En el salón de mi casa lucen dos piezas pictóricas con una historia singular. La primera se titula La ermita, y es obra del laureado José Manuel Chamorro. Recuerdo que, siendo de pueblos vecinos, compartimos charla dominical en aquella exposición en la Casa de la Cultura de su Villademor de la Vega (León), donde yo precisamente había realizado el sábado anterior una de nuestras sesiones de cuentacuentos. Recuerdo que comenté que la trama de mi novela Siete paraguas al sol (Ediciones Irreverentes) se inspira en su municipio, dándole un ejemplar dedicado. Entonces José Manuel, en desmedida correspondencia, tomó el lienzo citado y nos lo regaló.
Algo parecido sucedió con la segunda: ese Paisaje ansotano, de mi vecino de barrio Enrique Charles. Cuando supe de la inauguración de su exposición pictórica en un centro cívico de Zaragoza, no dudé en viajar mil kilómetros para verla y, estando en plena sala, Enrique nos sorprendió cogiendo otro de sus cuadros que también me regaló.
Desde entonces, estas pinturas lucen en el salón de mi casa. Ambas poseen un valor incalculable: el de ser dos presentes de dos personas generosas a quienes, además de tenerlas por grandes artistas, las tengo por verdaderos amigos.
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