A diferencia de mis hijos, y quizá porque antaño tampoco se vivía con la misma intensidad, nunca fui un entusiasta del Carnaval. De hecho, apenas recuerdo habernos disfrazado ni hacer nada especial durante la infancia con motivo de tal celebración.
Sin embargo, últimamente no ha quedado otra que adaptarse. En esa metamorfosis a la que llevan las circunstancias, he disfrutado -entre otros- de espectáculos tan extraordinarios como el Carnaval de Bielsa -en aquel Aragón de origen-, de La Bañeza -en este León de adopción- e incluso del mismísimo Cádiz -en uno de cuyos hospitales inicié mis andanzas como médico preventivista.
Sin perder mi perspectiva de escritor, llegué incluso a participar en varios certámenes literarios al respecto, obteniendo en dos ocasiones el primer galardón del Concurso de Cuentos de Carnaval, organizado por la Asociación La Colodra, del municipio segoviano de Casla... Realicé una sesión de cuentacuentos titulada Ornitorrincos en Carnaval... Y en mis libros Catorce lunas menguantes (MAR Editor) y Cuentos de Carbón (Mariposa Ediciones) dedico otros dos relatos a esta fiesta tradicional que ha acabado por conquistarnos.
Sea como fuere, mis hijos aún no han conseguido que me disfrace. A ellos les encanta hacerlo, pero yo siempre lo aplazo a la próxima edición. Ayer por la noche, nuestra pequeña Amalia me hizo prometerle que del año que viene no pasa. Así lo acordamos. Y por eso, lo dejo por escrito: ¡Del año que viene, no pasará!
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