En estos tiempos de controversia, pocas veces estamos tan de acuerdo: Lolo era un hombre esencialmente bueno. ¡Bueno de verdad! Releyendo el inventario de nuestras vivencias no encuentro ni una sola en la que mostrara la menor dosis de egoísmo. Nos regaló su amistad, mil ilustraciones para mil cuentos, tantas charlas distendidas, esa ironía que le delata... Confieso que quizá le pedí demasiadas ilustraciones para esas ONGs con las que suelo colaborar: desde la Fundación Juan Soñador, en León, a la Asociación de Padres con Niños Oncológicos de Aragón, entre otras muchas. Jamás respondió que no... Nunca pidió nada a cambio... Ni siquiera lo insinuó.
¡Igual con todo el mundo!
- Tú alopécico, yo melenudo... Tú de colores, yo de negro... Si tú llegas a en punto, yo a y cuarto pasadas -me comentaba entre bromas-... Eso demuestra que aun siendo tan distintos podemos ser amigos.
Porque así era Lolo. Tan noble que en ese proyecto conjunto titulado Cuentos de Carbón, que de la mano de Mariposa Ediciones verá la luz este próximo fin de semana en su Feria Esotérica de Fabero, llegamos a discutir porque -en otro exceso de generosidad- al principio él quería que lo firmase yo solo.
A personas con tal bonhomía se les quiere fácilmente... Y se les perdona todo; inclusive que llegara tarde a aquella presentación literaria o que nos perdiéramos con su coche cuando acudíamos a un colegio a hacer ese taller a cuatro manos de relatos y dibujos. Al final, eso sí, terminábamos riendo.
Aunque no lo sepa demasiada gente, Lolo me llamaba el prisas.
- Siempre vas corriendo -me decía-. ¡Si al final, nos vamos a morir igual!
Y en este epílogo, haciendo acopio de su humor tan característico, hoy le advertiría entre tapas que quien partió demasiado pronto fue él.
Echaremos de menos tu arte, tu carisma cazurro, tu corazón de niño reflejado en esos ojos que protegías con gafas oscuras... Porque como afirmó otro amigo tuyo, te fuiste sin saber que la Bondad estaba justamente en tu mirada.
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