En estos días he percibido cierto revuelo entre el personal de nuestro hospital al saberse que una médium con fama televisiva y que se anuncia como de las mejores del mundo impartió el pasado sábado dos sesiones espiritistas en el hotel que se ubica justo enfrente. Ciencia y creencia encaradas; el mundo de los vivos y de los difuntos separados por una sola calzada... Aunque para mí, esa haya sido la excusa para repasar la relación que a lo largo de mi vida he mantenido con tales mediadores.
Concretamente he vivido dos experiencias de ese tipo, ambas en el ámbito literario. La primera sucedió tras la presentación de mi ópera prima, El amor azul marino (Editorial Amares), en FNAC-Zaragoza, cuando tras comentar que estaba dedicado a mis padres que habían fallecido en un accidente de tráfico, alguien del público que se identificó como médium me informó a su final de que quería transmitirme un mensaje suyo: que desde allá arriba cuidarán de mí, que me regalarían un hijo y una hija -en eso acertó de pleno- y que la suerte me sonreiría en forma de un gran premio -en eso aún sigo esperando-. Sea como fuere, le escuché con respeto, agradecí tanto la misiva como su tono, y volví a casa con cierta sensación de plenitud, al sentirme más acompañado.
La segunda ocurrió en la pasada Feria Exotérica de Fabero, tras la presentación de mi última obra, Cuentos de carbón (Mariposa Ediciones), cuando otra persona que aseguraba contactar con el más allá se dirigió a nosotros para transmitirme otro mensaje de mi amigo Lolo -ilustrador del libro-, recientemente fenecido: que se encuentra bien, haciendo lo que más le gusta que es pintar, y que desde donde esté me ayudaría en todos mis proyectos. Pude creerla o no, pero lo cierto es que volví a sentirme reconfortado a sabiendas de que -siendo Lolo como era- de seguro que lo haría.
En cualquiera de los casos, seguiremos viviendo, que es lo que ahora toca. Y trataremos de hacerlo en positivo, con mil sonrisas, mirando de frente a la adversidad... E incluso parafraseando a ese actor canadiense llamado Dan Aykroyd, para quien ni yo soy un médium ni tengo poderes psíquicos, pero creo en la supervivencia de la conciencia después de la muerte.
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