jueves, 13 de octubre de 2022

Mi mejor ayudante

Ocurrió hace unos días, estando en una misa con motivo de aquella celebración. A mitad de la ceremonia, se percibió cierto tumulto en la zona delantera, seguido de murmullos. Entonces el cura detuvo su oratoria y preguntó si había algún médico en el templo. Acudí de inmediato... Y al lado, mi hijo Manuel.
Se trataba de una señora mayor que había perdido el conocimiento. No la conocíamos de nada. Estaba con su marido, quien tan solo acertó a advertirnos de que toma medicamentos para la hipertensión. A su exploración, la noté inconsciente, taquicárdica, sin reaccionar a mi voz ni a otros estímulos y con desviación de la comisura bucal. Con la ayuda de Manuel, la recostamos en posición lateral de seguridad, mientras aliviábamos de gente esos primeros bancos... Y con su ayuda también, telefoneamos al Servicio de Emergencias 112, para que enviasen a un equipo de los suyos. Durante la conversación ya les anticipé que -a priori y en mi opinión- era un caso urgente, pues podría tratarse de un ictus.
La ambulancia apenas tardó tres minutos en llegar. Venía con dos sanitarios, pero no con médico ni enfermero, dado que en esos momentos todos los vehículos medicalizados estaban ocupados atendiendo otras incidencias. 
Abriéndonos paso entre la fila de la comunión, hicimos la transferencia en camilla. Fue entonces cuando desde el propio Servicio 112 me notificaron que -dada mi condición de facultativo, ante tales circunstancias y atendiendo a la normativa vigente- yo pasaba a ser el médico de esa paciente, responsable por tanto de su asistencia durante el traslado al Hospital. Lógicamente, acepté; como en otras ocasiones, mi familia lo entendió. Y durante el mismo, ayudado por aquellos sanitarios, le pusimos una vía con un primer tratamiento, permaneciendo en alerta ante cualquier posible complicación.
A la llegada a ese centro en el que -casual o causalmente- trabajo, completamos la transferencia. Nos estaban esperando. Todo fue rápido. En apenas otro minuto, ya estaba siendo atendida en un box específico para su patología. 
Al salir de aquel Servicio de Urgencias, me crucé con el marido de esa señora, quien nos había seguido con un taxi. En la medida de lo posible, lleno de dudas ante su pronóstico, intenté tranquilizarle. Él me dio las gracias. Quien ya no estaba allí era la ambulancia que me había traído pues, en cuanto bajamos, partió para cubrir otro aviso. Así que no me quedó más remedio que volver también en taxi al lugar donde había dejado a los míos.
Unos días después, sabedor de que todo salió razonablemente bien y que ya estaba ingresada en planta, acudí a ver a aquella paciente con mi bata blanca. Obviamente, ella no me reconoció... Pero su marido, sí. Volvió a darme las gracias, indicándole a su esposa que este es el señor que te salvó la vida. Yo le advertí que hice solo lo que pude, lo que sabía, habiendo cumplido con mi obligación. Sin embargo, él insistió en su agradecimiento, haciéndolo extensivo a mi hijo, quien ayudó a despejar la zona, a avisar por teléfono e incluso a él mismo a tomar su taxi. 
- Tiene usted el mejor ayudante que se puede tener -me dijo en la despedida.
Y de eso sí que no albergo la más mínima duda.

4 comentarios:

Maria del Huerto dijo...

De tal palo! … acudo al refranero popular, que tanta sabiduría acumula… y ante tales hechos que hablan por si mismos… a buen entendedor…
Mi reconocimiento a padre e hijo!

Juan Fdez. Quesada dijo...

Gracias, Manuel, por estar siempre presto a ayudar ante cualquier situación. Y gracias a ese buen ayudante que tiene un excelente modelo de vida. Un besote a ambos.

JOSE MANUEL dijo...

Manolo con personas como tú el mundo es mucho mejor. Y lo has sabido transmitir. Un abrazo a los dos y toda la familia

El Amor Azul Marino dijo...

Buenos días:

Mil gracias a todos por vuestras palabras y a las más de 2.000 personas que según el contador de Google Analytics han visitado en las últimas 24 horas esta entrada de mi blog. Así habéis podido conocer algún aspecto más de ese ayudante tan bueno que tengo, que es un gran niño -siempre sonriente, siempre dispuesto a colaborar- del que estamos orgullosos y que responde también al nombre de Manu.
Mil sonrisas, feliz finde.

Manuel.