Mi hijo Manuel comenzó ayer sábado su participación en otra edición de los Campeonatos Escolares de Ajedrez, organizada por las Escuelas Deportivas Municipales de León. El viernes al mediodía, mientras entrenaba ante su programa de ordenador, le sentí nervioso: por un lado, este año asciende a categoría Infantil, con lo que presumiblemente la competencia será mayor; por otro, en cada partida se introduce el control de tiempo, teniendo que mover bajo la tiranía del reloj. Traté de tranquilizarle, pidiéndole que confiara en él, recordándole que su nivel es bueno y repasando juntos para animarle todos los trofeos que lleva conseguidos en este deporte, incluidos ese bronce individual y oro por equipos en los Provinciales del año pasado, cuando era un Alevín.
Por la tarde nos comentó que había pensado cambiar su estrategia de juego: movería deprisa para trasladar a su contrario la presión de tener que pensar contra reloj. Nunca antes lo había hecho así y, en mi opinión, era un error. Así se lo advertí, aunque él -testarudo, cual hijo de buen maño- perseveró en su plan.
En la competición del día siguiente asumió tal estrategia. Ciertamente, anduvo sobrado de tiempo... pero falto de desarrollo. A pesar de que al revisar las partidas pensamos que podía haber ganado las dos, tuvo que conformarse con apenas unas tablas que tan solo le otorgaron medio punto. Sin duda, su elección de penúltima hora resultó equivocada.
Es verdad que el comienzo en el torneo ha sido malo, si bien aún quedan tres jornadas por disputar. Margen más que suficiente para reconocer los errores cometidos y mejorar desde ellos... de fijarse más en las piezas y menos en el reloj... de ser fiel a su estilo sobre el tablero... Y de corroborar que en el Ajedrez, como en la Vida, unas veces se gana... pero otras -las más- se aprende.
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