Al igual que pasara en nuestro pueblo, en mi barrio nos estamos quedando sin las tiendas de toda la vida. Si la semana pasada colgaba el cartel de Se traspasa esa relojería decimonónica que subsistía a la vuelta de la esquina, hoy ha cerrado por sorpresa el penúltimo establecimiento de ese pasaje comercial que hay enfrente de nuestra casa: un restaurante familiar en el que a veces almorzaba, pues ponían una tapa de tortilla simplemente deliciosa. De hecho, ya solo resiste uno: esa boutique de ropa, cuya dependienta ha sacado su género a la calle, anunciando tales ofertas que pudieran anticipar un final parecido.
Ciertamente, las causas que asoman detrás de estas clausuras acostumbran a ser múltiples: la dificultad para amortizar los nuevos alquileres, la ausencia de relevo generacional, la alta inversión que requiere modernizar cualquier espacio comercial, esa carga impositiva -en ocasiones con recargos desproporcionados, en caso de no poderla abonar-, la carencia de ayudas oficiales, el aumento de precios en las materias primas, la caída de ventas, la imposibilidad de competir ante grandes superficies o plataformas online...
Quien nos conozca, sabe de mi querencia por comprar en esos establecimientos y cuánto siento cada uno de sus cierres. Por ello, si esta mañana escribían Gracias en la pizarra del bar que acostumbraba a anunciar el menú del día, quisiera en esta noche ser yo quien agradezca a los responsables de todos estos negocios su esfuerzo y cercanía, permitiéndome un Ánimo y Fuerza especial para la última del pasaje.
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