Ciertamente, aquel maletín me acompañaría a miles de consultas, de manera que cada vez que visitaba a algún paciente, sentía que parte de mi familia se había venido conmigo. También estuvo a nuestro lado en momentos importantes de tal profesión: mientras defendí mi tesis doctoral (1997)... en tantas clases durante esa etapa de profesor en el Instituto Complutense de Drogodependencias (2002-2012)... cuando recogí ese Premio Nacional Ulysses a la Investigación, junto a mi amigo Antonio Pineyroa (2010)...
Poco a poco, cual si fuera una metamorfosis de la vida, el maletín acabó siendo otro elemento imprescindible en mis sesiones de cuentacuentos. En su interior incluyo cada detalle que permite escenificar cada historia. Y, curiosamente, como asegurara una vez cierta oyente, con él, aún pareces mejor narrador.
En mi condición de auditor del Programa de Higiene de Manos de los hospitales de nuestra Comunidad, la semana pasada estuve visitando el San Telmo, de Palencia. Dada la documentación a aportar, decidí llevar conmigo aquel viejo complemento -por el que no parecen pasar los años-, realizando la inspección conforme a lo establecido. Al terminar, una enfermera se quedó prendada por su diseño, añadiendo a tanto halago que con él, aún parecía mejor auditor.
En cualquiera de los casos, he acabado descubriendo que dicho maletín posee la magia de hacer mejor a quien lo porta. No tanto porque sea amplio, práctico o bonito, como porque fue entregado con amor. Y conociendo a quien hizo tal regalo, puedo dar fe de que aquel sentimiento era realmente mucho.
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