Sé que estoy revelando un secreto de juventud, pero yo pertenecí al club de fans de aquel cantautor canario llamado José Vélez. Quizás influenciado por los gustos de mi madre, por aquel concierto suyo que vivimos en directo -en el antiguo pabellón zaragozano de la CAZAR- o por representarnos en el festival de Eurovisión, recuerdo que envié un formulario de inscripción a cierto programa televisivo llamado
Aplauso, desde donde me remitieron mi correspondiente carnet de adhesión. De manera que canciones como
Vino griego,
Romántica o
Bailemos un vals formaron parte de mi adolescencia y de la de muchos de aquella generación. No en vano, además de ser traducidas a decenas de idiomas -incluido el japonés- y de ser interpretadas por el artista más contratado de la época, atesoran entre otros reconocimientos un Triple Disco Platino en España.
Salvando mil distancias, confieso que actualmente pertenezco a otro club de fans. Probablemente, el más humilde del mundo. Desde luego, pocos le adelantan en modestia, sin tantos premios, con apenas veinte miembros... pero que desborda ilusión: el mío. Y es que hace unos años nuestro amigo Anchel creó en Facebook el Club de Fans de los Libros de Manuel Cortés Blanco, nombrándome uno de sus administradores.
En él publico periódicamente alguna noticia, cuento o vivencia con relación a mi literatura... Y en otro ejercicio de vanidad consentida -aun a sabiendas de que nunca seré como Vélez-, de él presumo a menudo tanto por el hecho de que persista como por la relación cordial que me une a todos sus integrantes.
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