jueves, 20 de octubre de 2022

El tiempo entre vacunas

Hace aproximadamente 30 años, mi juventud me llevó a Benin, un país diminuto en el Golfo de Guinea que, tras salir por entonces de otra guerra civil, era considerado uno de los más pobres del planeta. Recién terminada la carrera de Medicina, me alisté en aquella organización humanitaria para acudir a prestar atención en distintos poblados que padecían su enésimo brote de Cólera. Allí, sobre el terreno, reunimos a los líderes de cada tribu para explicarles su prevención -basada principalmente en medidas de higiene y potabilización del agua-, así como la estrategia de vacunación que pretendíamos desarrollar. Mientras yo hablaba -a veces más con gestos que con palabras-, un ayudante local me traducía. Aquella intervención consiguió anular la epidemia, salvando con ello miles de vidas.
Hace unos 20 años el destino me puso en Afganistán, tras aquel derrocamiento del poder talibán. Como médico preventivista integrante de la Sanidad Militar Española, en el contexto de una operación sanitaria capitaneada por la Organización Mundial de la Salud, viví in situ otra campaña vacunal, en este caso contra esa Poliomielitis que seguía causando estragos en el país. De manera que, enrolados en convoyes altamente protegidos -para la guerrilla del antiguo régimen seguíamos siendo un objetivo prioritario- visitamos sus aldeas, negociando con los cabecillas de cada clan -a veces más con dólares que con argumentos- y administrando luego las dosis que fueran oportunas.
Hace casi dos años, ejerciendo en la Sección de Epidemiología del Servicio de Sanidad de León, tuve el honor de recibir las primeras dosis de vacuna llegadas a la provincia, frente a ese Coronavirus que había despertado una pandemia. También hubo mucho que explicar.
Por último, anteayer la vida permitió que estuviera en el Palacio de Botines, de mi ciudad, para impartir una conferencia a un grupo numeroso de colegas pertenecientes a la Atención Primaria, a propósito de otra vacuna en cuya eficacia y seguridad creo firmemente: SHINGRIX, indicada en la prevención del Herpes Zóster y la Neuralgia Postherpética. Cuidadosamente organizado por la empresa farmacéutica GSK y teniendo como ponente compañera a la doctora Ana Cieza -quien enmarcó con precisión los costes tangibles e intangibles de ambos procesos-, en el acto insistí en sus indicaciones de administración a mayores de 50 años y de 18 con un riesgo superior de padecerlas -fundamentamente pacientes inmunocomprometidos- siguiendo en cada caso, eso sí, las recomendaciones oficiales habidas al respecto. 
La experiencia, tanto humana como profesional, volvió a ser de lo más gratificante. Y es que, desde la otra esquina del mundo a la puerta de mi casa, he acabado descubriendo que este tiempo mío ha estado ligado a las vacunas mucho más de lo que yo mismo suponía. 

4 comentarios:

Juan Fdez. Quesada dijo...

Gracias, Manuel, por la labor que haces y que hacen tus compañeros y que muchas veces es poco reconocida. Gracias. Un fuerte abrazo.

Carmen Ariñez dijo...

Claro que sí Manuel. Las vacunas son eficaces y seguras. En medicina, en salud, nada es 100% excelente o malo, pero sí que ejercen una protección importantísima que repercute en el mantenimiento de la salud de las personas.
Si al efecto de las vacunas se une el entusiasmo, la ciencia, la paciencia y el impulso de profesionales como tú, el efecto de las campañas de vacunación serán un éxito en un altísimo porcentaje de casos.
Gracias y un abrazo

Mar Vieira dijo...

Gracias Manuel, por plasmar tu gran experiencia

Unknown dijo...

Con cada vacuna has tenido una experiencia diferente. Gracias por compartirlo Manuel.