Ciertamente, todo maestro es un referente indiscutible para sus alumnos. De ahí la importancia de sus actitudes, dado que al ser tal ejemplo para ellos les transmite mucho y en distintos sentidos.
En mi caso, puedo presumir de haber tenido magníficos profesores, a los que recuerdo con nombre y apellido: Mª Rosario Bellote, en aquella EGB del Colegio Nacional Jerónimo Zurita... Alberto Atarés, en el BUP de ese Instituto Nacional de Bachillerato Luis Buñuel... Rafael Gómez-Lus en mis tiempos de la Facultad... D. Felícito García-Álvarez durante la realización de esa tesis doctoral... Educadores a quienes aún siento con una sonrisa de agradecimiento por todo cuanto nos enseñaron -más incluso en lo humano que en contenidos didácticos- y porque de una u otra forma conformaron mi personalidad. Sin su impronta, quizá no sería como soy. Además, quien honra a sus maestros se honra a sí mismo.
Lo que nunca imaginé es que, atendiendo a cuanto ha hecho por mi hijo, a partir de este curso recordaré también el nombre y apellidos de otro docente en toda la extensión de la palabra: Luis Gutiérrez Martín, del Colegio Marista San José (León). Y no tanto por sus clases magistrales de Lengua o Matemáticas, como porque siempre ha estado ahí: ofreciendo a sus alumnos herramientas para gestionar cada dificultad, sembrando espíritu de equipo, preocupándose ante las adversidades, estimulando su solidaridad, dando lo mejor de sí para tratar de obtener lo mejor de cada uno...
Sin pretender desmerecer a ningún otro y una vez que las notas ya se han dado, proclamo que realmente estamos muy contentos con el tutor de Manuel en esta recta final de su Primaria. Durante estos dos últimos años, aderezados por una pandemia, Luis ha sido un profe de 10... ¡O de 11, que diría nuestro hijo! Es justo reconocerlo. Por eso, con todo afecto y merecimiento, sea también para él aquella sonrisa enorme con la que en casa solemos decirnos ¡Gracias!
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