Esta mañana, coincidiendo que mi puesto de trabajo está precisamente en el Hospital de León, he acudido a visitar en su planta de Cirugía a un paciente muy especial. Se trata de cierto pobre de las calles de la ciudad, que acostumbra a pedir cerca de mi casa, y a quien en más de una ocasión he proporcionado ropa, comida y conversación. Gracias a eso sé de él que -casual o causalmente- procede de la manchega Miguelturra, donde vive mi ahijada Nerea y donde gané por dos veces un premio literario tan importante como el Carta Puebla en su modalidad de libro de cuentos. Y sabía también que el pasado viernes le operaban, por lo que este lunes he ido a saludarle y preguntar en persona a propósito de su recuperación.
La verdad es que no se lo esperaba, habiéndose llevado una alegría sentida. Afortunadamente, está evolucionando bien.
Algo similar me sucedió en cierto viaje a Estocolmo, cuando yendo en su metro observé con gran sorpresa como otro mendigo -habitual en las iglesias de mi Zaragoza- accedía a nuestro vagón tocando su címbalo con una gorrilla enfrente. Yo había coincidido en alguna ocasión con él durante mi etapa de voluntario en la Casa de Amparo, por lo que -al reconocerme- nos dimos un abrazo.
- ¡Qué casualidad! Mira que siendo del mismo sitio, hayamos ido a vernos aquí arriba.
Mientras me explicaba que con el frío invernaba por la plaza del Pilar y que en verano solía rondar por Europa, el asombro ante tal gesto pasaría a mis compañeros de aventura.
Casual o causalmente también, leía al salir del Hospital un titular de portada: La pobreza se dispara en España por el aumento del coste de la vida. Según ese informe reciente de Cáritas, del cual doy fe porque estamos colaborando con ellos en la medida de nuestras posibilidades, a día de hoy en mi ciudad la situación es dramática para las 3.862 familias que requieren de ayuda, centrada principalmente en la vivienda, los suministros y su alimentación.
Tristemente, esta realidad no tiene visos de mejorar. Al menos a corto plazo. Mas entre tales ayudas, nunca deberemos olvidar la parte afectiva; esa otra cara de una moneda que nos hace sencillamente humanos. Entre miles de razones, porque al ritmo que vamos, cualquier día podría incluso pasarnos a nosotros.
1 comentario:
Gracias, Manuel. La solidaridad con todas estas personas es esencial y somos pobres cuando no aportamos amor a nuestro ser y entorno. Un besote.
Publicar un comentario