lunes, 28 de septiembre de 2020

Niños en tiempos del Coronavirus

En ese confesionario en el que a veces convertimos el momento de la cena, nuestro Principito nos ha revelado que como en el cole no pueden practicar deportes de equipo, a lo que más juegan en su recreo es a policías y ladrones. Eso sí: dado que con eso del Coronavirus no se pueden acercar mucho, lo mejor es ser caco pues casi nunca te pillan.
La Sirenita nos contaba que hoy jugaron a ir a clase. De manera que antes de entrar tomaban la temperatura con un termómetro de mentira, ponían su mascarilla, echaban gel imaginario en cada mano y si alguna tosía debería volver a casa.
Y es que en su condición de esponja, los niños juegan a lo que ven. 
Incluso aquel abuelo que me habló de una guerra, decía que los chavales de entonces jugaban a esconderse en casetas de cartón para huir de los bombardeos que en sus sueños ideaban.
De ahí que los pequeños sean un grupo tan vulnerable, que debamos extremar nuestro cuidado con ellos. Y más con todo cuanto están viviendo en esta pandemia: durante el confinamiento fueron los últimos a los que se les permitió salir -por detrás incluso de las mascotas-, sus parques siguen cerrados -a diferencia de las salas de juegos de los mayores-, las horas de mascarilla llevan camino de prorrogarse... Y sé por mi trabajo que a más de un chiquillo no se le ha considerado su exención por considerarse otro capricho infantil.
Por eso quisiera que esta entrada les sirviese de homenaje. Por ser como son, por ser nuestro futuro, por ser simplemente niños. Y también, como adulto, para pedirles perdón; porque a menudo adoptamos decisiones en su nombre, cuando en verdad en quien estamos pensando es tan solo en nosotros.  

sábado, 26 de septiembre de 2020

La guerra en tiempos del Coronavirus

Leía recientemente que un dirigente de la Organización Mundial de la Salud -OMS- apuntaba que en estos tiempos del Coronavirus estamos asistiendo a la III Guerra Mundial. Ciertamente existe un enemigo -el maldito virus-, contabilizamos bajas -solo en EE.UU. han fallecido por COVID19 más personas que en sus últimas cinco guerras-, asistimos a cien crisis paralelas -desde económica a social-... e incluso muchos profesionales implicados mostramos cuadros similares a los descritos en el estrés postcombate.
No obstante, en mi opinión, aun confiando en los postulados de la OMS y siendo poco dado a regalar nada al bicho, diré que tal comparación me resulta exagerada.
Casual o causalmente, he conocido la guerra. Primero, por lo que mi abuelo nos contaba de aquella que le tocó sufrir. De su voz aprendimos cada tarde esas palabras mágicas que ayudan a evitarla: graciasbuenos díasde nadapor favor. Y es que él, lejos de entrar en detalles, prefería educarnos en su contrario: la Tolerancia, por delante incluso de simplemente la Paz... Segundo, por lo que viví en persona en escenarios tan dispares como Mostar o Bala Murghab.
En cualquiera de los casos, admito que algunas imágenes de esa COVID19 se superponen a la de los conflictos.
Hace apenas diez años, siendo médico de vuelo encargado de recoger en helicóptero bajas sanitarias en el norte de Afganistán, tuvimos una difícil misión: trasladar de urgencia a algún paciente herido a nuestro hospital de referencia. Para tomarlo en tierra debíamos atravesar esa zona de pastoreo que podría estar minada. Aquel zapador iba en cabeza pisando sobre un terreno de máximo riesgo para que el equipo de estabilización pudiera avanzar sobre sus huellas. Recuerdo que al verle pensé:
- Este hombre se juega el tipo por nosotros. 
Y después de descubrirme ante él, a su actitud le llamé profesionalidad.
Hace apenas dos meses, siendo médico epidemiólogo responsable del estudio de un brote COVID19 en el Páramo leonés, tuvimos otra dura misión: hacer cierta tarde, en pleno mes de agosto, decenas de PCR, a fin de detectar lo antes posible cualquier caso habido entre los contactos estrechos registrados. Aquella enfermera sudaba a destajo dentro de su equipo de protección individual, a más de 40 grados. Recuerdo que al verla pensé:
- Esta mujer se juega el tipo por nosotros.
Y después de agradecerle tal labor, a su actitud le llamé responsabilidad. 
Por eso y quizá por lo que aprendí de mi abuelo, ante nuestros hijos prefiera no centrarme en la pandemia sino en su contrario: la Vida, por delante incluso de solo la Salud. Así cada noche, en la antesala de tantos cuentos, les enseño esos gestos mágicos que ayudan a preservarla. Y de entre ellos, a pesar de las mascarillas, no podría faltar el sonreír.

jueves, 24 de septiembre de 2020

Tomando decisiones

El teléfono de guardia sonó hacia las seis. No era la primera llamada de la tarde ni sería la última... pero resultó la más particular. Otro incidente relacionado con ese maldito virus que ayer batió récords de casos confirmados en mi provincia, que ha saturado de nuevo las UCI y mermado tantas camas de nuestros hospitales. Cada vez que alguien nos dice que no cree en la existencia del bicho le invitaría a que viniese conmigo tan solo una jornada de trabajo.
Ante dicha contingencia y según el protocolo establecido, corresponde al epidemiólogo valorar sus riesgos y -en función de ellos- actuar. Como tantas otras veces, se plantean dos opciones con todo lo que conllevan: clausurar o no un establecimiento de personas especialmente vulnerables. Y aunque no lo parezca, hay razones convincentes para cualquiera de ambas.
Estoy junto a mi hijo; enseguida nota que me cambia el semblante. Nos cruzamos con una amiga; lejos de saludarle como merece, despachamos sin sonrisas. Lo consulto con mi Jefa de Servicio, con Servicios Centrales, remiro nuevamente las guías de actuación... A eso de las siete, acertadamente o no, decido. 
Así sumamos seis meses... ¡Y lo que nos queda! Tomando decisiones, asomado al precipicio de la responsabilidad, mientras mis hijos comentan que no les gusta verme tan serio.
Al volver a casa, pasamos por la terraza del bar de nuestra esquina. Sus veinte mesas están tan abarrotadas que se entremezclan las unas con las otras. Apenas hay mascarillas. El mismo regidor que en primavera manifestaba su preocupación por el cambio climático, proclama su confianza en que los calefactores -esos que favorecen el efecto invernadero- prolonguen en invierno esta actividad. ¡Demasiadas paradojas!
A las once me acuesto, mirando de reojo el teléfono de guardia. Como si fuera una última oración, le ruego que duerma.
Por suerte, acertadamente o no, mañana será otro día. 

lunes, 21 de septiembre de 2020

Contándome un cuento

Hace mucho, mucho tiempo, que no me cuento un cuento. Esta noche me lo recordó nuestra Sirenita. Así que he decidido narrarme hoy mismo uno. Concretamente el titulado Mil soles, una luna incluido en mi libro Cartas para un país sin magia (Ediciones Irreverentes). Quizás haga lo mismo durante estos próximos siete días en los que volveré a estar de guardia. Por ello, si no me veis por aquí, sabed que no me he perdido... Simplemente, me he encontrado con los cuentos.

"Hubo un tiempo en el que la Tierra tenía miles de soles. El cielo estaba repleto y pese a la hermosura del paisaje, la vida se tornaba inaccesible. Por un lado, nuestro planeta andaba perdido tratando de cuadrar tanto movimiento de traslación; por otro, esos rayos azotaban su superficie convirtiendo en secarrales el menor atisbo de mar. Además, la luz no tomaba un segundo de respiro. Al igual que en los mapas de verano, siempre lucía algún sol.
Dios se percató de tal circunstancia, decidiendo crear la noche. Con ella los soles descansarían y la Tierra quedaría aliviada de tanto y tanto calor. 
Para que su oscuridad no fuese prominente, decidió pintarle una luna. Y así nuestro mundo comenzó a caminar. La mitad del tiempo para el día con sus mil soles; la otra mitad para la noche, con su luna.
Los primeros eran muy simples. Despiertan con el alba, repiten de este a oeste su recorrido y se acuestan al atardecer. ¡Pura monotonía!; lo mismo cada veinticuatro horas. Para qué cambiar, si nada va a cambiar. La Luna, por el contrario, luce más sofisticada. Cada noche despunta con un nuevo atuendo. Mesa los cabellos, almidona la blusa, pone carmín en sus labios. Le gusta sentirse viva, saberse cambiante.
Una tarde, poco antes de anochecer, esa Luna asomó en la distancia. Los soles aún no se habían acostado. La ven y quedan ensimismados por su hermosura. ¡Qué belleza! Tratarán de enamorarla. Pero así, siendo tantos, no podrá prestarnos ninguna atención. De modo que acuerdan un pacto de caballeros: cada amanecer saldrá sólo uno de ellos para dar luz a la Tierra, intentando conquistarla en ese objetivo. Uno, y otro, y otro... hasta que aquella esfera que preside la noche se rinda al encanto de alguno.
Por eso, aunque todas las mañanas el Sol asoma igual, resulta siempre distinto. El de hoy no es el de ayer ni tampoco el de mañana, si bien en apariencia se vean tan similares. Cada madrugada amanece uno nuevo.
Sin embargo, con la Luna ocurre lo contrario. Cada noche se muestra diferente, mas es siempre ella, la misma. Cada atardecer florece de una manera, en cualquiera de sus ciclos. La de hoy fue la de ayer y será la de mañana, aunque no lo parezca. Unas veces crece, otras decrece, se muestra en plenitud o se esconde tras el horizonte.
Mil Soles en busca de una Luna. ¿A que parece un juego de magia?".

domingo, 20 de septiembre de 2020

El peso de la responsabilidad

Hace ya muchos años, cuando se produjo aquel accidente que marcaría nuestras vidas, padecimos un proceso judicial de lo más controvertido. En su estrategia de diluir responsabilidades, la otra parte se refirió a una serie de testigos que inexplicablemente estaban por allí y que cuestionaban la versión oficial de lo ocurrido. Al consultarlo con nuestro abogado, me pidió que estuviéramos tranquilos, que el atestado de los hechos emitido en su día por la Guardia Civil no daba lugar a dudas... Y que el juez, al dictar sentencia, se basaría principalmente en él.
En verdad que así pasó. De hecho, el día del juicio ningún supuesto testigo se presentó, fallando su señoría a nuestro favor tras refrendar los agentes su dictamen sobre lo sucedido. 
En estos tiempos del Coronavirus me siento muchas veces como aquellos miembros de la Benemérita, pues sé que lo que diga será determinante para las decisiones que a un nivel superior se pudieran tomar. Así, aun siendo un técnico sin poder ejecutivo, pocos osarían en las actuales circunstancias a contradecir cada recomendación surgida de cualquier Sección de Epidemiología: permitir o no este evento, cerrar o no ese establecimiento, indicar o no aquella cuarentena... Y no tanto por asuntos de eficiencia, como por cuestiones de responsabilidad. De ahí que debamos sopesar cuanto firmamos, ajustándonos a nuestra profesionalidad, a los protocolos establecidos, a mis principios... Asumiendo que no estará compensado y aun a riesgo de que -como también ha ocurrido- alguien se nos pudiera enfadar.

viernes, 18 de septiembre de 2020

Mi Don erre que erre

La crisis económica que acompaña a esta pandemia se ha cebado con determinados sectores. Uno de ellos que conozco particularmente bien es el del taxi. Por tener un familiar y varios amigos en él, sé que su volumen de facturación ha descendido significativamente en estos tiempos del Coronavirus, hasta el punto de que en muchos casos resulta imposible cubrir todos los gastos que genera.
Ayer a estas horas se produjeron en Zaragoza dos hechos simultáneos que hurgan aún más en esa herida. Por un lado, cierto delincuente atracaba a un taxista, quitándole la calderilla que llevaba -dadas las circunstancias, tampoco hubiera sido un gran botín- y llevándose su vehículo. Por otro, cierta entidad bancaria cargaba en la cuenta de un segundo taxista cualquier pago inesperado para el que no había saldo suficiente y, pese a percibirlo a primera hora de la mañana subsanándolo de inmediato con un ingreso, le han facturado 35 euros por impagos.
Ciertamente, ¿quién ha sido más ladrón?
Al primero le han detenido esta misma tarde. Al banco ya le he avisado de que o devuelve ese dinero o vamos a movilizarnos -a través de Atención al Consumidor o donde haga falta- para que valoren la oportunidad de su operación. Y es que a menudo pienso que he heredado ese gen de mi paisano Paco Martínez Soria, quien en aquella comedia inolvidable titulada Don erre que erre se lo advertía claramente a algún usurero: yo que usted, daría marcha atrás.

jueves, 17 de septiembre de 2020

La locura del remero

El compañero que me sustituyó durante aquellos días de descanso se refirió a mi despacho como ¡una puta locura! Y a mí, aun sin gustarme demasiado ese adjetivo, debo reconocer que en estos tiempos del Coronavirus no pudo definirlo mejor. Vengan de la UCI del Hospital o de la mismísima Fiscalía, las decenas de papeles que entran a diario en nuestra Sección comienzan a hacer montaña. Sea del director de cualquier residencia para mayores o de alguna madre preocupada por las medidas tomadas en el colegio, esas cien llamadas telefónicas no es que se superpongan...¡es que sin haber cerrado una conversación, ya me están pasando notas de los despachos de al lado porque les han llamado a ellos preguntando por mí! Y la mayoría con un componente notable de responsabilidad. 
Lo dicho: una locura, aunque yo no le ponga calificativo.
Durante esta semana se han sumado a ese listado las consultas de distintos alcaldes de mi provincia, pertenecientes a municipios de lo más variados. No obstante, y aun militando hasta en tres formaciones distintas, muchos coinciden en el enfoque de su discurso: les preocupan las tasas de su pueblo -algo que parece loable-, apuntan a algún responsable de cuanto está sucediendo -habitualmente de otras administraciones- y manifiestan cierto grado de enfado hacia nuestra labor. ¿Por qué no cuentan con nosotros? ¿Le parece normal que sea yo quien le llame a usted y no sea a la inversa?  
A estas alturas de la realidad, les respondo que actualmente en mi provincia hay 211 ayuntamientos, con sus respectivos alcaldes, concejales, asesores y demás... ¡Y un solo epidemiólogo oficial! Es cierto que cuento con la ayuda inestimable de otros médicos y sanitarios debidamente formados, sin los cuales resultaría imposible sacar adelante el trabajo que tenemos... Pero sinceramente, me gustaría que supieran las ratio que recomienda al respecto la Unión Europea. En tales circunstancias, ¿quién resultaría imprescindible? 
Aunque procure atenderles cortésmente y empatizar con su rol, a menudo me viene a la mente esa historia de los patrones y el remero. ¿No tendrá algo que ver para llegar los últimos a la meta que haya tantos de unos y tan poco de otros? Al final, como en el chiste, la conclusión parece clara: el remero es un incompetente.
Quizás esté resultando irrespetuoso o incluso acabe revelando datos que no debiera. Si fuese así, admito que a veces me dejo arrastrar por aquella locura que describiera mi sustituto... Eso sí: sin adjetivos.

miércoles, 16 de septiembre de 2020

En otra carrera por la vida

A pesar de las circunstancias, volveremos a correr. Como llevamos haciéndolo desde su segunda edición. Tan solo nos perdimos la primera en la que, eso sí, fui médico voluntario de la misma, cubriendo en ambulancia un trayecto del recorrido. Lo haremos en familia, entre amigos, en consonancia con sus objetivos, formando parte de esa marea naranja que derrocha solidaridad en cada una de sus olas.
Se trata de la VII Carrera Solidaria por la Vida, que cada año organiza la Asociación de Lucha contra la Leucemia y Enfermedades de la Sangre -ALCLES León-. En esta ocasión se celebrará virtualmente el próximo sábado 19 de septiembre, coincidiendo con el Día Mundial del Donante de Médula Ósea y Sangre de Cordón.
¿Te animas tú también a correr por la vida?

martes, 15 de septiembre de 2020

Cambiando de vida

En el preámbulo de los sueños de anoche, justo después del penúltimo cuento, mi Sirenita me hizo esta propuesta: ¿Por qué no nos cambiamos de vida? Tú vas a mi clase de Infantil y yo a tu trabajo ¡Solo un día, porfi! Además de original, me pareció una idea de lo más tentadora, por lo que rápidamente acepté.
Entonces ella me indicó que en su aula no debería confundir a Alba con Alma, porque aunque se llamen parecido son muy diferentes. A una le gustan las acuarelas; la otra es más de plastilinas. También me advirtió que si jugáramos al pilla-pilla tendría que correr mucho para que no me atrapasen, que quien cumple años sale el primero, que no podré compartir mi bocadillo hasta la hora del recreo y que, por supuesto, aunque pierdas a la rayuela no te puedes enfadar. En su proceso de lectura, apuntó que ahora están aprendiendo la letra M de la señora Montaña; que no me confunda en la escala de colores, que en inglés Papá suena Daddy, que la Música es su clase favorita. Como los demás niños del cole, para protegerme del Cornavirus -así le llama nuestra Sirenita- tendré que llevar mascarilla, echarme gel en las manos y cumplir con una serie de medidas que aunque parezcan liosas no lo son tanto. Respetuoso con las reglas de juego y ante cada una de sus exenciones. Por último, a la salida, nos estará esperando mamá.
Y yo, ¿qué tengo que hacer en tu trabajo?, me pregunta con esa sonrisa de ingenuidad. ¡Bendita infancia! Trataré de explicárselo esta noche, si bien no tengo dudas de que mi mundo de los mayores será mucho más aburrido.

lunes, 14 de septiembre de 2020

Tolerancia cero contra las agresiones a sanitarios

En mis treinta años ejerciendo la profesión de Médico he padecido dos agresiones físicas. La primera hace ya mucho, cuando me negué a prescribir aquel medicamento a un paciente que en mi opinión ni siquiera lo precisaba. La segunda no hace tanto, cuando cierto viajero irrumpió en mi despacho exigiendo que le vacunase inmediatamente porque no podía esperar. Y aun cuando en ambas los daños fueran menores, ninguna de ellas se puede tolerar.
En esta misma línea, probablemente por todo cuanto estamos viviendo, vengo constatando un aumento creciente de mis enfrentamientos verbales a través del teléfono con determinados usuarios que quizás en su enfado contra la Administración te ven su representante y cargan contra ti. Así, a pesar de ajustarme a protocolos establecidos y procurar la máxima empatía, reconozco que en estas últimas semanas y en el ejercicio de mi labor, me he sentido increpado -e incluso amenazado- en alguna ocasión... Y eso, para cualquier trabajador, tampoco se puede tolerar.
Recientemente, en cierto municipio de mi Comunidad, un paciente y sus familiares arremetían -portando hasta una barra de hierro- contra su médico y su enfermero por la demora sufrida durante la realización de una prueba PCR. Y el propio sindicato médico CESM alertó a finales de agosto en algunas áreas del continuo e inadmisible aumento de agresiones verbales e incluso conatos de violencia física hacia médicos de familia y pediatras de los Centros de Salud durante el desempeño de sus funciones.
De ahí que a estas alturas ya nadie reclame aplausos ni reconocimientos... sino respeto para cada profesional que sigue/seguimos combatiendo contra ese maldito Coronavirus y, por supuesto, contra cualquier otra enfermedad. Por eso, una vez más, ante las agresiones a sanitarios: ¡Tolerancia cero!

domingo, 13 de septiembre de 2020

Hasta siempre, Joaquín

En este año 2020 empieza a no haber cabida para tantos adioses: mi tía Consuelo -un auténtico amor-, nuestros amigos Cayetano, Chema, el mago Machi, recientemente Edith, mis colegas Antonio e Isabel, mi compañero Pedro... y un etcétera demasiado largo para tan corto trayecto. Personas todas sencillamente extraordinarias que dejaron su poso en mí y a quienes jamás olvidaré.
Ayer se sumó a esa lista otro ser único: Joaquín Carbonell. Aun sin considerarlo familia, amistad, colega o compañero, fue, es y será otro de mis referentes. Como cantautor, como artista, como escritor que apostó siempre por la Libertad, por tantos valores, por nuestra cultura popular.
En los tres o cuatro conciertos suyos a los que asistí, transmitía un inmenso amor por ella. En las tres o cuatro ocasiones en las que personalmente coincidimos -todas con motivo de alguna entrevista para su diario-, me transmitió un trato afable y cercano. En aquella presentación de cualquiera de sus libros, al acercarnos en busca de su dedicatoria, me distinguió entre la gente: ¡Hombre, Manuel!... Siempre tan liado y has podido venir...
Desde aquí, vaya mi reconocimiento, mis gracias y esta despedida que aprendí de la letra de alguna de sus canciones:
Aunque me voy, no me voy.
Aunque me voy, no me ausento.
Aunque me voy de persona,
me quedo de pensamiento.
Y es que, querido Joaquín, tú nunca te irás.
Descansa en Paz.

jueves, 10 de septiembre de 2020

Esperando la Vacuna Oxford

Durante esta semana hemos asistido con preocupación a la paralización del ensayo que viene realizándose en todo el mundo con la llamada Vacuna Oxford frente a Coronavirus -actualmente en Fase 3-, a raíz del diagnóstico de una enfermedad inexplicable en uno de los voluntarios a los que se administró.
Aun cuando sea el primer incidente de esta índole entre las decenas de miles de probandos a quienes se ha administrado y pudiera tratarse de una relación casual, resulta una noticia triste al frenar el entusiasmo generado por los buenos resultados que dicho preparado parecía ofrecer.
Este supuesto efecto adverso -sigue pendiente de confirmación aun cuando por precaución ya debe considerarse como tal- habría de enmarcarse en el contexto de cualquier investigación. Dicho de otra manera, antes de comercializar cada medicamento han de superarse una serie de fases que garanticen su eficacia y seguridad. Todo debe ajustarse al método científico y a los criterios epidemiológicos para ello establecidos. No valen las prisas ni las improvisaciones. Y más ante vacunas preventivas que en principio se administran a sujetos sin patologías previas. De ahí que este proceso resulte lento y que para la Ciencia no sean admisibles otras propuestas terapéuticas que se saltan este sistema de validación.
Precisamente, esa Vacuna Oxford es la que España tenía previsto recibir en diciembre, por lo que parece probable que este incidente acabe retrasando su distribución. Y es que ahora un equipo investigador independiente valorará la posible relación causal entre su administración y esa patología.
Sin duda, otro contratiempo demasiado cerca de la línea de meta, detrás del cual hemos de ver también una normalidad en los ensayos clínicos y una garantía de seguridad en la vacuna. Porque como afirma el científico Vicente Larraga, del Centro de Investigaciones Biológicas Margarita Salas, de cada 10.000 moléculas que empiezan una fase preclínica -pruebas en células y animales- solo una alcanza la Fase 4 -comercialización-. Y es que allá donde nuestras ganas querrían una prueba de velocidad, la Ciencia nos impone una carrera de fondo. 

Balonmano en tiempos del Coronavirus

El balonmano fue mi deporte de cabecera durante mis tiempos escolares. Con la camiseta del Colegio Nacional Jerónimo Zurita, de Zaragoza, nos enfrentamos contra otros equipos, alcanzando una temporada el primer puesto de nuestro campeonato. En verdad que no fueron tantos partidos, pero como mi hijo ha heredado esa afición y me pregunta a menudo por cómo jugaba yo, con frecuencia he de añadir fotogramas a la memoria para cuadrar mi relato, aunque quizá su secuencia no sucediera exactamente así.
Cierto día comentaba orgulloso algún robo de balón que permitiría que ganásemos la final. Y ayer, en esa antesala de otra noche sin sueño, le narraba aquella arenga de nuestro entrenador durante el descanso de cierta semifinal que perdíamos por seis goles. Remontar parecía imposible. Entonces, él destacó nuestras fortalezas -somos más rápidos- y desveló sus debilidades -su defensa lateral es un coladero-. Picados en nuestro orgullo, salimos convencidos de la remontada. Explotamos su nueva estrategia... Y acabamos derrotándoles de uno.
A veces, traslado esa escena a este enfrentamiento contra el maldito Coronavirus: destacar nuestras fortalezas -sabemos cómo prevenirlo- y desvelar sus debilidades -los momentos con más riesgo de transmisión son aquellos en los que nos confiamos-. Lo constato cada día en esos casos sin transmisión entre compañeros de trabajo que cumplen con las medidas, y que sin embargo refieren otros casos secundarios entre aquellos con los que sencilla y relajadamente -sin mascarilla, en ocasiones fumando, a menos de dos metros de distancia y durante más de quince minutos- se tomaron un café.
A ver si al final, motivados en ese objetivo y sin tener que añadir ningún fotograma, conseguimos vencerle. Estoy convencido de ello... ¡aunque sea de nuevo por la mínima!

miércoles, 9 de septiembre de 2020

Dejando de confiar

A finales de abril deseaba firmemente que llegase el verano, confiando en que la incidencia de infecciones por Coronavirus disminuyera tanto por el aumento de temperaturas como por el mayor compromiso poblacional a la hora de asumir sus medidas preventivas. Después de constatar que solo en el último fin de semana se han declarado nada menos que 26.560 casos nuevos en España, resulta evidente que me equivoqué. De hecho, a este ritmo mío de semanas alternas de guardia epidemiológica, percibo un incremento de las alertas que indica claramente que no vamos bien. Y al asomarme desde mi terraza al pasaje en el que se ubica una terraza de bar, contrasto cien actitudes apuntando en esa misma dirección.
Podría insistir en el uso de mascarillas, en el distanciamiento social, en el lavado de manos... Podría dar argumentos contrastados, desmentir bulos, aludir de nuevo a la responsabilidad individual... Incluso podría recordar que hemos aprendido a abrazarnos sin tocarnos, a sentirnos cerca aun estando lejos... Pero ante esa realidad que muestran los datos, tampoco sé qué decir.
A finales de agosto deseaba firmemente que llegue el invierno, confiando en que esa incidencia se reduzca con la venida de alguna vacuna eficaz. Aunque a estas alturas del calendario, sincera y tristemente, estoy empezando a dejar de confiar.

martes, 8 de septiembre de 2020

Aquella intervención en Arequipa

En el verano del año 2001 un terremoto asoló el departamento peruano de Arequipa. En apenas dos segundos, todo se vino abajo. Asistimos a otro choque frontal entre la fuerza de la Naturaleza y las debilidades del ser humano. Y si desastre significa etimológicamente fuera del control de los astros, resulta evidente que estábamos ante uno de ellos.
El riesgo de aparición de brotes en los días posteriores parece alto. Entre ellos, los de esa Fiebre apellidada Tifoidea, que genera anualmente más de 20 millones de casos en el mundo y que en algunas zonas endémicas se erige en su primera causa de mortalidad.
Los equipos de ayuda humanitaria despliegan en la zona. La diplomacia internacional vestida de casualidad hace que en mi condición de epidemiólogo pueda desplazarme hasta allí. Pese a las dificultades, constato que la distribución de recursos se hace de manera coordinada. Un niño de las barriadas más pobres de Lima me entrega un puñado de garbanzos secos para que se los dé a otros niños afectados. Las dosis orales de vacuna antitífica se reparten en la zona cero. Todos la toman según lo pautado. Todos cumplen con cada medida indicada.
Al final, no sumamos casos a la tragedia. Esa vacuna demostró nuevamente su eficacia preventiva. Sin riesgos ni efectos secundarios. Mas entre tanto ajetreo, aquellos garbanzos quedaron perdidos en cierto bolsillo. No los encontré hasta volver a casa.
Por ello, como reconocimiento a un gesto altruista tan grande -y también de un olvido tan imperdonable-, me acompañan siempre en mis sesiones de cuentacuentos. Y no tanto a modo de penitencia, como para recordarme que contar constituye otra forma de solidaridad.

lunes, 7 de septiembre de 2020

Cinco mil litros de agua no contaminados

Si un litro de aceite usado contamina más de mil litros de agua y ayer sacamos de la ribera del río Esla una lata conteniendo cinco litros, los chiquillos que nos acompañaron en nuestra batida de limpieza pudieron calcular que al retirarla evitamos la contaminación de una gran cantidad de ese recurso. Y es que tal aceite de motor es un producto altamente tóxico, de lenta degradación y alta adherencia -incluyendo a las plumas de las aves-, que no acabamos de reciclar.
Sin embargo, lo más incisivo de nuestra llegada estuvo en esa pregunta de la Sirenita: ¿Quién lo ha arrojado ahí?
En verdad que no atinamos a saberlo si bien, por hallarse cerca de unos campos de maíz, podría tratarse de cualquier tractorista que -paradójicamente- vive de los frutos de la tierra.
Dos bolsas llenas de plásticos, una docena de botellas de vidrio y tres mascarillas completaron la captura. Y así pasamos otra mañana soleada, en bicicleta, entre amigos, en plena Naturaleza y cuidando nuestro entorno... Si bien, lo más mordaz de nuestra despedida estuvo en esa cuestión del Principito: ¿Y no sería más fácil que nadie lo tirase y no tuviéramos que venir a recogerlo?

sábado, 5 de septiembre de 2020

Toral de los Guzmanes Libre de Plásticos

Hubo cierto día en que, desde la asociación Educamor?, un grupo de amigos decidimos crear el proyecto León Libre de Plásticos. Desde él desarrollaríamos labores de educación ambiental, tratando de concienciar a la población de la importancia que a diferentes niveles posee el cuidar de nuestro medio. Aquel taller formativo en el festival navideño de Caritas-León constituyó una primera propuesta al respecto.
Paralelamente, realizaríamos labores de limpieza de residuos en determinados espacios naturales, como reservas de montaña, cuencas de río o incluso dentro de la propia ciudad. No en vano, así lo hicimos en distintas ocasiones acompañados por jóvenes voluntarios, a lo largo de las riberas del Torío o del Bernesga.
En estas jornadas veraniegas en Toral de los Guzmanes -mi pueblo de adopción-, además de charlar con sus gentes, montar en bicicleta o caminar sus veredas, he decidido junto a algún que otro vecino limpiar sus aledaños de basura. Incluso el Principito y la Sirenita se han apuntado a alguna de esas batidas. Y la verdad es que lo vamos consiguiendo, poco a poco, con espíritu positivo, a sabiendas de que -como anticipa ese proverbio oriental- quien ama la Naturaleza encontrará la alegría en su interior.

viernes, 4 de septiembre de 2020

Mi agente en el Cielo

Chema fue un librero de los de toda la vida. En su librería Don Bosco de León, te informaba con detalle de las últimas novedades, compartía su opinión sincera sobre esas novelas que hubiera leído, y acariciaba cada ejemplar como quien acaricia a alguien a quien ama. Él era también uno de mis mejores lectores, mostrando siempre entusiasmo por mis cuentos y recomendado mis obras entre sus clientes cada vez que podía. Sin duda, su favorita era Nanas para un Principito.
La última vez que coincidimos fue después de Reyes, cuando repuse un lote de libros tras las ventas habidas en la campaña de Navidad. Compartimos sonrisas, inquietudes, vida. Incluso apuntamos algo de un por entonces enigmático Coronavirus.
Entre bromas, aseguró que en mi caso carecía de ambición literaria, que necesitaba un agente que me pudiera representar. En alguna editorial grande, cualquiera de tus textos llegaría a best seller. Y yo le respondía que si Gabriel García Márquez escribía para que sus amigos le quisieran más, yo simplemente lo hacía para así querer más a mis amigos como él.
Esta tarde he sabido que Chema se despidió de nosotros hace siete días. Se marchó fiel a su estilo, sin apenas hacer ruido. Todavía tengo el vello erizado, la emoción en el alma. Lo siento muchísimo, porque además de lo dicho, era una persona excepcional.
Le recordaré mientras viva y prometo dedicarle en ese futuro incierto alguno de mis libros. Y es que, conociéndole, sé que desde hace una semana tengo otro agente literario allá arriba en el Cielo.
Descanse en Paz.

jueves, 3 de septiembre de 2020

Causalidad o casualidad

El día que presenté mi tesis doctoral me sentía inusualmente tranquilo. Llevaba un buen trabajo, había preparado sobradamente mi exposición y algo me decía todo saldrá bien. De hecho, la defensa del proyecto resultó brillante y mi respuesta a las primeras preguntas del Tribunal mostraron un dominio sobre el tema que a modo de feedback aumentaba nuestra seguridad.
Hasta que su último miembro advirtió que en mi ponencia había un sesgo -error metodológico-, que no invalidaba sus conclusiones, pero las limitaba: la misma persona que realizó la intervención presentada acabaría haciendo su evaluación. Sin saberlo, incurrí en el llamado sesgo de conveniencia, en el que los sujetos sometidos a cualquier estudio científico que establecen cierto vínculo con el investigador pueden acabar respondiendo lo que creen que conviene en vez de lo que realmente es, en el caso de que sea él quien les evalúe. Quizás aquel detalle me hizo perder la máxima nota, pero permitió que ganara algo que jamás olvidaría: hay que ser muy riguroso con las conclusiones que deduzcamos. Esa es una de las bases del método científico consensuado por toda la comunidad.
A propósito de mi entrada de ayer, referida a la vacuna antigripal, cierta amiga me envía una gráfica que en su opinión demuestra la relación existente entre su administración y la mortalidad por COVID19. Ciertamente parece un gráfico aclaratorio, pero que contiene distintos errores. El más importante es su sesgo de selección, al haberse descartado -intencionadamente o no- países con altas tasas de vacunación y bajas de mortalidad, hasta el punto de que si se incluyeran todos constataríamos que esa supuesta relación sería a lo sumo casual. Revisada con espíritu estadístico, su diseño también está manipulado a fin de multiplicar ese efecto que pretende demostrar. Y es que, últimamente constato que no son verdad demasiadas teorías que nos quieren vender. Porque como aprendí esa mañana ante aquel Tribunal, correlación no siempre implica causalidad... Porque como he aprendido en tiempos del Coronavirus, o combatimos los bulos con rigor o acabaremos viviendo otra epidemia paralela: la de la intoxicación informativa.

miércoles, 2 de septiembre de 2020

Ante la vacuna de la Gripe

De siempre he sido un defensor de la vacuna contra la Gripe; esa enfermedad que cuando pasa parece que no pasa nada, pero que hace apenas dos años afectó a 800.000 personas en nuestro país, generó 52.000 ingresos hospitalarios -de ellos, 3.000 en UCI- y produjo más de 15.000 muertos. Tanto yo, como muchos de mis familiares, nos la administramos cada año por ser profesionales de riesgo. Y de hecho, la aconsejo expresamente en mi consulta, especialmente a aquellos que pudieran resultar más vulnerables.
Ciertamente, los datos expuestos parecen nimiedades al lado de los de este maldito Coronavirus, pero no por ello se deben desdeñar. De hecho, parece probable que cuando ambos virus coexistan nos encontremos ante un problema epidemiológico mayor que iría desde la dificultad para su diagnóstico diferencial hasta la potenciación de daños en el caso de coinfección.
Por ello, de cara a esa próxima campaña que quizá se adelante respecto a la de otros años, seguiré poniéndome y recomendando -con más ahínco si cabe- la vacuna antigripal. A sabiendas de su validez, eficacia y seguridad contrastadas, de que es absolutamente compatible con otras vacunas y tratamientos, de que a pesar de los bulos no existe ni un solo dato científico que la relacione con la expansión de la COVID19, ni una sola evidencia de que contenga fragmentos de ADN de otros microorganismos peligrosos, ni una sola prueba de que con ella se contagie nada.
Teniendo en cuenta que hace dos años solo se vacunó el 20% de la población general y algo más de la mitad de los mayores de 65 años, el objetivo de esta campaña sería aumentar esos porcentajes, a sabiendas de sus efectos beneficiosos. En este sentido, alguien apuntó que de haberse administrado simplemente las dosis que sobraron, se podría haber reducido aquella mortalidad hasta en un 40%.
Así que nos pondremos manos a la obra dejando constancia, eso sí, de que en mis opiniones no me mueve ningún tipo de interés con ningún laboratorio. Mi único estímulo -como epidemiólogo y sobre todo como ciudadano- es procurar cada día una Salud Pública mejor.

martes, 1 de septiembre de 2020

Aquel brote en Malanville

Quizá fuese el primer disgusto que dí a mis padres. Ir a un país cuyo nombre jamás habían oído -Benin- para desarrollar mi labor de médico durante al menos dos meses. Recién terminada la carrera, viajar a África no les parecía la mejor opción, pese a que también la barajasen otros compañeros de Universidad. Casual o causalmente, uno de ellos respondía al nombre de Fernando Simón.
Aquella primera noche en Malanville apenas pude dormir. Ni la segunda; ni casi la tercera. En su hospital de campaña carecían de todo. Tras una sucesión de golpes de estado, cierto brote de Cólera campaba a sus anchas por aquella aldea. Varios cadáveres se apilan junto al río.
Al cuarto día, junto a algún traductor, explicábamos a las madres las normas de higiene básica para combatir contra ese microorganismo. Al quinto, iniciamos la campaña de vacunación. Al sexto, su chamán -sensiblemente agradecido- nos invitó a tocar el tantán.
Así, día día, hasta alcanzar un trimestre, en el que logramos controlar el brote y dejar en cero su mortalidad.
Aquella última jornada, nos despidió toda la aldea entre bailes. Ni siquiera quería irme. ¡No sé si el mejor futbolista del mundo disfrutará en su club de un adiós tan sentido! Si bien lo más importante es que unos y otros aprendimos la lección que en esos momentos la Vida quiso enseñarnos. Ellos, que aun respetando sus tradiciones, podían confiar en nuestra Ciencia. Nosotros, que la solidaridad simula a un bumerán: aquello que tú das, siempre te lo acaba devolviendo.