miércoles, 28 de septiembre de 2022

Las primeras estufas

Tras haber sufrido el verano más caluroso y seco desde que existen registros, asistimos a un descenso generalizado de las temperaturas. Estamos en otoño y parece lo normal. Tampoco es que haga demasiado frío, en especial a las horas centrales del día, cuando sigue luciendo el sol.
Ayer, a eso de las ocho de la tarde, los termómetros de mi ciudad marcaban 15 grados; en principio, una temperatura no excesivamente baja -en mi caso llevaba puesta una chaqueta-, acorde con la época del año en la que nos encontramos. 
Era la hora de recoger a mi hija de su Escuela de Música, lo que hizo que deambulase por el centro de la ciudad. Allí, en la zona de nuestra Catedral, llamó mi atención que muchas terrazas ya tuvieran encendidas sus estufas de butano generadoras de calor... ¡Todas a todo gas! Y las que no, preparaban con prisas sus calefactores.
Sin embargo, lo que más me impresionó fue que durante esa observación ni una sola presentaba un uso adecuado, pues no había nadie a su alrededor. Probablemente se coloquen como elemento ornamental de cara a su clientela -a fin de cuentas, los humanos nos sentimos atraídos por el fuego-, atreviéndome a afirmar que ayer ese exceso calórico sobraba.
Y es que parece bueno recordar a autoridades, hosteleros y público en general -con todo el poder que este último merece como consumidor que elige serlo en uno u otro sitio- que en estos tiempos de crisis climática y energética, esos calefactores están prohibidos en muchas ciudades europeas -es verdad que en ninguna española, pese al empeño de sus ayuntamientos en que cumplamos con otras medidas supuestamente ecológicas-, que son muy contaminantes, que existen alternativas menos dañinas para el medioambiente -como las estufas de biomasa o de infrarrojos-, que deben usarse de manera responsable -desde luego, nunca cuando no se necesitan-, que existen hasta guerras por el control de los recursos energéticos, que el poderlos pagar no significa que los podamos malgastar y que, en este contexto, su despilfarro constituye incluso una falta de compromiso social.

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