancel, llegando a ofrecerse en rituales para sus dioses. En la Grecia primitiva se idearon las aduanas... con el feudalismo de la Edad Media, aquellas regalías a los gremios artesanales... Incluso el origen del papel timbrado para abonar tantos documentos oficiales está vinculado a la creación de muchos estados modernos.
Ciertamente, a lo largo de los siglos ha habido impuestos escatológicos -el emperador Vespasiano llegó a gravar la orina empleada en el curtido de pieles-, estéticos -como aquel de Enrique VIII contra sus súbditos que llevasen barba-, generadores de conflictos -como la subida de gabelas por parte de Inglaterra a sus Trece colonias en Norteamérica, siendo una de las causas de la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos- o de grandes descubrimientos -como esa imprenta que ideara Gutenberg, con la cual podrían emitirse más bulas papales y así recaudarse más para seguir construyendo catedrales.
Sin entrar en debates a estas alturas sobre su oportunidad o conveniencia (que, por supuesto, consideramos incuestionables), mi gestor nos advierte de que para este ejercicio deberemos aportarle aún más documentación. Quizá sea porque, como Will Rogers replicara al sabio de Franklin (permitiéndose tal licencia desde su condición de humorista), la principal diferencia entre la muerte y los impuestos es que aquella no empeora cada vez que el Congreso se reúne.
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