A veces pienso que el pasaje que está enfrente de mi casa es un pasaje maldito. La mayoría de negocios que había abiertos hace apenas dos años, han acabado cerrando. Sea o no por culpa de esa pandemia, el caso es que una chocolatería, un bar, una agencia de viajes, una boutique de ropa y otra de detalles han ido colgando sucesivamente en sus fachadas el letrero lapidario de Se traspasa, Se vende o Se alquila... Con el añadido de que -en tal efecto dominó- no existe quien lo asuma, lo compre o lo alquile.
A veces pienso que el gafe soy yo pues, en esa costumbre mía de adquirir en las tiendas pequeñas de mi barrio, he acabado viviendo en primera persona muchas de esas bajadas de persiana. La última, ayer mismo, cuando la florista a la que encargué una orquídea nos confirmó que a finales de mes cerrará para siempre su jardín.
Atendiendo a sus argumentos, entre el alquiler del local, su hipoteca bancaria, la carga fiscal que padece como autónoma, esa subida de precios en origen o la disminución en su volumen de ventas, resulta imposible cuadrar cuentas. Según me confesó, hay meses que abre en negativo; esto es, a sabiendas de que perderá. Y me estremezco cuando replica a mi queja de que a menudo tenemos muchos pacientes en nuestras listas de espera del Hospital con ese contundente lo verdaderamente duro es tener una tienda y que no entre nadie a comprar. ¡Hasta los bazares chinos están cerrando! Aquella ilusión con la que inaugurase hace un lustro, e incluso contratara por un tiempo a su cuñada, se ha marchitado como las begonias de su trastienda.
Quizá lleven razón tantos economistas que aseguran desde su despacho que si una empresa no puede generar el salario mínimo interprofesional para sus trabajadores, mejor que desaparezca... El funcionario de turno que responde a su justificación de retraso en el pago de cuotas a la Seguridad Social con ese distante al mes que viene le llegará nuevamente su recibo con otro 20% de recargo... O incluso su mismísima cuñada cuando le advierte de que estando las dos en paro, viviremos más tranquilas.
Sea como fuere, entiendo su decisión... Tristemente, hasta la comparto. Eso sí: no puede venirse abajo por haberlo intentado, debiéndose quedar con el recuerdo de tantas vivencias positivas sembradas en sus clientes. Entre ellas, escoger la mejor de las orquídeas para que alguien como yo -que seguirá comprando en tiendas de barrio- pueda convertirla en su regalo.
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