domingo, 26 de junio de 2022

Por las tiendas de mi barrio

Al margen de donde haya vivido, he tomado más como referencias válidas de su nivel de vida los datos micro que los macroeconómicos... los que percibo personalmente en mi entorno, que los que publican a distancia organismos oficiales... los que veo cada día en asociaciones solidarias, que los que presentan los gobernantes de turno, sean del color que sea... Y en los últimos tiempos, muchos de los primeros resultan cuando menos preocupantes.
Además, como epidemiólogo conozco los entresijos de las estadísticas y sé de sobras que si aprietas sus datos suficientemente acabarán cantando cuanto les pidas. 
En apenas lo que va de año, solo en los alrededores de nuestra casa, han echado para siempre su persiana decenas de negocios; alguno tan sencillo como el penúltimo kiosco que quedaba en la ciudad... otros de marcas consolidadas, como la mismísima Dolores Promesas.
Comprar en establecimientos pequeños de mi barrio y compartir en ellos algo más que una simple venta, me permite saber que este tendero sigue abierto porque se sustentan en el salario de su mujer funcionaria... que cada vez que ese otro se retrasa en el pago de sus seguros sociales, le viene el recibo de vuelta con una sobrecarga del 20%, como si con ello le resultara más fácil saldarlo... que la dueña de aquel negocio destina sus ingresos mensuales a cubrir gastos en este orden: seguridad social, impuestos varios de varias administraciones, costes del propio negocio -incluyendo alquileres, en muchos casos abusivos-, nómina de su empleada y, por último, lo que pueda corresponder para su sueldo. Me ocupa que ese taxista de mi familia me haga una relación de gastos fijos para el próximo mes -desde la tasa de su cooperativa a su impuesto especial por ITV- que le hipotecará directamente sus doscientas primeras carreras... Y nos preocupa que en ese otro centro comercial pasen horas y horas sin que nadie entre a por nada, atrapados en una inversión que hicieron ilusionados y que ahora no hay forma de amortizar. 
Clientes, ingresos y -por tanto- beneficios han caído significativamente, a diferencia de su presión fiscal. Lo de menos es que culpen de ello a un virus chino o otra guerra en el corazón de Europa. Lo de más es ese lamento de que ¡Viviríamos mejor de las ayudas! cuando, tristemente, muchos ni siquiera la podrían solicitar.  
Ayer el Gobierno aprobó un paquete de medidas para tratar de combatir los efectos negativos de la inflación. En verdad que parecen urgentes y cruzo los dedos para que surtan un efecto positivo. No obstante, yo les recomendaría tanto a sus miembros como al resto de nuestros dirigentes, que antes de firmar cualquier decreto se dieran alguna vuelta por las tiendas de su barrio.  

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