En la mañana del pasado viernes, tras recibir un correo electrónico del Hospital indicándome que precisaban con urgencia sangre de mi grupo, acudí a donar. Lo suelo hacer dos veces al año, acompañado por mi hijo mayor, si bien en esta ocasión fui solo.
En el box de extracciones coincidí con una compañera sanitaria que tuvo la misma idea. Y allí, mientras nuestras bolsas se iban llenando, iniciamos conversación.
Para no variar, empezamos hablando de nuestros hijos -antes incluso que del trabajo- ya que, casual o causalmente, los mayores son de la misma edad. Ambos cursan primero de Secundaria. A la suya le cuesta mucho la asignatura de Lengua; se atasca al repasar las partes de un texto: adecuación, coherencia y cohesión. El mío se traba al memorizar en inglés los ejemplos de rocas clásticas sedimentarias: puddingstone, sandstone, clay and mudstone.
- ¡La de cosas tan importantes que aprenden! -me comentaba con cierto tono jocoso-. ¡Y en estos tiempos del Google!
En ese mismo tono, yo le apunté que si seguimos repasando junto a ellos, sería bueno que al menos eligiesen una carrera que a nosotros nos gustara.
Al margen del estrés que entre muchos padres y madres generan actualmente los estudios de sus chicos, he de reconocer que en mi experiencia particular los alumnos con mejores calificaciones de nuestra generación no fueron luego quienes más lejos llegaron. Al menos no siempre ocurrió así. Acorde con mi experiencia -que, por supuesto, puede estar equivocada-, a quienes personalmente la vida les acabó sonriendo con mayor intensidad en lo profesional fueron aquellos que -sin descuidar obviamente la adquisición de conocimientos- desde un principio eran más empáticos, más sociables, con mayor don de gentes e incluso más solidarios. De ahí que, aun sin restar importancia a cada nota, lo que realmente me preocuparía es que percibiera en mis pequeños un exceso de egoísmo, rencores, prejuicios o tristezas.
Así se lo advertí a esta compañera desde un punto de vista expositivo -sin intención de convencer-, no tanto argumentativo -en este caso sería para que cambiase de opinión-, que por algo en estos días ambos estudiamos en Lengua las maneras de abordar cualquier tema... De modo que, tras tomarnos ese zumo que dan en la despedida, ambos asumimos cierto propósito de enmienda: al llegar a casa y reencontrarnos con nuestros hijos, en vez de preguntarles de inmediato si se supieron o no la lección, les explicaremos pausadamente la importancia de ese acto altruista que acabábamos de hacer.
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