sábado, 31 de enero de 2009

En el Día de la Paz

En mi diccionario particular defino la Paz como el "amor con esperanza", a diferencia del Odio ("amor sin esperanza") o el Rencor ("amor mal administrado"). De hecho, de un modo u otro, pretendo que mis libros sean un alegato para la misma, a sabiendas de lo que ocurre cuando nos falta.
Quizá por ello me ha alegrado saber que los alumnos de un instituto de León, el IES. Antonio García Bellido (como antes ya hicieran otros en Logroño, Madrid o Zaragoza), trabajaron ayer uno de mis cuentos con motivo de la celebración del Día de la Paz. Concretamente el titulado La ramita de olivo, perteneciente al libro El amor azul marino.
En él hago una referencia a mi abuelo Tomás, el pastor: Un hombre bueno, un campesino de paz. En su mesa siempre hubo un plato de más, en su boca una sonrisa y en sus bolsillos montones de caramelos... Y de seguro que si yo hubiera prestado más atención a su solapa habría visto como de ella, al igual que de su corazón, prendía una ramita de olivo.

miércoles, 28 de enero de 2009

Leído en Internet

Pocas cosas resultan más gratificantes para alguien que escribe que saber que lo que has hecho ha gustado, ha generado emociones. Por eso hoy comparto con vosotros algunos comentarios que, sobre "Mi planeta de chocolate", han dejado distintos lectores en Internet:
En la web de La Casa del Libro, Cristina dice: "Me dijeron que era como El niño del pijama de rayas pero me engañaron: es muchísimo mejor".
http://www.casadellibro.com/libro-mi-planeta-de-chocolate/2900001296400
En el portal literario Lecturalia, Primavera opina: "Me parece muy entrañable cómo cuenta la historia de Benito, que desde el principio se hace querer. Cómo se maneja entre acontecimientos que realmente pasaron, cómo se mete en la piel de ese niño para desde él hacernos reflexionar.Y siguiendo con su sencillez de siempre. Para mí es una novela preciosa".
En el foro Ábretelibro, Julia señala: "Me ha gustado, tiene un tono muy diferente, se lee muy rápido. El final ha sido precioso... Una novela preciosa, Manuel". Sedum Album coincide: "He disfrutado mucho del libro y he pasado muy buen rato con él... Una bonita historia con un bonito final. Muy recomendable".
Y en el portal Ciao, Giratsi comenta: "Delicioso libro, capítulos cortos con párrafos cortos, lenguaje sencillo cercano mezclando lenguaje actual con el del momento, como si el autor estuviera a tu lado contándolo, descripciones certeras directo a más no poder, constante y muy pero que muy adictivo... Quizás alguno podrá entablar alguna analogía con otra novela protagonizada por otro niño, El niño del pijama de rayas, lo único parecido es que quizás sean dos críos víctimas inocentes de una situación, sinceramente ése solamente es el parecido pues esta novela nos lleva por otros derroteros para mí infinitamente mejores, tanto en forma como en estilo... Un libro que me ha gustado mucho (hacía tiempo que no disfrutaba tanto con un libro), sencillo, tierno y adictivo (como el chocolate) que os recomiendo encarecidamente pues no os defraudará y os dejará un buen sabor".
Gracias de corazón por vuestras opiniones y, como siempre digo, nos seguimos leyendo.

domingo, 18 de enero de 2009

Fotos de la presentación en Zaragoza















Dejo en esta entrada las fotos que hizo mi amigo Julio Marín con motivo del acto de presentación de Mi planeta de chocolate en el Forum FNAC-Zaragoza: con mi amiga y presentadora Yolanda Gómez, con mi hermana y mis sobrinos, con los productos de Chocolates Lacasa, firmando ejemplares...
Fue una tarde entrañable y tú supiste recogerla con la cámara. ¡Gracias, Julio!

sábado, 17 de enero de 2009

Como iba contando...

Y pasó la presentación de "Mi planeta de chocolate" en Zaragoza. Me emocionó el lleno que hubo. Tantos amigos, tantos lectores, tanta magia. En ese contexto, me sentí muy arropado.
Ángel Gracia (responsable del forum FNAC-Zaragoza) se encargó de que todo saliera según lo previsto, desde el programa "Bulevar" grabaron un reportaje (lo emitirá Aragón Televisión el próximo sábado a las 13 horas), Julio Marín hizo las fotos, Yolanda Gómez nos tendió un "puente de chocolate" con sus palabras, Chema puso las voces y la alegría, Chocolates Lacasa trajo muchos Conguitos... Tampoco faltaron los amigos de Aragón Radio, de RCL-Zaragoza 96.0, del foro Ábretelibro. Y así, con estos ingredientes, salió un guiso delicioso.
Pero la promoción del libro continúa, a sabiendas de que quien se para en este mundo literario está muerto.
Como dije ayer, y aun a riesgo de estar equivocado, creo con toda mi alma en lo que he escrito. Creo en la historia de Benito Expósito Expósito y no me resigno a que se arrincone por el mero hecho de no ser un bestseller. Por eso, en febrero volveremos a estar ahí: en Madrid, Valladolid, algunos municipios de Aragón y de nuevo Zaragoza.
Nos seguiremos leyendo, nos iremos contando...

sábado, 10 de enero de 2009

Zaragoza

"Y entre los muertos siempre habrá una lengua viva para decir que Zaragoza no se rinde".
Admito que la primera vez que leí este fragmento de Benito Pérez Galdos me emocioné. Y la segunda, y la tercera... y la última.
En ese peregrinar que a veces marca la vida me ha tocado vivir en muchos sitios: Madrid, Barcelona, Cádiz... León. En todos me he sentido muy a gusto, un ciudadano más. Y de todos he procurado aprender.
Sin embargo, reconozco que mis raíces están allí, en tierras mañas. Los recuerdos de infancia, cuatro sobrinos, tantos amigos, la Romareda. Volver a Zaragoza, aunque sea sólo de fin de semana, me llena de ilusión. Y más, como sucede, si es para presentar las aventuras de otro Benito, apellidado Expósito Expósito, que protagoniza mi libro Mi planeta de chocolate.
Será el próximo viernes 16 de enero, a las ocho de la tarde, en el Forum FNAC (Pza. España s/n). Habrá sonrisas, cuentos, chocolates gentileza de Chocolates Lacasa y una presentadora de lujo: Yolanda Gómez, amiga y periodista de Aragón Televisión.
Allá estarán las cámaras del programa Bulevar para grabarlo. ¡Será bonito!
Estáis todos invitados.

martes, 6 de enero de 2009

Noche de Reyes

Sé que el mundo no está para muchos cuentos, que a estas horas hay lugares en los que la guerra y derivados campan a sus anchas. Admito que en esas condiciones no importa demasiado lo que diga; ni siquiera recordar que siempre fue en una Noche de Reyes cuando empecé a escribir mis libros. La del 2004: El amor azul marino. La del 2006: Cartas para un país sin magia. La del 2007: Mi planeta de chocolate. En ésta del 2009 he redactado unas líneas... pero sobre todo he leído y releído. Entre otros, un cuento que escribí tal día como hoy hace cinco años y que dice asi:

La noche del cinco de enero siempre llegó a mi casa, como a tantas casas del mundo, cargada de magia e ilusión. De pequeño, justo antes de acostarnos, los tres hermanos disponíamos un sofá con nuestros nombres, unos zapatos, turrón y vino para los Reyes, y alfalfa para sus camellos.
Ya en la cama, con independencia de lo que hubiera escrito en mi carta, requería de cada uno un deseo particular.
No acierto a saber por qué, Melchor fue siempre mi favorito. Tal vez por eso le pedía suerte para todo aquello que tuviera que ver conmigo: los exámenes de matemáticas, los juegos en el recreo o cualquiera de los retos que me hubiera propuesto para el año venidero.
A Gaspar le reclamaba esa misma gracia para familia y amigos: que además de juntos estuviésemos unidos, que siguiéramos siendo felices, que no hubiese ausencias en nuestras citas.
Y para Baltasar reservaba las peticiones que permitieran que este mundo en que vivimos se sintiese cada día más humano: libertad donde no la hubiera, respeto en las diferencias, sobredosis de tolerancia para los intolerantes.
Todavía recuerdo la madrugada en que les oí llegar al balcón de mi casa. Fue el año que trajeron la primera bicicleta y quizá por ello hicieron más ruido de lo normal. Atónito de curiosidad permanecí quieto en la cama a la espera de que el resto despertase. Me alegró saber que papá también les había sentido.
Tampoco olvidaré la merienda en la que Andresito proclamaba que los Reyes no existían.
- ¿Cómo podéis creer esa tontería? Los regalos los compran vuestros padres y los de la cabalgata son señores disfrazados. Fijaos en el negrito y veréis que va pintado de betún.
- ¡Qué no es así! -le decía yo al resto de la pandilla-. Que si algo es un invento, son los padres, no los Magos.
Poco me importaba con doce años ser el único niño de la clase que seguía creyendo en esa tradición. E incluso cuando mamá nos lo confesó (es probable que se sintiera obligada al verme el más mayor de cuantos chavales guardaban fila para entregar su carta a los pajes) pensé que había algo en esa noche que sólo podía entenderse con una perspectiva de ilusión.
Desde entonces, en mi nómina de demandas a los Magos de Oriente ha habido de todo: salud, patines, trabajo, dinero, cajas con lazo, sin lazo, paz, amor... ¡La de cosas que se perdió el listillo de Andresito!
Sin embargo en esta ocasión, tras dos años consecutivos de adioses sentidos, decidí por vez primera romper el ritual, no montando el sofá del salón ni pidiendo nada a nadie para que nada pudiera perder.
Así que cené, me asomé en la disquetera al preludio de un concierto y acudí a la cama a la hora de costumbre sin recordar que esa noche había sido siempre la más singular.
Aun cuando pueda parecer consecuencia de la ficción o de las pastillas con las que a veces engaño a la ansiedad, he de reconocer que quedé dormido de inmediato y empecé a soñar como en mis tiempos de crío.
El primero que apareció en sueños fue el Rey Melchor. Vestía ropa informal en una ciudad repleta, pero lo reconocí enseguida por la ternura de su mirada. Nos saludamos como viejos amigos y comentó:
- Manuel, ¿por qué esta vez no has pedido nada?, ¿quieres alguna cosa para ti?
Tras un instante de silencio respondí que no pues lo que verdaderamente deseaba se lo había llevado el pasado de manera irremediable. No obstante, le dije que si en alguna ocasión pudiera elegir dónde vivir me gustaría hacerlo en un mundo sin Memoria. Un universo carente de vivencias, sin recuerdos, para que no sobrevinieran las desgracias del ayer, para que nadie empuñara un rifle por algo que sucedió hace siglos, para que ningún alma guardase un reproche en su interior.
Melchor quedó desconcertado y, tomando mi brazo, me llevó ante las puertas de un asilo. A través de sus verjas contemplé unos cuerpos tibios, inmutables, carentes de sensaciones. Sin lágrimas ni sonrojo, sin luces ni sombras, aguardaban silentes en un solar detenido junto al andén del Alzheimer.
- Dentro de ese recinto no existe la Memoria -asentó su Majestad-. Cierto es que ningún demente recuerda sus penurias, pero tampoco sus venturas y alegrías. ¡Y la vida está llena de éstas! Porque saber vivir consiste precisamente en eso, en aprender de los errores y disfrutar de todo lo bueno que se te ofrece. No permitiré que reniegues nunca del legado maravilloso de quienes ya no te acompañan. Ése será mi regalo para ti.
Dicho esto, me dedicó su sonrisa más tierna y se alejó.
Apenas un instante después apareció el Rey Gaspar. Lucía traje de serie, si bien la dulzura de su voz resultaba inconfundible. Tras estrechar nuestras manos preguntó con voz templada:
- Manuel, ¿por qué esta vez no has pedido nada?, ¿quieres alguna cosa para tu familia o tus amigos?
Dije de nuevo que no, aun cuando advertí que si en alguna ocasión pudiera elegir dónde vivir querría hacerlo junto a ellos en un mundo sin Pensamiento. Un lugar en el que no hubiera premisas, motivos ni consecuencias. Un sitio vetado a las dobles intenciones, a interpretaciones perniciosas, a empecinamientos por entender las decisiones del corazón.
Gaspar quedó perplejo con mi respuesta, invitándome a visitar la vieja factoría de la esquina. En ella, una legión de obreros anónimos suplía su eslabón en la cadena bajo la mirada desafiante del patrón. Sobre los muros, tallado en sudor y sangre, el lema de la empresa: “Pagamos por trabajar, no por pensar”. Tal vez por eso nadie habla, nadie transmite, nadie sonríe, en una atmósfera viciada de amianto y sinrazón.
- El Pensamiento nos hace humanos -replicó el Mago- y no puedes repudiarlo sin renegar de tu condición de persona. Pensar es una virtud extraordinaria que te hace libre y, con ello, más feliz. Ejércela desde la conciencia y tus actos serán nobles. No te obsesiones con el pasado y afronta de cara el día a día. Prometo ayudarte en esta empresa pues ése será mi regalo para ti.
Dicho esto, dibujó una mueca colmada de cariño para volver a desvanecerse entre la multitud.
Casi simultáneamente apareció el Rey Baltasar, con túnica de colores y un turbante carmesí. Nos abrazamos, mostró su alegría al verme y planteó en tono efusivo:
- Manuel, ¿por qué esta vez no has pedido nada?, ¿quieres alguna cosa para el resto de la Humanidad?
Respondí con un escueto no, pese a señalarle que si en alguna ocasión pudiera escoger un mundo para ella lo elegiría carente de Amor. Para que así no hubiera desengaños, idilios imposibles, desenlaces amargos. Un cosmos racional en el que dos y dos siempre fueran cuatro, en el que las pasiones no se vivieran como tragedias y en el que el cariño fuese el afecto sumo al que una persona pudiera llegar.
Ante estos argumentos el bueno de Baltasar palideció y, tras insistir en que le siguiera, me llevó a los extramuros de la ciudad. Allí me mostró un desierto inhóspito, sin pulso, sin gana.
- Eso es lo que pides -contestó-. Un ente muerto en el que nada resulta posible. El Amor es la esencia de la vida y por ello no debes exiliarlo de tu corazón. Ama de manera sencilla las cosas sencillas, apasiónate con aquello que merezca tu pasión, disfruta cada momento sin nostalgias ni reservas. Pero sobre todo nunca te olvides de amarte también a ti, a tu vida, a tus circunstancias. Yo estaré contigo en este envite pues ése, precisamente, será mi regalo para ti.
Dicho esto, despidiéndose con un guiño, regresó a la ciudad.
Al despertar el día seis por la mañana comencé a acordarme de los míos (incluidos mis padres, a los que siempre he sentido muy cerquita), de tantos amigos, de mí mismo. Pensé en las muchas cosas que me unían a ellos, en los proyectos que todavía nos quedan por compartir. Me sentí dichoso con el nuevo amanecer y advertí que en ese sentimiento había mucho amor.
Y es que estaba descubriendo que, a pesar de no ponerles vino ni turrón en el sofá, esa noche los Tres Magos habían vuelto a pasarse por mi casa.

Nota: Texto perteneciente al cuento Noche de Reyes incluido en mi primer libro El amor azul marino.