Desde la perspectiva que nos concede ser padres de dos niños en edad escolar, manifiesto mis inquietudes respecto al vigente sistema educativo. Aunque sean subjetivas -asumiendo por tanto que pudiera estar completamente equivocado-, creo que la transición entre Primaria y Secundaria resulta demasiado brusca, que en plena era Google se sigue primando lo memorístico, que en el bilingüismo no todo son excelencias, que con las nuevas tecnologías priorizamos la inmediatez a otros valores como la paciencia, que resulta imprescindible cultivar en los alumnos estímulos positivos...
Sea como fuere, también somos conscientes de que -al margen de tanta nota- muchas de sus enseñanzas de vida las reciben esos pequeños en casa. Seguramente, las más importantes. En nuestro caso, la última sucedió este pasado fin de semana. En vísperas de otra lluvia de exámenes y con una excursión de viernes-sábado organizada desde el colegio, decidimos de manera conjunta que Manuel no fuese al partido de Balonmano que disputaba su equipo -Abanca ADEMAR Infantil- el domingo en Burgos, precisamente contra el primero de grupo. Así tendría tiempo para recuperarse y podría estudiar más.
Por distintas circunstancias, muchos de sus compañeros de club también causaban baja ante tal encuentro, por lo que su entrenador nos pidió a todos un penúltimo esfuerzo por si pudiéramos asistir. Lo hablamos con Manuel... Y al final decidimos acudir al partido, sencillamente porque el equipo nos necesitaba. Es nuestro compromiso. Iríamos en coche propio para recortar tiempos, e iríamos repasando por el camino: tanto a la ida como a la vuelta. De manera que entre lecciones de Historia, Matemáticas o Lengua recorrimos el trayecto.
Aquellos jugadores infantiles comenzaron su partido sin varios titulares habituales, con tan solo dos suplentes en el banquillo, compitiendo en un pabellón abarrotado y ante el líder invicto... Pero con una consigna que les había marcado su entrenador: ¡Aquí nadie se rinde!
Contra todo pronóstico, ADEMAR León ganó a METALBUR Burgos por 30-33. Los chicos estuvieron inmensos, desarbolando a los locales con una defensa numantina y rapidísimos contraataques. Como comentamos a la vuelta, nos recordaron a esos gladiadores que íbamos estudiando.
Ante tal ritmo y tan pocos cambios, nuestro hijo -y probablemente todos sus compañeros- llegaron agotados al pitido final, pero muy contentos por la victoria lograda. Gracias al esfuerzo colectivo habían alcanzado un casi imposible, consolidando con ello su segunda plaza en la clasificación.
Por eso, felicitamos a su entrenador; no tanto por el planteamiento táctico del choque -que fue de libro- como por haber sabido motivar a sus pupilos, obteniendo lo mejor de cada uno... A la afición que asistimos, por habernos regalado esa alegría... Y, sobre todo, a cada uno de los jugadores, porque entre fe en sí mismos, compromiso, disciplina deportiva o trabajo en equipo, acabaron aprendiendo otra lección estupenda que quizá no se enseñe así en las aulas.
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