Desde que ejerzo en el servicio de Medicina Preventiva del Hospital, acostumbro a ir hasta allí en autobús. De manera que, cada mañana, suelo subir al que sale de al ladito de nuestra casa a las 07:40 horas. Esos quince minutos de trayecto me permiten estar puntual a las puertas de mi despacho.
Sin embargo, durante cierto tiempo hubo cierto problema: una conductora salía siempre con algún minuto de adelanto, haciendo con ello que -aun llegando como usuarios antes de la hora prevista- perdiéramos el bus.
Tras dos incidencias de este tipo, un día le indiqué que en mi opinión debería respetar los tiempos establecidos, pues de ello dependíamos terceras personas. Creo que lo dije educadamente y desde la crítica constructiva. Mas ella respondió enojada que lo hacía para evitar los atascos a las puertas de un colegio y que, si no me parecía bien, se solucionaba poniendo antes el despertador. Sinceramente, yo estuve mejor que ella. Y eso entendiendo que a todos nos molesta -incluyéndome a mí, por supuesto- que nos desvelen algo que no hacemos bien.
En cualquiera de los casos, mantuvo su actitud... Aun cuando yo procuraba llegar con antelación a la salida, hubo otro par de ocasiones que estando allí a las 07:38 me tocó esperar al siguiente. Por eso, volví a hablar con aquella conductora -en esta ocasión más serio-, no habiendo réplica por su parte. Sinceramente, ella estuvo mejor que yo.
De hecho, la situación parecía normalizarse y empezó a salir puntual a la hora marcada en el programa. Entre tanto, y aunque nunca contestara ni apenas me mirase, yo le seguía dando los buenos días al entrar y las gracias tras picar mi billete.
Todo eso hasta hoy... cuando debido a una circunstancia familiar, llegué a la parada muy justo de hora. Tanto que, al ver que me acercaba a su vehículo, arrancó airadamente dejándome en tierra. Eran las 07:41. Atendiendo a mis propios criterios, llevaba razón, por lo que tampoco reproché nada, esperé pacientemente al siguiente y me disculpé después en el trabajo por llegar con un pelín de retraso.
Quizás hoy se haya consumado su venganza o nuestro karma... Sea como fuere, por mi parte no existe mayor problema. De ahí que, a eso de las 07:40 horas, seguiré dándole los buenos días y las gracias, sin pretender desde luego ser su amigo. Eso sí: tampoco ese enemigo íntimo del punto de la mañana, siendo además como es la primera persona con quien interactúo cada jornada.
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