Después de hacer la carrera, el doctorado y la especialidad, hace ahora veinte años que inicié en el Instituto de Salud Carlos III aquel
Máster en Epidemiología Aplicada de Campo que me otorgara la condición oficial de epidemiólogo. Durante estas dos décadas he participado en mayor o menor medida en el estudio de cientos de brotes. Desde aquel primero de triquinosis en la comarca de la Vera -cuyos resultados llegamos a presentar en algún congreso en Francia- hasta ese penúltimo por cierta bacteria en una guardería, antes de que la actual pandemia lo acabase inundando todo.
En estos veinte años he tenido el honor de conocer a grandísimos profesionales de la Salud Pública, de recibir clases de científicos a los que admiro, de vivir experiencias inolvidables... Y de haberme sentido amigo de una persona tan extraordinaria como Dionisio Herrera (d.e.p). Algunas de esas vivencias fueron incluso bien lejos, lo que me ha permitido inspirarme para esos viajes que emprendo a través de mi Literatura.
Sin embargo, desde hace tiempo me ronda la necesidad de cambio. Descubrí que precisaba renovarme, resetearme como médico, como Manuel. Y esa oportunidad llegó en el otoño a modo de convocatoria de un proceso selectivo para otra plaza en una Sección distinta a Epidemiología -concretamente Ordenación Sanitaria-, a la que opté y para la que hoy he sido nombrado oficialmente.
Por un tiempo, mientras llega quien me sustituye o el Servicio lo requiera, seguiré realizando mis tareas como epidemiólogo. Ningún problema para eso. De hecho, hace apenas unos minutos que acabo de empezar otra guardia. Además, me consta que el resto del equipo continuará velando por la salud de la población, que es en última instancia nuestro objetivo. Y aunque por ello no sea una despedida formal, prefiero ir dando las gracias a aquellas personas que me han aportado tanto durante este ciclo, desde la convicción de que todas acabaron enseñándome algo que humanamente necesitaba aprender.