La publicación de mi último libro Cuentos de carbón (Mariposa Ediciones) parece marchar al ritmo previsto, con la idea en el horizonte de que tras su presentación en el municipio de Fabero -programada para el 25 de marzo- y mi firma de ejemplares en el Día del Libro de Zaragoza -stand de Librería Albareda, 23 de abril- pueda salir su segunda edición.
De todos modos, el recorrido mercantil de cualquier propuesta literaria -incluidas, por supuesto, las mías- constituye últimamente una auténtica aventura. Según datos recientes, el 86% de los títulos vende menos de 50 unidades al año... Y solo el 0,1% de ellos consigue superar las 3000. Cada vez hay más novedades, la vida media de los libros resulta más corta, se atasca la distribución, aumentan las devoluciones, cierran muchas librerías -con el empobrecimiento a todos los niveles que ello conlleva-, se reduce el público asistente a las presentaciones... De hecho, se estima que más del 80% de las ventas de esos establecimientos se hacen con menos del 20% de las obras editadas.
En este contexto, ayer acudí a una librería de nuestra ciudad para dedicar un único volumen de esos Cuentos de Carbón a cuatro lectoras que lo habían adquirido conjuntamente. Sin ninguna pretensión de juicio por nuestra parte, comentaron que ellas suelen hacerlo así, que se lo reparten por semanas, que luego comparten impresiones y finalmente se lo terminan rifando. ¡Al menos compran libros y los leen!
Sea como fuere, tras rubricar mis cuatro dedicatorias -a las que faltan otros tantos dibujos que pedirán a Laia, su coilustradora-, aquel librero amigo, desde esa complicidad sincera, susurró: ¡Lo que cuesta a veces vender un libro!... Pero, eso sí, guárdame el secreto.
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