lunes, 31 de agosto de 2020

En la fiesta de Blas

Como personal sanitario, estoy obligado al secreto profesional. Por eso, a menudo, lo que escribo nunca ha pasado... o tan solo ha ocurrido en mi imaginación... o simplemente...
Es el caso de esa fiesta que, en tiempos del Coronavirus, un joven llamado Blas organizó en cierta casa a las afueras para celebrar su cumpleaños. Sin duda, se trataba de otro chico con empatía, pues a la misma acudieron más de cincuenta invitados. Alguno de ellos, incluso, utilizando transporte público. También resultaba de lo más convincente; bastó que gritara ¡fuera mascarillas! para que todos saltasen las medidas básicas de prevención ante esta epidemia que vivimos. Tan solo su primo decidió mantenerla puesta y procurar en todo momento las distancias de seguridad recomendadas.
La fiesta salió según lo previsto. Hubo música, bebida de garrafón, cien regalos sorpresa... Incluso al ritmo de su Amante bandido, bailaron a la salud de Miguel Bosé.
- ¡Por ese gran artista! -proclamaría en el brindis.
- Sin duda, lo fue -musitaría su primo-; aunque ahora no tenga ningún rigor científico.
Poco a poco, de madrugada, los invitados se fueron disolviendo. Y hasta tres días después no volvió a saber de ninguno de ellos. Una amiga le llamó desde el servicio de urgencias del Hospital para compartir que le habían diagnosticado de COVID19. Al poco avisó su hermana, su padrino, aquella antigua novia... Todas sus PCR a Coronavirus estaban dando positivo.
A través de las encuestas epidemiológicas se constató que aquella fiesta había generado más de una decena de casos confirmados, sesenta cuarentenas, un ingreso hospitalario, el enrojecimiento de al menos tres zonas básicas de salud... Otro brote de libro con varias extensiones. Y todo ello, con el consiguiente coste económico e intangible que de ello se deriva.
Antes, en mis sueños de chiquillo, en la fiesta de Blas todo el mundo salía con unas cuantas copas de más... Ahora, en nuestros delirios de mayor, algunos salen infectados por Coronavirus.

domingo, 30 de agosto de 2020

Doce días después

Dejaba mi teléfono de guardia a las ocho de la mañana del lunes 17 y lo volvía a tomar a las tres de la tarde del viernes 28. Durante estos días de supuestas vacaciones, reconozco que he descansado, pero no he sabido desconectar. Quizás en ello haya influido el tener constancia de que la situación epidemiológica de esta pandemia en mi Área Sanitaria ha empeorado sensiblemente. Y lo peor, es que lo presentía.
En mi opinión -y como tal, admito que puedo estar absolutamente equivocado-, en esta lucha desigual contra el Coronavirus chocamos frontalmente con al menos tres muros:
1.- De actitud poblacional. En el ejercicio de mi profesión, he abordado brotes en África (Cólera, Benin 1991), América (Fiebre tifoidea, Perú 2002), Oriente Medio (Yala-Yala y Poliomielitis, Afganistán 2009)... En todos ellos la población afectada siguió a rajatabla nuestras recomendaciones y todos se lograron controlar. No recuerdo ningún reproche negacionista, ningún ídolo de masas que nos cuestionara, ningún artículo en contra. Y mucho menos, episodios de violencia como el que me han declarado este fin de semana, cuando dos agentes encargados de velar por su cumplimiento fueron agredidos brutalmente al requerir en un grupo el uso adecuado de sus mascarillas.
2.- De tiempo. Aunque parezca tarea fácil, formar a un epidemiólogo conlleva una inversión. En mi caso, seis años de carrera (Medicina), cuatro de especialidad (Medicina Preventiva y Salud Pública) y otros dos específicos (Máster en Epidemiología Aplicada de Campo). En total, doce. Es cierto que existen atajos, pero en cualquier caso se trata de un proceso largo. Además, al abordar poblaciones y no pacientes, con frecuencia se nos ha considerado sanitarios de nivel inferior, como lo demuestra el no reconocimiento de nuestra carrera profesional. Hasta hace unos meses, la mayoría de las personas ni siquiera sabía que existíamos.
Con todo ello, no es de extrañar que seamos tan pocos, que no cubramos ni de lejos las ratio recomendadas por la Unión Europea, que a menudo estemos literalmente desbordados.
Sé que desde la Administración se está formando personal a toda prisa... Lo que no sé, por simple lógica, si llegaremos a tiempo de algo.
3.- Económicos. Sin duda, disponer de una buena Salud Pública cuesta dinero. Tenemos los mimbres para ello, pero debe invertirse más. En formación, en medios, en personal. Aun cuando este virus no entienda de estatus, estoy convencido de que aquellos países que lo hagan bien, saldrán antes adelante. Y es que, desde el respeto y sin caer en vanidades, tampoco resulta normal que -como ha compartido cierta compañera- para cubrir algunas guardias debamos abonar más por hora a quien cuida de nuestros hijos que lo que por ellas nos pagan a nosotros.
En cualquier caso, toca seguir. Y seguiremos. Esta noche, pegado al teléfono. Mañana, a primerísima hora, desde mi despacho. Porque no dejaremos de combatir contra esta pandemia que en verdad nos ha dado visibilidad... pero que a ratos me está dejando sin sonrisa.

viernes, 14 de agosto de 2020

Sin reloj

Aunque sea la tercera vez en lo que va de verano que cierro mi blog por vacaciones, advertiré que solo tengo los días reglamentarios. Lo que pasa es que este año los disfruto menos seguidos, pero más veces. Debido a la pandemia que vivimos y atendiendo a criterios de eficiencia, se ha decidido que sea así.
Tal vez sean en familia, de pueblo, alejado del móvil, con alguna escapada, sin paseos ni siestas... o quizá todo lo contrario. Lo único que tengo claro es que serán sin reloj.
Nos seguiremos contando a la vuelta.

jueves, 13 de agosto de 2020

El violinista del Titanic

A menudo preferiría no conocer los estragos que el cambio climático está causando en nuestro planeta. Ser capaz de ignorar que este mismo año, la temperatura en la Antártida el día seis de febrero rozaba los 20º C -¡máximo histórico, después de un mes sin nevar!- cuando debería estar a 0º C, que el 22 de junio Siberia batía sus registros superando los 38º C, que cada vez es mayor el número de refugiados climáticos como consecuencia de la sequía que arrasa el África Subsahariana...
A menudo quisiera no creer que esta pandemia de Coronavirus tiene su origen en el deterioro medioambiental, al haberse roto esa barrera defensiva que constituye la Naturaleza, aumentando con ello las interacciones entre el ser humano y otros animales salvajes poseedores de microorganismos propios...
A menudo elegiría no formar parte del proyecto León libre de plásticos de la asociación EducAmor?, dejar de organizar batidas en la playa para limpiar nuestras costas o sentirme indiferente ante cualquier lata arrojada a la montaña...
A menudo me gustaría desconocer que ya no queda ningún ecosistema marino sin contaminar, que los mosquitos invasores causantes de tantas enfermedades colonizan nuevos hábitats -¡atención a esa Fiebre del Nilo que avanza por el sur de Europa!-, que el nivel de nuestros mares está subiendo por el deshielo o que los calefactores de las terrazas de los bares contribuyen a ese calentamiento global, al haberse estimado que solo una de ellas equipada con cuatro braseros emite durante una jornada tanto CO2 como un trayecto en coche de 350 kilómetros.
Ayer el tiempo nos dio una tregua entre dos olas de calor. Aun lloviendo y con el cielo encapotado, la temperatura en mi ciudad osciló entre los 14 y los 27º C. Evidentemente, no hacía frío o en su defecto nada que no remediase alguna chaqueta. Al pasar por varias terrazas de su centro urbano, observé numerosos calefactores encendidos. Tenemos derecho a estar calentitos, que nos dijera aquel conocido al saludarle. En algunas ni siquiera había clientes alrededor.
A menudo me siento como ese violinista del Titanic, que acabara embelesado con su música mientras el barco se hundía... Y entre tanto, por si alguien me escucha, seguiré tocando. Respetuoso con ese derecho a estar calentito, pero preocupado porque al final nos vamos a quemar.

domingo, 9 de agosto de 2020

Nueva Zelanda en tiempos del Coronavirus

Con motivo de esta pandemia de Coronavirus, a principios de abril la primera ministra de Nueva Zelanda anunció una rebaja de su sueldo del 20% durante al menos seis meses, así como de los del resto de ministros y jefes ejecutivos de servicios públicos, salvoguardando de ella a los trabajadores esenciales que desarrollaran su labor en primera línea, como reconocimiento a los sacrificios de los ciudadanos por las medidas de contención decretadas. Dicho gesto -calificado, por cierto, como populista e ineficaz por algunos mandatarios de nuestro país- fue valorado positivamente por sus habitantes, hasta el punto de que hubo un compromiso global en cumplir con cada medida de control.
Causal o casualmente, hoy mismo Nueva Zelanda ha sumado cien días seguidos sin declarar ningún caso COVID19, hasta el punto de que ya hay quien asegura que la epidemia allí se ha erradicado. El último caso diagnosticado data del uno del mayo y en total la enfermedad ha causado 22 fallecimientos. El cumplimiento social de las normas preventivas -incluyendo confinamientos y rastreo de contactos- ha resultado impecable. Sus fronteras permanecen cerradas y cualquiera que llegue al país debe cumplir una cuarentena de 14 días.
En estas circunstancias, la población del archipiélago ha regresado a su vida normal, sin distanciamiento social y con público autorizado en eventos deportivos o culturales.
España se ubica geográficamente en las antípodas de Nueva Zelanda. Lo que nunca pensé es que también, en estos tiempos del Coronavirus, estuviéramos tan distantes.

sábado, 8 de agosto de 2020

Presentándonos al Premio Setenil

Siempre alegra compartir que una de mis obras optará a uno de los premios de libros de relatos más importantes de España, editado en el último año. Será concretamente El amor en los tiempos del Mindfulness -Premio Certamen Carta Puebla 2019, en su modalidad de libro de cuentos-, ilustrado por la genial Raquel Ordóñez Lanza, con la que nos presentamos a esta decimoséptima edición del Premio Setenil, convocado por la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Molina de Segura.
Y es que, como afirmara nuestra amiga Ana Rubial en su prólogo, El amor en los tiempos del Mindfulness es un libro para releer, para abrir por cualquier página y encontrarse con el cuento que cada cual necesite en ese momento.

viernes, 7 de agosto de 2020

Mascarillas en tiempos del Coronavirus

Me llega por enésima vez un vídeo a través del wasap, afirmando directamente que el uso de las mascarillas genera cáncer. Lo asegura un tal Stefano Montanari, quien se presenta como nanopatólogo. Apenas he oído hablar de esta especialidad y tampoco sé más respecto a su formación. Su nombre tampoco figura en los buscadores científicos internacionales y lo que dice haber demostrado no está publicado ni validado. Tan solo encuentro de él alguna entrevista asegurando que la vacuna frente al COVID19 será una estafa millonaria.
Lo reviso más despacio: "Las mascarillas hacen que volvamos a inhalar el anhídrico carbónico que expulsamos al respirar... produciendo una hipercapnia que lleva a la acidosis... condición ideal para desarrollar enfermedades como el cáncer".
Tristemente, a la pandemia del virus le esta siguiendo otra epidemia de desinformación. Y es que tal conclusión no es cierta. El uso de mascarillas podrá ser más o menos molesto, pero en personas sanas no genera ni hipoxia -falta de oxígeno- ni hipercapnia -exceso de anhídrido carbónico-. Porque no son compartimentos estanco, permitiendo el flujo de aire por sus parte superior y lateral... Porque no existe plausibilidad biológica -una de las condiciones que los epidemiólogos exigimos para establecer cualquier causalidad- que sostenga que incuben cánceres... Porque no hay un solo estudio científico que demuestre tal relación.
Únicamente podrían generar algún problema entre aquellos pacientes con una insuficiencia respiratoria considerable, de portarlas durante largo tiempo o realizar mientras tanto algún ejercicio intenso. Y aun así, el riesgo sería mayor para que se produjera una disnea o fatiga que dicha acidosis. De ahí que la normativa vigente les exima de su uso.
La iniciativa italiana Patto per la Scienza denunció en marzo que las afirmaciones de Montanari generan confusión y desinformación entre los ciudadanos, carecen de base científica y pueden conducir a un comportamiento ilegal y peligroso, al instarles a salir de casa sin tomar medidas o a subestimar esta pandemia. Su alegato en forma de vídeo  no me ha llegado nunca. El del supuesto nanopatólogo, varias veces. Y es que, también en estos tiempos del Coronavirus, apuntalar una verdad nos cuesta mucho... Desmontar cualquier mentira, ¡muchísimo!

jueves, 6 de agosto de 2020

Fútbol en tiempos del Coronavirus

Fue Lucía Etxebarría quien aseguró que el fútbol era el opio del pueblo... Jorge Valdano quien afirmara aquello de que el fútbol es lo más importante de entre las cosas que no tienen importancia... Y nuestro amigo Pepe quien me describiese como una persona tan alemán para el trabajo como griego en mis pasiones. Y es que entre ellas, no puedo negarlo, se encuentra este deporte.
Dado que los directivos pertinentes nunca idearon plan B, resulta que a estas alturas la Segunda División del fútbol español aún está sin terminar, a raíz de aquellas PCR positivas que se detectaron entre la plantilla de uno de sus clubes. El lío es monumental, pero me da que no habrá dimisiones. A esos niveles, casi nunca las hay.
En cualquier caso, lo que me preocupa es un hecho ocurrido al respecto. Los jugadores de ese equipo en el que se sabía la existencia previa de casos confirmados -al margen de que tras su estudio de contactos se les indicara o no cuarentena- se realizaron una PCR por la mañana, se metieron en un avión sin esperar resultados y aterrizaron por la tarde sobre esa ciudad en que debían jugar. ¿En qué protocolo consta que eso sea correcto? En mi opinión, tal hecho supone una irresponsabilidad epidemiológica, aunque cierto legislador -probablemente de los mismos a los que debo justificar al detalle alguna actuación preventiva- no lo considere así.
De modo que a mí, que en cada estudio de contactos de esta pandemia insisto a las personas implicadas en que cumplan los aislamientos sin moverse de casa -y mucho más estando pendientes del resultado de cualquier prueba-, este ejemplo del fútbol me pone contra las cuerdas. Por ello, no me extraña la actitud que ayer mismo nos mostraba uno de esos contactos: ¿Por qué no se me permite viajar en coche de León al Bierzo para estar con mi familia, mientras todo un equipo puede tomar un avión desplazándose 600 kilómetros para jugar un partido?
Y lo peor es que lleva razón.
Así que, parafraseando a aquel entrenador llamado Bill Shankly, proclamaré que aunque haya gente que piense que el fútbol es cuestión de vida o muerte, no me gusta su postura. Tristemente, a menudo, resulta mucho más que eso.

miércoles, 5 de agosto de 2020

Quejándome de las quejas

Este mismo lunes entraron dos. Otro par de reclamaciones alegando supuestos agravios a propósito del calendario vacunal. La primera cuestiona airadamente por qué solo se incluye a las niñas frente al Virus del Papiloma Humano. ¿Qué pasa con los chiquillos? La segunda, por qué se eligió una fecha para a partir de ella vacunar contra Meningitis ¿Y si mis hijos nacieron antes? Pese a sus diferencias, ambas coinciden en ciertas frases: ¡Cuánta injusticia!, Tengo derecho a y Que todas sean gratis.
Aun asistiéndoles la opción a presentarlas, esas personas reclamantes deberían saber el tiempo invertido en darles respuesta -que indudablemente se resta a otras actividades de interés-. Pero es que además, no siempre tienen razón.
Deberían saber que la Comunidad en la que viven -y en la que yo desempeño mi trabajo- ofrece uno de los calendarios vacunales gratuitos más completos de España y, desde luego, mucho mayor que el de nuestros países vecinos. En Francia, Alemania o Italia, por poner tres ejemplos cercanos, los productos financiados por su Administración son significativamente menores. ¡Y no digamos en Estados Unidos! De ahí la sorpresa de aquellos estudiantes Erasmus a quienes hubo que vacunar como consecuencia de un brote. ¿De verdad que no nos cuesta nada?... Deberían saber del esfuerzo a diferentes niveles que conlleva incrementar y actualizar dichos calendarios, máxime en tiempos de recursos limitados, tomándose decisiones lo más eficientes posibles desde una perspectiva preventiva... Y deberían saber que como persona y epidemiólogo siempre antepondré a la Justicia -todo para todos- esa otra virtud llamada Equidad -más para quien más lo necesite-. Porque puede que en nuestro medio la vacunación infantil no sea todo lo justa que quisiera, pero al menos resulta todo lo equitativa que el sistema nos permite.
Así, entre montañas de quejas, rebusco en mi memoria si alguien nos escribió alguna vez agradeciendo la amplitud de vacunas que ofrecemos sin coste... Casual o causalmente encuentro una: aquella muchacha austriaca, hija de emigrantes leoneses, a quien vacunamos contra la Rabia después de que un murciélago le mordiera. En su texto refería que de haber estado en Viena, habría tenido que abonar las cuatro dosis.
Y es que, aun a riesgo de perderla, deberíamos valorar más la Salud Pública que tenemos.

martes, 4 de agosto de 2020

Entrevista en la Revista Humanizar

Quien me conozca sabrá que no soy dado a conceder entrevistas desde mi condición de médico epidemiólogo. Sin embargo, con la revista Humanizar he hecho gustoso una excepción. Primero, porque como lector suyo comparto este objetivo: la humanización del mundo de la Salud. Segundo y no menos entrañable, porque la misma me la realizó una amiga a quien admiro tanto en lo personal como en lo literario: Mª Pilar Martínez Barca.
Bajo el titular Si no aprendemos nada de esta crisis, volveremos a caer, entre las páginas 40 y 42 del último número de esta publicación me atrevo a desgranar distintos aspectos de la Virología básica, de esa pandemia por Coronavirus que actualmente vivimos y -aprovechando mi vitola de cuentista- la ficción o realidad que contrasto al respecto... Y siempre con el objetivo último que sintetiza este monográfico tan interesante: que entre todos, coronemos los cuidados.

lunes, 3 de agosto de 2020

En la playa de La Lanzada

Me alegré mucho cierta mañana en Córdoba al constatar que esa chica sentada en algún parque leía la novela Justicia de mi madrina literaria -así la he considerado siempre por lo mucho que me ayudó en mis comienzos como escritor- Marisa Azuara... Y otro tanto en aquel trayecto en tren desde Barcelona, tras comprobar que ese ejemplar que portaba el viajero de al lado era precisamente La sombra del Faraón, de nuestro amigo Santiago Morata.
De ahí que cuando Manuel pequeño vino a decirme que en la playa de La Lanzada -nuestra elegida para desconectar unos días de la tediosa rutina- había cierta joven leyendo algún libro mío, me llevara esa sorpresa teñida de satisfacción.
Porque, en efecto, así fue. Aquella muchacha releía mi obra Cartas para un país sin magia (Ediciones Irreverentes), compartiendo más incrédula que yo que le había gustado mucho, que le pintó mil sonrisas y que incluso lo había regalado entre sus amistades. Ni a ella como lectora ni a mí como escritor, nos había ocurrido nunca un encuentro así. Por supuesto, quedó constancia de ello en la fecha de su dedicatoria. Y es que esta Vida nuestra, incluso estando de vacaciones, acostumbra a sorprendernos a base de casualidades.