jueves, 30 de abril de 2020

Buenas noticias en tiempos del Coronavirus

En aquella infancia de pueblo, a fin de sacar un aguinaldo para las fiestas, desde la biblioteca municipal editamos cierta revista que recogiera curiosidades de nuestra comarca. Le llamamos Buenas noticias... Y aunque su nombre no fuese original, aspirábamos a hacerle competencia a aquel otro periódico de la época que solo las daba malas: El Caso.
Así, publicamos cierto reportaje sobre las Acacias -por ser las primeras plantas que aparecen tras un incendio-, varias fotos de Avutardas -probablemente el ave voladora más pesada que existe-, tres crucigramas robados, algún soneto perdido y esa entrevista al alcalde anunciando que al año siguiente construiría un frontón que nunca pasó de aquella primera piedra.
Casi nadie nos compró nada, ni siquiera hubo número dos... Y los pocos que la adquirieron, fue más por lástima que por interés. Ante tal realidad, la mamá de Lorencito trató de animarnos con una frase que a menudo me sobreviene: Lo bueno vende poco... ¡Y vosotros sois demasiado buenos!
En cualquier caso, no nos vinimos abajo. De hecho, me sigue encantando transmitir buenas noticias. Y aunque en estos tiempos del Coronavirus apenas quede margen para ellas, quisiera destacar alguna que ha coloreado mi Esperanza:
1.- Anteponiendo el respeto de quienes sufren a la frialdad de cualquier predicción, los científicos advierten que -tras haber mutado en treinta cepas distintas- el COVID19 ha perdido agresividad, lo que indicaría que conforme pase el tiempo estará más debilitado y será menos lesivo para la población.
2.- Muchos investigadores trabajan contrarreloj para hallar lo antes posible una vacuna eficaz y segura. De hecho, hay alguna que se encuentra en fase tan avanzada que ha trascendido la posibilidad de estar disponible incluso para septiembre.
3.- La Federación Internacional de la Industria Farmacéutica -a la cual pertenece la patronal española Farmaindustria- ha reafirmado que el acceso a los tratamientos y la vacuna contra este COVID19 será asequible y equitativo en todo el mundo.
Sin pretender matar a ningún mensajero, quizás esta vez me pase lo mismo y nadie nos compre nada. Mas aunque Lorencito y toda la pandilla aprendiésemos entonces que lo bueno vende poco, seguiremos trabajando cada día por encontrar otras primicias que nos pinten el alma -siempre reflejo de nuestra cara- de eso que más le alimenta: una sonrisa.

miércoles, 29 de abril de 2020

Marea blanca en tiempos del Coronavirus

Unos 38.000 sanitarios infectados en España por COVID19 según datos oficiales -a los que podrían sumarse como mínimo otros 12.000 trabajadores de residencias geriátricas y centros sociosanitarios-, si bien algunas estimaciones elevan significativamente esas cantidades... El 20% del total de los infectados pertenece a dicho colectivo, frente al 10% en Italia o el 3% en Estados Unidos... Uno de los países del mundo con mayor tasa de contagios entre sanitarios -incluso por delante del estado transalpino- y el que tiene más casos entre estos profesionales de la Unión Europea... Según Redacción Médica, al menos 39 profesionales de la Medicina han perdido su vida por haberse contagiado mientras trabajaban... Ciertamente, ha sido horrible, ¡está siendo horrible! Y encima cierta consejera exhibe en rueda de prensa que en ningún hospital de su Comunidad falta material de protección, mientras apunta como fuente de esos contagios a viajes particulares o su contacto con familiares y amigos enfermos. Quizá presionada por la petición de siete sociedades científicas, el Sindicato Médico, la Asociación de Defensa de la Sanidad Pública, el Colegio de Médicos de su provincia y otras entidades sociales, se acabaría retractando, si bien el daño por sus declaraciones ya estaba hecho.
Como lamenta aquel profesor que tuve durante mi etapa en el Instituto de Salud Carlos III, José María Martín Moreno, el riesgo para los profesionales era algo conocido. Pero, por alguna razón, el sistema no se ha preparado a tiempo. Han faltado los elementos básicos de los equipos de protección individual, como mascarillas, batas, guantes de nitrilo y gafas de protección. Este mismo catedrático asegura que pese a las carencias, por ética, profesionalidad y obligación, tanto los profesionales sanitarios como los de residencias han seguido atendiendo a sus pacientes, lo que ha disparado las probabilidades de contagio.
Daniel López Acuña, quien fuese director de Acción Sanitaria en Crisis de la Organización Mundial de la Salud, y a quien también tuve la suerte de disfrutar como ponente en aquel congreso, lo resume en una línea: Los profesionales sanitarios fueron a la guerra sin protección.
Por todo ello y como un sanitario más, me sumo a la petición de nuestra Marea blanca de que se les asigne lo antes posible el debido material de protección y se realicen test de calidad para garantizar su seguridad, permitiendo de paso una labor eficiente sin someter a más riesgos a este colectivo, a nuestros pacientes, a nuestras familias y a la población en general.
Porque, efectivamente, no somos héroes ni mártires. Tan solo profesionales con vocación que queremos realizar correcta y seguramente nuestro trabajo.

martes, 28 de abril de 2020

Mis amigos solidarios

En estos tiempos del Coronavirus estoy conociendo mejor a muchas de mis amistades. Así, no sabía que la pasión oculta de esa profesora de Literatura es jugar al Ajedrez, que a un matemático se le diese tan bien cultivar tulipanes en su jardín o que aquella administrativa disfrute como una niña leyendo a Gloria Fuertes. Sin embargo, lo que más me impresiona ha sido constatar tanto espíritu solidario.
He descubierto que tengo amigos y amigas fabricando mascarillas o equipos de protección para personal de riesgo, ofreciéndose a hacer favores como la compra entre su vecindario más necesitado, sirviendo macarrones con cariño en comedores sociales, regalando su arte a través de espacios abiertos en la red... E incluso he sabido que entre ellos hay duendes o hadas madrinas -bajo la apariencia de joven emprendedor o de abuela encantada con sus nietos- que permiten reescribir sueños que aquel maldito virus quería borrar.
Desde mi humildad, nos sentimos orgullosos de cada uno de ellos... Y tan solo me sale darles las GRACIAS. Porque entre todos, dan vida a esa convicción del singular Eduardo Galeano de que mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas -aunque en verdad resulten tan grandes-, puede cambiar el mundo.

lunes, 27 de abril de 2020

Taxi solidario en tiempos del Coronavirus

Lo aprendí de aquel profesor en cierto curso de Salud Pública: cualquier intervención que no se visualiza es como si no existiera.
Partiendo de tal premisa, resulta incuestionable que en estos tiempos del Coronavirus ha surgido desde distintos sectores todo un movimiento de solidaridad. Uno de ellos proviene del Taxi, que por razones familiares conozco bien y quisiera evidenciar.
Para exponer su posición de riesgo, basta decir que en una urbe como Guayaquil se estima que han fallecido por COVID19 más de cien taxistas -con uno de cada cuatro presentando síntomas compatibles-, por lo que se considera una de las profesiones más castigadas por esta epidemia... Y en otra como Barcelona, a principios de abril contabilizaba en dicho gremio once defunciones relacionadas. Todo ello en el contexto de un futuro incierto y de esa caída descomunal de sus carreras.
Pese a ello -como respuesta a la emergencia que vivimos- en muchas ciudades españolas han surgido distintos servicios de Taxi Solidario. Así, cientos de conductores en Madrid trasladan gratuitamente a profesionales sanitarios a sus puestos de trabajo, a las casas de sus pacientes o a cubrir atenciones en residencias de ancianos... E incluso su Federación Profesional del Taxi ha renunciado a ayudas que pudieran corresponderle de su Comunidad para que sean destinadas a la adquisición de material.
En Sevilla, un grupo de taxistas pertenecientes a la asociación Élite Taxi Sevilla ofrece portes gratis a personas sanitarias, enfermas -en especial, niños oncológicos- o sin recursos, así como entregas de comida a domicilio en coordinación con los servicios sociales del municipio... La Federación del Taxi de Valencia ha cerrado un convenio con la Consejería de Movilidad para fijar una tarifa reducida en los trayectos a centros médicos, a fin de cubrir los huecos a los que no llegan otros servicios de transporte tan sobrecargados en estos días... Y así, de norte a sur, de este a oeste, de nuestras islas al interior.
Por ser la que me toca más de cerca, comparto que desde la Asociación Provincial de Auto-Taxi de Zaragoza decenas de taxistas vienen realizando servicios gratuitos como voluntarios en sus días de no trabajo. Colaboran con el Ayuntamiento en el Mercado Central, repartiendo material y mascarillas... Con el Hospital Provincial, en el transporte de equipos de protección individual, pantallas y otros enseres médico-quirúrgicos... Con la empresa Toldos Serrano, en la distribución de batas para su entrega posterior a los centros sanitarios... Con Red Solidaria Actur y Parque Goya, en el reparto de mascarillas... Con la organización Coronavirus MERKWA, en el transporte de material y pantallas protectoras... Además, me consta que han realizado servicios a hospitales para personas mayores al precio de un euro y miles de carreras a coste reducido.
En estos momentos en que prima la Salud, el sector del Taxi ha asumido los protocolos preventivos establecidos, protegiendo así a clientes y conductores, desinfectando los coches después de cada servicio y -adicionalmente en algunas ciudades- habilitando puntos de limpieza específicos para desinfectar sus vehículos.
Y es que en esta pandemia, dicho Taxi -además de solidario- está siendo más servicio público que nunca.

domingo, 26 de abril de 2020

Un paseo por las nubes

Entre las cien películas que hemos compartido durante estas seis semanas de confinamiento, Un paseo por las nubes, dirigida por Alfonso Aráu, ha sido una de las que más nos gustó. Ambientada al final de la II Guerra Mundial, hilvana un drama romántico de desenlace feliz en el que sus protagonistas acaban superando todas las adversidades.
Salvando las distancias y parafraseando ese título, así nos ha parecido hoy el paseo que hemos dado con los niños por el espacio público natural de esa ribera del río Bernesga, en León. Cumplimos estrictamente con cada recomendación: la Sirenita con mamá, el Principito conmigo -compartiendo destino, pero ambos dúos por separado-, mascarillas adaptadas, máximo una hora y a menos de un kilómetro de distancia de nuestra casa. Aunque esta vez sin juguetes, hemos andado, corrido, saltado, conectado de nuevo con la Naturaleza... A Manuel pequeño le sorprendió la cantidad de Garzas que habitan el río; a la Sirenita, que existan Sauces llorones que en lugar de lágrimas derramen polen.
Ambos coincidieron con varios de sus amigos... Y siempre mantuvieron las distancias, cumpliendo con las medidas de seguridad que previamente habíamos comentado. ¡Son unos campeones!
Ojalá que este guión que les ha tocado vivir -quizás al final de otra guerra de lo más particular- acabe también teniendo un desenlace feliz. Que por algo, como cantara ese Aute que recientemente se nos fuera, todo en la vida es cine... Y los sueños cine son.

sábado, 25 de abril de 2020

Soñar en tiempos del Coronavirus

A mí, que siempre he sido de dormir plácido, en cualquier sitio y sin necesidad de nada, últimamente me asalta una pesadilla. Sueño que me presento a cierto examen de la carrera sin haber estudiado. Algo que nunca hice, pero que más de una noche adquiere tal realismo que me despierta sobresaltado.
Quizá detrás de ello estén algunos excesos por mi parte, especialmente de responsabilidad. A nadie se le escapa que somos actores de una realidad novedosa e inesperada, que genera incertidumbre y que ocasiona múltiples pérdidas -sea en vidas humanas o en Vida vivida-, lo que sin duda trasciende sobre nosotros.
Esta mañana lo compartía con mi enfermera quien, casual o causalmente, en su día realizó un curso de interpretación de sueños. Así, ella nos ha explicado que soñar con heces simboliza ganancia económica, que soñar que te ahogas se interpreta como peligro eminente, que soñar que vuelas puede estar relacionado con impulsos de libertad reprimida... Y que soñar con cualquier examen sin haberlo estudiado posee un doble significado: que no estás preparado para algo o que en el fondo te sientes solo.
Pese a tanto protocolo y al apoyo de los míos, tal vez concurran en mí ambas circunstancias. Acostumbrado desde hace tanto a bregar con microorganismos en esa Sección de Epidemiología, el maldito Coronavirus nos ha roto mil esquemas. Y en muchos momentos en los que hay que tomar decisiones relevantes, me encuentro únicamente conmigo mismo. A veces sin ni siquiera entrever si tal resolución será la más acertada.
Tristemente, este COVID-19 ha sembrado ya demasiadas pesadillas. No obstante, parafraseando al genial Pérez Galdos durante sus Sitios de mi Zaragoza, le vamos a seguir combatiendo. ¡De pocos guiones estoy más seguro! Porque nos reducirá a polvo, romperá nuestros sueños y lanzados al aire mis cimientos, caerán al fondo de su pozo. Pero entre los escombros y entre los muertos habrá siempre una lengua viva para decir que nunca nos rendimos.

viernes, 24 de abril de 2020

EPICOS en tiempos del Coronavirus

Aunque fuese en otra batalla, hubo una vez que cierto virus estuvo a punto de noquearme. ¡Precisamente a mí, que siempre he presumido de estupenda salud e incluso bromeaba con eso de que la alopecia era la única enfermedad que padecía! Sucedió hace cuatro años. Un maremoto de fiebre y cansancio se instaló como okupa en mi organismo, forzando a que ingresara en el Hospital de León. 
Casual o causalmente, allí fui atendido por un médico en toda la extensión de la palabra: el doctor José Guerra Laso, perteneciente a su servicio de Medicina Interna. No pude caer en mejores manos ni en mejor persona. Porque juntos -entre sus conocimientos y los de su equipo, el apoyo de los míos y tantas ganas por seguir contando-, acabamos derrotando a aquel maldito Citomegalovirus que se había empeñado en complicarme la vida.
En estos tiempos del Coronavirus, el doctor Guerra coordina en su centro un ensayo clínico único en Europa -en el que inicialmente participan 65 hospitales españoles- para probar distintos fármacos que prevengan el contagio del COVID-19. Promovido por el Ministerio de Sanidad y avalado por la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios, el EPICOS -Ensayo Clínico para la Prevención de la Infección por Coronavirus en Sanitarios- pretende proteger a los profesionales que se encuentran en primera línea de respuesta a la pandemia y a esos pacientes a quienes el personal con enfermedad asintomática pudiera transmitirla sin saberlo.
Estando en manos de quien está, este trabajo supone otra luz en la lucha contra el Coronavirus. Un proyecto cargado de Esperanza, a sabiendas de que esta virtud no será nunca lo último que se pierde... sino siempre, lo primero que se encuentra.

jueves, 23 de abril de 2020

Gratitud en el Día del Libro

El Día del Libro es, sin duda, uno de los más bonitos para cualquier escritor. Yo empecé mi idilio con esa fiesta hace hoy catorce años en el zaragozano Paseo de Independencia, cuando estuve firmando ejemplares de El amor azul marino en los stand de Editorial Amares y Librería Albareda. Recuerdo perfectamente que compartí espacio con la genial Marisa Azuara, que cierto librero nos aseguró que del buen tiempo se encargaba San Jorge y que algún editor me aconsejó que si pretendía ser famoso debería serlo desde mi ópera prima... ¡Si no, había poco que hacer!
Creo que no le hice demasiado caso.
Durante cada celebración he disfrutado compartiendo con lectores, conociendo a tantos colegas de Letras, amando abiertamente a los libros. En cada presentación he descubierto que el amor no es solo azul -El amor azul marino-, que puedo escribir misivas a cualquier estado -Cartas para un país sin magia- mientras compongo la mejor de las sinfonías -Nanas para un Principito-, viajar a otros lugares con otros sabores -Mi planeta de chocolate-, seguir inspirándome en la Luna -Catorce lunas llenas- o bailar bajo la lluvia aunque no llueva -Siete paraguas al sol-... Y siempre constatando que el amor pervivirá, incluso en estos tiempos del Coronavirus -El amor en los tiempos del Mindfulness-.
Por eso me resisto a que -a pesar de las circunstancias- este 23 de Abril sea un día triste. Prefiero dar las gracias por cada instante vivido, por decenas de gestos, por cientos de firmas, por miles de amigos... Y porque gracias a esos libros me siento más humano, más libre, más feliz.

miércoles, 22 de abril de 2020

Cuando fuimos trencillas

En estos tiempos del Coronavirus estoy pasando demasiadas cosas por mi corazón. A fin de cuentas, así se conjuga el verbo RECORDAR. Y esta mañana, tras escuchar a un amigo que depositó sus sueños en ese negocio al borde del precipicio al que esta crisis le ha acabado dando su último empujón, rememoraba aquel día cuando eso mismo pasó en mi familia.
La carpintería de papá no funcionaba. Nadie quiere sus muebles a medida o barnizados a mano. Además, existe cierta empresa que monta casas enteras por el precio de un solo dormitorio. ¡Sueca, novedosa, barata y encima lo haces tú! Con tanta competencia, su quiebra asomaba a la vuelta de la esquina.
Nos lo anunció suavemente. A partir de ahora, toca apretarse el cinturón. Y eso que nunca fuimos personas de excesos: veranos en nuestro pueblo, recortes de embutido para merendar, enseres que se heredan de mayores a pequeños... Reconozco que aquellos meses fueron duros. Mis hermanos optaron por concluir sus estudios para ponerse a trabajar. Quizá nunca les agradecí lo suficiente semejante derroche de generosidad. Yo, cursando el Bachillerato de entonces, decidí hacerme árbitro de fútbol para sufragar mis gastos. De manera que cada fin de semana -con más moral que vocación- dirigía partidos de categoría regional con los que, de paso, podía ayudar en casa.
Más de una vez hubo broncas en el partido, pero tampoco importaba. Lo realmente importante es que tras aquel silbato lucía la oportunidad de poder ser lo que yo quería ser.
Por eso siento tan cerca cuanto comparte mi amigo. Tristemente, en estas circunstancias les va a pasar a muchos. Como advirtiera don Quijote a Sancho Panza, no le daré consejos. Eso sí: sabe que estamos ahí, que nos ponemos a su disposición y que si de un modo figurado tuviera que volver a vestirme de trencilla -así se conoce en el argot periodístico a los árbitros de fútbol por el cordón trenzado donde colgaban su pito-, lo haría gustoso para ayudarle.

martes, 21 de abril de 2020

El valor del tiempo

De haber transcurrido todo según lo previsto, mi calendario de esta semana se hallaría repleto de eventos con motivo de la celebración del Día del Libro. Para ayer lunes había programado dos actos en cierto colegio de León: sesión de cuentacuentos para Primaria y encuentro con el autor en Secundaria... Mañana miércoles, tendríamos presentación de El amor en los tiempos del Mindfulness en una librería de Logroño... Para el jueves, la habitual firma de mis obras en el stand de Librería Albareda en el zaragozano Paseo de Independencia... Y etcétera, etcétera... El caso es que, a priori, me quejaba de que en nuestra agenda no cupiesen más horas.
A raíz de lo ocurrido, parece que aún me queda menos tiempo. Tras cada jornada en esa Sección de Epidemiología, en casa aguardan mis hijos. A veces para que revise sus tareas en plataformas que hasta ayer desconocía -espero no perder nunca esa chuleta con sus contraseñas-; otras muchas, simplemente para que juguemos, para que seamos, para que estemos. Eso sí: siempre con entusiasmo.
Ambos desean salir. Y lo desean con todas sus fuerzas... Por eso, como papá y como epidemiólogo -aun cuando suela ser reservado en mis opiniones al respecto, dado que detrás de cada decisión se supone un Comité de Expertos-, me alegro sinceramente de que por la tarde se hayan cambiado las condiciones referidas para ello. En tal sentido, hago mías las palabras del presidente de la Asociación Española de Pediatría de que el objetivo de esas salidas debe ser que el niño pueda tomar el aire y/o permitirle un paseo o una carrera en un entorno próximo y controlado, lo que contribuiría al bienestar físico y emocional de los menores... Un supermercado o una farmacia no son los lugares más adecuados para acudir con ellos, pues no es posible garantizar las medidas de seguridad recomendadas en espacios en los que se producen concentraciones de ciudadanos y con cercanía de objetos muy atractivos para que toquen los más pequeños, siendo mucho más susceptible de un aislamiento social seguro, una salida a lugares poco transitados y con espacios abiertos.
En cualquier caso, sea bienvenido ese alivio parcial, en el que a partir del lunes invertiremos parte de nuestro tiempo. A fin de cuentas, como afirmara el filósofo Teofrasto, este bien es la cosa más valiosa que cualquier persona -incluido un niño- puede gastar.

domingo, 19 de abril de 2020

Esa vacuna llamada Horchata

A mis hijos ya les he advertido de que no seré yo quien diseñará la vacuna contra este Coronavirus, pero que ese detalle carece de importancia. Lo realmente importante es que -lo logre quien lo logre- resulte eficaz, segura y accesible.
Aun cuando la Sirenita sigue apostando por mí -a su edad, cualquier padre sería Superman-, desde que descubrimos el poder terapéutico de esas otras vacunas mágicas y universales que ofrece la vida, nos gusta repasar sus propiedades. Así, en la antesala de nuestros sueños, Mamá recordó ayer el valor de los Abrazos, capaces de desactivar el estado de tensión de cualquier persona... Manuel pequeño insistió en la importancia del Cuento y de cuantos gerundios le acompañan: compartiendo, sintiendo, escuchando... Amalia apostó por ese Chocolate que sabe tan delicioso, a lo que yo le añadiría que es fuente de antioxidantes y Benito Expósito Expósito -protagonista de mi novela Mi planeta de chocolate- que cuando debas elegir entre dos opciones, tomes siempre la que lo tiene.
Entonces llegó mi turno. Y desde el recuerdo de aquel regalo que nos enviara por Navidad nuestro querido Miguel Ramón -amigo que nos presentó la Literatura y en cuya generosidad me inspiré para crear el personaje principal de El amor en los tiempos del Mindfulness-, indiqué esa Horchata que estamos degustando durante el fin de semana.
- ¡Horchata! -exclamaron los tres sorprendidos.
Entonces les expliqué que este refresco natural favorece nuestra hidratación, es digestiva -gracias a su contenido en enzimas-, filón extraordinario de energía, copiosa en minerales y vitaminas -especialmente C y E-, previene la arterioesclerosis -por su alto contenido en ácido oleico- y regula la tensión arterial -al ser rica en arginina-. Todo ello sin fosfatos, ni glucosa, ni caseína, ni gluten. Además su sabor nos encanta, la tomamos en familia... Y lo más importante de todo: nos la ha regalado un amigo desde la mismísima Alboraya -sin duda, la cuna de esta bebida-, por lo que en tal caso llevaría consigo otra vacuna añadida: la Amistad.
Y así vamos pasando este confinamiento, descubriendo remedios universales que teníamos olvidados, mientras conjugamos esos gerundios que tanto le agradan a nuestro Principito.

sábado, 18 de abril de 2020

Responsabilidad en tiempos del Coronavirus

Sucedió en Navidad. Lo sé porque guardábamos cola a la entrada de un centro comercial para que Manuel pequeño entregase su carta a los Magos de Oriente. En ese momento ciertos gritos advirtieron de que alguien se había desmayado. Al aproximarnos, encontré a aquel anciano sin conciencia, aunque respirando y con latido. Iba solo. Algún móvil inocente avisó al 112 y una ambulancia se personó.
Realmente, durante mi atención no sabía qué pudo haberle pasado; sin otros medios diagnósticos, la escala de posibilidades resulta demasiado amplia. En cualquier caso, procedía evacuarle.
Al hablar con su conductor, comentó que el vehículo era solo de transporte, de manera que ni había más personal ni estaba medicalizado. Atendiendo a mi condición de médico, su coordinador me confirmó por teléfono la imposibilidad de que llegara otro equipo indicándome que -conforme a la normativa vigente- era yo el responsable de acompañar a ese paciente al Hospital. Dejando allí a mi familia, así lo hice.
Una vez en Urgencias, completamos la transferencia e intercambié con dos facultativos los datos clínicos básicos que pude constatar. El paciente seguía inconsciente. Al salir a la calle, la ambulancia se había ido.
Llamé al 112 para preguntar por ella. Entonces su coordinador me advirtió de que, efectivamente, no era un servicio de taxi y que debería regresar por mis medios. Como cerrase nuestra conversación, es cuestión de responsabilidad, al igual que lo había sido toda mi intervención. Y en efecto, la asumí. Como asumo a diario la de tantas decisiones -algunas realmente peliagudas-, amparado siempre en mi conciencia, en mis conocimientos técnicos y en ese seguro que a título personal abono cada mes a nuestro Colegio profesional.
En estos tiempos del Coronavirus, constato que el Ministerio ha procedido con urgencia a retirar un lote de cientos de miles de mascarillas defectuosas que había repartido entre las Comunidades Autónomas, incluida la mía. Muchas de ellas llegaron a ser utilizadas por sanitarios en otra praxis asistencial en la que -desde una falsa sensación de seguridad- estuvieron potencialmente desprotegidos. Ese alegato de que la mayoría no se habían distribuido o de que la empresa acabará reponiéndolas, tampoco oculta la seriedad de los hechos. ¿Saldrá algún responsable? Y es que en este cortejo del maldito virus, capitaneado por tantos miedos, asoma otro elemento que desde luego deberíamos desterrar: la irresponsabilidad.

viernes, 17 de abril de 2020

Vacunas en tiempos del Coronavirus

Tras el cuento de esta noche, mis hijos nos lo han dejado claro: Papá, ¡tenemos muchas ganas de ir al cole para volver a estar con nuestros amigos! Yo les he explicado que cada día que pasa falta un día menos, pero que aún queda un poquito. Entonces la Sirenita me preguntó a bocajarro: Y tú que trabajas con vacunas, ¿por qué no inventas alguna? La verdad es que me encantaría que alguien lo hiciera pronto.
En cualquier caso, y pese a que con este Coronavirus existen pocas certezas, soy moderadamente optimista. A todos nos interesa que esa vacuna esté disponible cuanto antes. Quizá por esto, se estima que actualmente la Organización Mundial de la Salud tiene constancia de más de setenta trabajos de investigación abiertos, dos de ellos desde nuestro Centro Nacional de Biotecnología... Quizá por ello, científicos chinos ya estén probando en voluntarios varias patentes frente a COVID19 -una incluso en fase II-, dentro de ese ensayo liderado por una epidemióloga y financiado por el Ministerio de Ciencia y Tecnología del país... Quizá por eso, se hayan unido en tal objetivo dos farmacéuticas tan importantes como la francesa Sanofi y la británica GSK, avanzando que podrían tener algún preparado eficaz y seguro en un periodo de tiempo entre 12 y 18 meses.
En esta carrera contrarreloj acabaremos encontrando remedio contra ese maldito virus. De ello estoy convencido. Sin embargo, mis dudas se aferran a cómo resolveremos esas secuelas que va dejando a su paso: desde la sanitaria a la económica, pasando por la psicológica a medio-largo plazo.
Entre tanto, el Principito me insiste en que idee alguna vacuna antes de irnos a dormir. Y yo, tras un penúltimo cuento, les advierto que sé de una que les permitiría ser más felices, que nos hace sentir bien, que supone ejercicio pues moviliza cientos de músculos, que hace que a los demás les guste estar con nosotros, que mejora nuestras defensas, aumenta la confianza y encima vivimos más. ¿Cuál es?, pregunta impaciente la Sirenita. Y entre los tres, sonriendo, damos con la solución... Precisamente esa: nuestra sonrisa.

jueves, 16 de abril de 2020

El pico del Tucán

A pesar de las circunstancias, la Vida sigue... ¡Y seguirá! Por eso hoy me agrada compartir mi cuento El pico del Tucán, genialmente ilustrado por Talía de Rus, incluido en la antología Somos diferentes (MAR Editor), que dentro de su serial semanal El Decaleón ha publicado este jueves el diario La Nueva Crónica.

"Érase una vez un Tucán, acomplejado de ser Tucán. Siempre que se asomaba a la laguna para ver su reflejo entre las aguas, se avergonzaba de tener semejante pico y de lo que otros animales pudieran pensar de él.
- ¿Por qué no seré yo tan esbelto como el Colibrí, tan proporcionado como la Oropéndola o tan majestuoso como la Lechuza? –se quejaba amargamente-. Todos se ríen de mí. Con esta protuberancia sobre mi cara, ¿a quién le voy a gustar?
Su amigo el Abejaruco le consoló asegurando que a él no le importaba su aspecto, que lo más relevante estaba en su interior:
- Siendo tan divertido, ¿para qué vas a cambiar?
Pero tales argumentos, a él nunca le confortaron.
Mientras, un vecino de rama, el Guacamayo, le propuso que si no estaba contento con esa anatomía acudiese al Gran Mago de los Pájaros para solicitar que se la modificara. De hecho, entre las marismas se rumorea que al Quetzal no le agradaba su peinado y acabó poniéndole una cresta con la que sigue causando sensación.
Temeroso pero esperanzado, el Tucán acudió a esa cueva en la que vive tal Mago. Después de presentarse como es debido, le entregó unas bayas a modo de regalo e imploró:
- Por favor, señor, cámbieme este pico tan grande por uno más pequeño… No importa que sea diminuto, como el de cualquier gallinácea.
Y el gran Mago, conmovido, accedió a sus deseos, concediéndole un pico de Pavo Real.
Aquel Tucán salió muy contento de la cueva.
- ¡Me veo hermoso! –se animó a sí mismo-. Ahora sí que seré querido por todos.
Sin embargo, apenas había doblado la primera esquina de la albufera cuando sufrió un ataque feroz. Cierta Águila Imperial se abalanzó sobre él, teniendo que resguardarse a toda velocidad en aquella misma cueva de la que acababa de salir.
Al verle de nuevo allí, dándose cuenta de lo ocurrido, el gran Mago le advirtió:
- El volumen de tu pico os sirve a ti y a los de tu especie para protegeros, al disuadir a otras criaturas de su instinto depredador. Ahuyenta al jaguar, al coatí y a demás aves de rapiña, tras intuir el daño que uno solo de esos picotazos le podría causar… Mas al pedir que te lo disminuyera, perdiste ese seguro de vida.
El Tucán aprendió una primera lección: la dimensión de su pico era por y para algo; de ahí que le rogase expresamente al Mago que se lo repusiera conforme a su tamaño natural. Y este, lo hizo. No obstante, aún disconforme con aquel apéndice, el ave volvió a rogarle que al menos no fuese tan compacto:
- Por favor, señor, cámbieme este pico tan duro por uno blando… No importa que sea por otro más endeble, como la bolsa de cualquier Pelícano.
Y el gran Mago de los Pájaros, nuevamente conmovido, accedió a sus deseos, concediéndole un pico de Miná Común.
Aquel Tucán salió otra vez muy contento de la cueva.
- ¡Me veo ligero! –se alentó a sí mismo-. Ahora sí que seré valorado por todos.
Sin embargo, apenas había alcanzado el segundo chaflán de la alberca cuando empezó a darse cuenta de que con ese saliente tan frágil no podía abrir las semillas de las que se alimentaba.
Viéndose en tal necesidad, regresó otra vez al hogar del Mago para plantearle aquel problema. Y este, dándose cuenta de lo sucedido, le indicó:
- La consistencia de tu pico os sirve a ti y a los de tu especie para alimentaros al permitir que, usándolo como tenaza, podáis acceder a vuestra comida… Mas al pedirme que te lo ablandara, has perdido esa herramienta de vida.
El Tucán aprendió una nueva lección: la solidez de su pico era por y para algo; de ahí que le pidiera expresamente al Mago que le devolviese a su estado primitivo. Y este, lo hizo. No obstante, aún disconforme con aquella prolongación, el ave volvió a rogarle que al menos no luciese tantos colores:
- Por favor, señor, cámbieme este pico tan pigmentado por otro menos llamativo… Ni siquiera importa que sea por uno blanco, como el de cualquier pájaro albino.
Y el Mago, otra vez enternecido, acató su ruego, concediéndole un pico de Cacatúa.
- ¡Me veo elegante! –se repitió a sí mismo-. Ahora sí que seré apreciado por todos.
Sin embargo, apenas había superado la tercera manzana del estanque cuando percibió que estaba perdiendo sus dotes de seductor. Ninguna hembra se fijaba en él y, por tanto, con ninguna iniciaría ese ritual de apareamiento que comienza –precisamente- intercambiándose palitos con el pico.
Ante la angustia que le ocasionaba semejante situación, el Tucán volvió a la cueva del Mago para exponerle su nuevo pesar. Y este, dándose cuenta de lo acontecido, le aleccionó:
- La coloración de tu pico os sirve a ti y a los de tu especie para cortejaros hasta consumar el proceso de reproducción… Mas al pedirme que te lo blanqueara, perdiste esa fe de vida.
El Tucán aprendió una tercera lección: las tonalidades de su pico eran por y para algo; de ahí que le suplicase expresamente al Mago que se lo pintara de su tonalidad original. Y este, ya un poco harto de tanto capricho, lo hizo… si bien le acabó implorando que no volviera más.
Desde entonces, amanecer a amanecer, el Tucán fue asimilando que su pico no era tan imperfecto como creía. Que gracias a su tamaño, a su consistencia o a su coloración, podía vivir su vida con plena normalidad. Que todo en él era por y para algo.
Atardecer a atardecer, fue aceptándose con plenitud, reforzando sus virtudes, limando en lo posible cada uno de sus defectos... Aprendió a respetarse más y a compararse menos, olvidándose de lo que otras aves pudieran pensar de él. Especialmente, cuando el Papagayo le aseguró con cierta envidia que ese pico suyo –gracias a su densa vascularización- le permitía regular la temperatura de su cuerpo hasta encontrarse más a gusto consigo mismo.
Anochecer a anochecer, aquel pájaro empezó a darle importancia a lo realmente importante: a los amigos de charca, a tantos vecinos de tallo, a su compañera de nido, a sí mismo… A seguir siendo divertido, que diría el bueno del Abejaruco. Poco a poco, casi sin darse cuenta, comenzó a ser más feliz… Y lo que es más importante: a transmitir a su entorno aquella felicidad.
Así que colorín, colorado, esta historia de un Tucán por su pico acomplejado… simplemente ¡ha terminado!".

miércoles, 15 de abril de 2020

Ajedrez en tiempos del Coronavirus

Durante estos días hemos convertido al Ajedrez en uno de nuestros juegos de cabecera. De momento, la Sirenita está aprendiendo aunque -como les pasa a muchos mayores- tiene demasiadas prisas. El Principito, más sereno, desea que todo se solucione para optar al campeonato escolar de su categoría en esa última ronda a la que llega segundo.
De hecho, en el cuento improvisado de anoche, retábamos ante un tablero al maldito Coronavirus. Ella se pidió ser Reina; él prefirió Caballo... Yo elegí una pieza de Alfil. Quizá porque sea la figura que más identifico con mi condición de epidemiólogo: cerca del puesto de mando, con posibilidad de desarrollarse en cualquier diagonal, responsable pero limitado por el color en sus movimientos... Quizá porque en este combate de estrategia la considere fundamental para romper las defensas de nuestro adversario... Quizá porque en cada jugada que haces, muestras una parte de tu personalidad.
Ante ese enroque imaginario, comparto también que mi posición como sanitario ha variado a lo largo de este mes. Si al principio estuve en primera línea valorando cada caso, realizando sus estudios de contactos o implementando cualquier acción preventiva -al igual que en una partida, estábamos en fase de contención-, ahora realizo la mayor parte de ese trabajo desde mi Sección. Así, completamos encuestas epidemiológicas -incluyendo los resultados de test-, introducimos datos en esas bases desde las que luego -entre otras muchas cosas- se dibujan las famosas curvas... y por supuesto resolvemos dudas, redactamos informes o quedamos a disposición del devenir de cada jugada.
Desde este escaque de Alfil, mi reconocimiento sigue siendo para esos Peones -sanitarios o no- que permanecen en vanguardia. Por eso me duele que con todo cuanto están haciendo y con todas las medidas que están tomando para protegerse y protegernos contra la enfermedad, en algunos casos hayan recibido mensajes amenazadores de sus propios vecinos o incluso se hayan ensañado con sus bienes. Particularmente jamás pensé que este otro virus -sin duda aún peor que el que lleva corona- pudiera darnos un jaque así.
En cualquier caso, a pesar de las circunstancias, seguiremos siendo y estando. Sin abandonar nunca; pero también sin olvidar que, como advirtiera el campeón mundial de Ajedrez Vasili Smyslov, en este deporte como en la Vida, el rival más peligroso puede ser uno mismo.

martes, 14 de abril de 2020

En el día de su cumple

Yo siempre he dicho que tuve una madre bondadosa y un padre trabajador. Durante años me he sentido cómodo con esta definición, si bien en una segunda lectura podría no parecer justo con él.
Papá se dejó mil horas y media vida en aquella carpintería para que a nosotros no nos faltase de nada. Recuerdo sus domingos por la mañana con la persiana cerrada, esos agostos sin vacaciones, aquel manido tú estudia, que yo trabajo por ti... ¡Y sin una sola queja, como tantos de su generación! Recuerdo también aquellas necesidades familiares que a él le condicionaban. Por citar solo una, al no tener calefacción nos calentábamos en casa quemando un disolvente con el que quitaba el barniz de los muebles. Lo que por entonces sonaba a lujo hoy sería una irresponsabilidad. Y por supuesto recuerdo aquel aniversario -tal día como hoy- en el que soplamos sus velas a las once de la noche porque, simplemente, no pudo cerrar antes.
Entre tanto mobiliario, ni siquiera le dio tiempo a jubilarse. Tampoco para hacer ese crucero a Canarias que junto a mi madre se habían regalado por sus bodas de plata. Y eso que sus tres hijos les dimos cientos de razones para que no lo pospusieran; pero siempre, a penúltima hora, surgía alguna ñapa -así llamaba él a las tareas extras- y con ella alguna excusa.
Después de mucho insistir, logramos que se apuntaran a ese viaje organizado desde el patronato. Tras presentar su solicitud, con nuestros dedos cruzados para que esta vez nada se torciera, quedaron a la espera de que lo concediesen. Mas en esta ocasión el Destino, quisquilloso y perverso, tampoco lo permitió. El mismo día que ambos se fueron para siempre -aquella carretera acabaría llevándosele la otra media vida que le quedaba- recibimos una carta felicitándoles por su suerte: habían sido seleccionados para ir a Canarias. Sí, casual o causalmente ocurrió de manera simultánea... ¡Cuando ya no podían!
Quizás esa fuera la última lección que quiso/quisieron enseñarnos: que a partir de ese momento viviéramos sin ellos nuestro presente, amarrando cada oportunidad que nos pudiera ofrecer. Les recuerdo con una sonrisa y un besico así de grande -que diría cualquiera de sus nietos- en este día de cumpleaños. Y es que, a fin de cuentas, ese presente nuestro es lo único que realmente tenemos.

lunes, 13 de abril de 2020

El hombre que odiaba a los sanitarios

Ser sanitario resulta duro. Lo asegura este médico absolutamente vocacional con más de veinticinco años de servicio. Considero que durante ese tiempo he procurado dar siempre lo mejor de mí... Y aun cuando por suerte mi memoria sea positiva, en su bagaje quedan batallas perdidas contra ciertos diagnósticos, aquel juicio injustificado, alguna agresión sentida... Por eso siempre recalco -con respeto a todos, sin renegar de ningún minuto vivido- que en mi próxima existencia me pido ser mago.
Esa memoria amiga acostumbra a borrar a cuantas personas potencialmente tóxicas he encontrado en mi vida. Sin embargo, en estos tiempos del Coronavirus, me asalta a la mente una: aquel jefe de personal con quien coincidí en cierto centro, que literalmente odiaba a los sanitarios.
Se incorporó en verano. A principios de septiembre comenzó a tomar decisiones. De manera que, siendo yo jefe del Servicio de Sanidad, me citó en su despacho.
- Para lo que hacéis, considero que médicos, enfermeros, veterinarios y demás estáis sobradamente pagados -advirtió en tono imperativo-. A partir de este mes, dejareis de repartiros cualquier complemento específico, pues creo que otros los merecen más.
Decía aquello plenamente convencido. No lo podía creer.
Trató de justificar su decisión con argumentos baldíos: que si durante las guardias nocturnas dormíamos de no haber ninguna urgencia, que si no eran recortes sino una redistribución acorde a su criterio... Entonces permitió que tomase la palabra. Y yo, tras defender con uñas y dientes nuestra labor, le postulé:
- Usted asegura que va a suprimirnos esos tres o cuatro complementos tipo C -los de menor cuantía- que como mucho cobramos al año porque considera que no los merecemos...
- Así es -asintió.
- Con el debido respeto, ¿cuántos de los doce complementos tipo A -los de mayor dotación- que usted cobra cada mes piensa quitarse porque considera que no se los merece?
Esta pregunta fue el principio de mi fin en aquel sitio. Mordido por la ira, me acusó de haberle hecho la cuestión más irreverente que nadie le había planteado. ¡Qué falta de respeto! A partir de ahí, toda comunicación se anuló. Y si bien al final tampoco nos quitaron nada porque el director fue más comprensivo, no me quedaría otro remedio que marchar.
Bajo el mando de aquel gestor, un servicio sanitario que funcionaba acabó prácticamente desmantelado. Y aunque luego otros nos sustituyeron, jamás serían como nosotros.
A veces, cuando de regreso a casa sobreviene la ovación de mil vecinos, me preguntó si aquel hombre saldrá también a aplaudir. ¡Sería paradójico, pero conociéndole sería posible! Lo cierto es que a mi memoria positiva tampoco le importa demasiado. Porque a sabiendas de cómo acabó la historia, doy fe de que la vida terminaría poniendo a cada cual en su sitio.

domingo, 12 de abril de 2020

La espina de lubina

Durante esta semana he vuelto a ser el epidemiólogo de guardia de mi Área; esa especie de policía sanitaria que vigila la aparición de cualquier enfermedad de declaración urgente, cualquier brote o cualquier otra incidencia que afecta a la salud de nuestra comunidad. Por razones evidentes, en estos tiempos todo el protagonismo lo copa ese maldito Coronavirus.
Paradójicamente esta circunstancia ha hecho que pasara a una posición de Cuartel General, desde donde recabar más datos de interés epidemiológico, redactar informes o coordinar medidas de intervención. No obstante, mi reconocimiento sigue estando para esos profesionales -sanitarios y no- que continúan en primera línea.
Entre tanto, ayer por la noche realicé otra atención médica de lo más surrealista. Al hijo menor del mayor de mis vecinos se le clavó una espina de lubina en la garganta durante su cena. Intentaron cien remedios caseros para quitarla: desde beber mucha agua hasta deglutir migas de pan... Mas sin éxito alguno. Aunque de momento tan solo le molestara, se estaban planteando ir al servicio de urgencias del Hospital.
Atendiendo a la recomendación institucional de no acudir a los centros sanitarios si no es imprescindible, ese vecino optó antes por llamarme. Nuestro administrador le proporcionó mi teléfono, pues prácticamente nunca habíamos coincidido. Tras presentarse, me preguntó si efectivamente era médico, dio los detalles del incidente y sopesamos cómo intentar resolverlo en la actual situación de confinamiento. De manera que decidimos lo siguiente: el pequeño se lavaría -incluida su cavidad bucal con un colutorio-, se pondría guantes, algún delantal impermeable, y me esperaría solo en la puerta de su piso. Entre tanto, yo subiría con mi protección, una linterna y dos pinzas quirúrgicas, e intentaría extraerla. Sin holas ni adioses, sin ni siquiera tocarnos.
Así lo hicimos. Al verme asomar por el rellano, aquel niño abrió su boca, yo enfoqué mi luz hacia su garganta, tuve suerte de visualizar esa espina que danzante nos retaba y en un certero movimiento la extirpé.
Salí presto de allí y volví a mi casa, donde rebobiné el protocolo establecido.
El problema se resolvió sin más, sin que fuera precisa ninguna otra intervención.
Nuestro vecino me llamó por teléfono ayer mismo dándome las gracias... Esta mañana ha vuelto a hacerlo para ofrecernos si la necesito una plaza de garaje que tiene desocupada. Y es que, como dijera el escritor Noel Clarasó, a menudo no nos tratamos con los vecinos, pero siempre hay tiempo para hacer una excepción.

miércoles, 8 de abril de 2020

Escribir en tiempos del Coronavirus

Si no fuera porque no quiero parecer exagerado, diría que lo he repetido mil veces; que empecé a escribir hace siglos, cuando mis padres se fueron. Tras aquel accidente, se tambalearon muchos cimientos. Mas no tardé a descubrir que ni ellos ni las personas que seguían conmigo querrían verme así. De manera que -después de llorar un río- busqué alguna salida. Practiqué cien deportes, coroné los picos más altos de nuestro Pirineo, me inscribí en otro cursillo de teatro... Y al final encontré la solución sobre esa mesa de mi dormitorio donde ideé aquel primer relato.
Desde entonces, contar es mucho más que una simple afición. Al margen de cualquier lista de ventas, constituye mi ventana, mi espita, mi terapia... Una válvula de escape con la que además consigo algo que también conseguía escribiendo el genial García Márquez: que mis amigos me quieran más. Solo así se explica que nuestra querida Soraya ponga citas en su estado de wasap de El amor en los tiempos del Mindfulness o que mi admirada Tensi destaque en su portal Lecturafilia ese Mi planeta de chocolate como uno de los libros que le han hecho más feliz.
En estos tiempos del Coronavirus sois muchas las personas que habéis agradecido mis escritos al aportar en ellos -según comentáis- una visión humana y profesional sobre esta pandemia. Sinceramente, soy yo el que os agradezco su lectura, si bien he de aclarar que en estas circunstancias los redacto fundamentalmente por mí. Nada me relaja más, ni me permite desconectar tanto de cualquier realidad.
Permitidme por ello esa dosis de egocentrismo -que no de egoísmo-, pues la necesito. Y es que ya lo advertí en aquella presentación de mis Cartas para un país sin magia, que acabaría dedicándome: todo proyecto ilusionante comienza por uno mismo.

martes, 7 de abril de 2020

Su último adiós

Casual o causalmente, esta tarde he coincidido en cierta institución con el adiós de una persona. Otra más de entre las que esta pandemia del Coronavirus ha decidido llevarse consigo.
Una auxiliar de enfermería le acompañaba en su cuidado final. Al salir apenada de la habitación, ni siquiera atendió al consuelo improvisado que en la distancia quiso prestarle su director. Ciertamente en estos días, nuestros sentimientos conviven a flor de piel.
Pese a sus buenas intenciones, él tan solo acertó a decir ese ¡No llores! con el que nunca estuve demasiado de acuerdo.
- Si llora, tampoco pasa nada -traté de sugerirle con empatía-. Si lo necesita, déjela... ¡Que no se reprima, que libere esa emoción!
Entonces él desplegó una de esas miradas de hito en hito, que leyera siendo joven entre los versos de Bécquer, y respondió:
- ¡Para usted resulta fácil! A fin de cuentas es médico y estará acostumbrado a este tipo de experiencias.
Durante unos segundos se hizo el silencio.
La conversación seguiría luego por otros derroteros, sin lenguaje gestual -tanta protección individual no la permite- y separados conforme a lo establecido.
En el camino de regreso a casa, recordé -del latín recordaripasar de nuevo por el corazón- aquella y otras vivencias profesionales relacionadas con ese adiós. Sinceramente, a pesar del tiempo transcurrido, me sigo estremeciendo ante él. Y es que hay situaciones a las que -seas lo que seas- nunca te acostumbrarás.

lunes, 6 de abril de 2020

Animales en tiempos del Coronavirus

Cada vez que repaso mis veranos de infancia, me asalta una sonrisa. Allí en el pueblo, rodeado de animales, con la ventaja añadida de que mi abuelo Tomás era pastor. Y aunque en alguna ocasión Chispitas -su perro de confianza- nos ladrase por azuzar al rebaño, acabaría haciendo buenas migas con todos.
Recuerdo la crianza de cien conejos, la hora de dar pienso a mil gallinas... tantas tardes jugando con diez primos en ese prado sobre el que hoy asienta otra gasolinera. Por eso, cuando ahora vamos a nuestro Toral de los Guzmanes, me encanta que mis hijos visiten sus granjas, descubran in situ ese proceso, aprendan a través suyo a respetar nuestra Naturaleza.
En estos tiempos del Coronavirus son varias las personas que me han consultado si existe algún riesgo añadido por el hecho de tener mascotas. Desde prácticamente el principio, la Organización Mundial de la Salud asegura que no está demostrado que los animales lo transmitan, recomendando no obstante lavarse siempre las manos después de haberlos tocado.
Según nuestro Ministerio de Sanidad, el virus puede pasar de humanos a sus perros y gatos -también a hurones-, si bien no está confirmado que la transmisión se produzca a la inversa. De hecho, distintos investigadores han publicado que de existir, sería meramente ocasional. Atendiendo a su documento técnico, bajo ningún concepto debería sacrificarse a ningún animal por sospecha de Coronavirus: en un hipotético caso de que pudieran ser transmisores, habría que aislarlos igual que a las personas. En otros estudios paralelos, se ha confirmado que ni cerdos, ni gallinas, ni patos parecen susceptibles. Mi abuela Lorenza habría estado tranquila.
Conviene indicar también que durante el tiempo que dure este confinamiento, las clínicas y tiendas de animales permanecerán abiertas. No así las peluquerías caninas. Igualmente se recomienda que cualquier persona que pasee a su mascota no presente síntomas compatibles con la enfermedad y que, por supuesto, mantenga las medidas prescritas.
Al recrear esta última imagen me sobreviene la primera de Chispitas; probablemente, el único ser vivo de este planeta que amó a nuestro abuelo más que a sí mismo. ¡Y mira que sus nietos le quisimos!

domingo, 5 de abril de 2020

Más vecinos en tiempos del Coronavirus

Sé por el contador de Google Analytics que las visitas diarias a mi blog han subido significativamente en el último mes, habiendo pasado de una media de cien a algunas entradas con casi tres mil. Y que eso ha sido gracias a vosotros, por leerlas y reenviarlas. Lo que no sabía es que entre esos nuevos visitantes estuvieran nuestros vecinos. Todos leyeron mi entrada de ayer. De manera que hoy, en esa breve tertulia en la distancia que sigue al aplauso de las ocho y al Resistiré posterior de Manuel pequeño, me presentaron sus alegaciones.
Para empezar, el vecino de arriba salió a menos un minuto, sin arrancarse en su ovación hasta que fueron en punto. Nos advirtió que le gusta ser preciso, si bien la puntualidad tampoco consiste en empezar antes de hora. Compartió que asiste también al Palacio de Deportes a ver cada partido de nuestro equipo de balonmano. Cuando esto termine, podríamos ir juntos; mas él suele acudir con mucha antelación... Como dije, es un prisas.
El de abajo nos sigue pareciendo despistado. Lo mismo me llama Samuel que Miguel. Al menos ha sabido que no habiendo zona azul, jamás le multarán si aparcó en ella su coche.
Los vecinos de la derecha le dieron las gracias a esa chica de la izquierda por no haberle puesto contraseña a su wifi. Y esta aprovechó para preguntarme si nos gusta David Otero. "¿Quién es ese?", le respondí. Según parece, el actual número uno en Los Cuarenta Principales. A mí, que llevo anclado veinte años en Los Secretos, ya me ha anticipado que cualquier día de estos nos despertará con su canción.
La del tercero sigue interesándose por cómo conocí a Fernando Simón. Me pide que le recuerde que no hay mejor curva que una sonrisa.
Y así, uno a una, volvemos a nuestras casas hasta las veinte horas del día siguiente. Yo otra vez con mi manía de no resultar irreverente, pese a adoptar algún capricho literario cuando necesito desconectar.
A fin de cuentas, como presagiara el genial Woody Allen en su película Match point, hasta que no haya una crisis, no conocerás a tus vecinos.

sábado, 4 de abril de 2020

Vecinos en tiempos del Coronavirus

Aunque parezca paradójico, la actual situación de confinamiento me está permitiendo conocer mejor a mis vecinos. A las ocho en punto de cada tarde coincidimos en nuestras ventanas respectivas. El de arriba es un prisas: sale siempre a menos cinco y faltando dos minutos ya se arranca a aplaudir. Eso sí, posee gran poder de convicción porque todos le seguimos.
El de abajo parece más despistado. Acostumbra a asomarse cuando acaba. El domingo anterior, al olvidar cambiar su reloj de hora, salió al balcón a las siete... Si bien lo que realmente le preocupa es que no recuerda dónde aparcó su coche antes de que esto comenzara.
Los de mi derecha le chillan tanto a su hijo para que arregle su cuarto, que hasta el mío al escucharlos recoge el suyo. Ellos están convencidos de que el maldito Coronavirus ha surgido de algún laboratorio. Apenas tienen dudas. A mí -que tengo todas las del mundo- no me lo parece, compartiendo el criterio científico de que tras analizar el genoma del agente causal, los resultados concluyen de manera abrumadora que su origen está en la vida silvestre.
La de mi izquierda opta por poner la música muy alta, lo que no me molesta mientras sea música que nos guste. Ella ha tejido un equipo de protección individual a base de retales, dejando en él su firma de profesora de Artística. Yo avalo su costumbre de salir a la calle con mascarilla, siempre que se manipule bien, dada la posibilidad de que este virus permanezca en el ambiente más tiempo del que pensábamos.
La del tercero, sabiendo que coincidí con Fernando Simón en mis tiempos universitarios, me pregunta si por entonces ya anunciaba el final de la curva... Y así, uno a una, volvemos a nuestras casas hasta las veinte horas del día siguiente. Cada cual con sus manías. La mía, la de escribir con respeto -y más a sabiendas del sufrimiento que hay fuera- aunque permitiéndome en retaguardia ciertas licencias literarias, después de otra jornada en las trincheras.
Y es que, como afirmara Confucio, incluso la virtud no habita en la soledad... Debe tener vecinos.

viernes, 3 de abril de 2020

Policía de balcón en tiempos del Coronavirus

Aun cuando no quepa duda de que el confinamiento es una medida efectiva para combatir el Coronavirus, admito que estoy en casa menos de lo que debiera. De hecho, salgo prácticamente cada día por motivos de trabajo. Sea laboral o festivo, de mi cuarto a mi Sección de Epidemiología o a la inversa, con esas intervenciones en los centros sociosanitarios que lo precisen y alguna parada al regreso en la tienda de cualquier esquina.
Dado que no tengo horarios, en dos ocasiones me paró la policía preguntándome qué hacía por ahí. Entonces les muestro el salvoconducto que ampara mi conducta.
Aunque he oído hablar de ellos, nunca hasta ahora me había topado con ningún policía de balcón. Así se refieren los medios a esos ciudadanos que en estos tiempos del Coronavirus increpan a través de su ventana a cuantos ven deambular por la calle. Me consta que en muchos casos -como ante otros profesionales autorizados, niños autistas o personas con determinadas discapacidades- de manera equivocada.
Sucedió en una céntrica plaza, cuando aquella señora se dirigió a mí desde su terraza:
- ¡Quédate en casa! -me increpó dando voces.
En principio, pensando que lo haría por desconocimiento, le contesté sin descuidar ninguna medida preventiva:
- Soy médico... Estoy aquí por razones de servicio.
A lo que ella, entremezclando algún que otro ademán, insistió:
- ¡A tu casa... que nos vas a contagiar a todos!
No quise decirle más. Pensé que quizás estuviera asustada. Y deseé que cuando esta pandemia pase seamos capaces de juzgar menos, gritar menos, compararnos menos, dar por supuesto menos... escucharnos más. Lo pedí por ella; lo pedí por mí.

jueves, 2 de abril de 2020

Resistiré

Creo que la primera vez que escuché Resistiré del Dúo Dinámico fue en aquella fiesta universitaria, siendo estudiante de Medicina. Ante el bullicio de fondo, me quedé con su ritmo pegadizo sin entrar demasiado en la letra. Sinceramente, me gustó... Y nos cargó de energía ante ese final de curso que avecinaba.
La última vez que la he oído ha sido esta noche, en el balcón de mi casa. Allí, después de tantos aplausos a ese personal que sigue estando fuera para que la mayoría pueda estar dentro, nuestro Principito despliega su trombón y corresponde con cada nota a los vecinos que tararean el estribillo de tal canción. Sencillamente, me encanta... Pero ante esa ovación final, tampoco esta vez me fijé en su letra.
Las últimas cuarenta y ocho horas han resultado para nosotros especialmente duras. A la batalla de cada día contra el maldito Coronavirus, se han sumado tres adioses muy sentidos: nuestro primo Modesto, nuestro amigo Tano, mi colega Antonio. Tres excelentes personas. Descansen en Paz.
Por ellos, por todos, sonará cada tarde el trombón del Principito para recargarnos de energía y recordarnos que aquí no se rinde nadie. ¡Nadie de nada!, que dice mi Sirenita. A fin de cuentas, aunque los vientos de la vida soplen fuertes, somos como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie. 

miércoles, 1 de abril de 2020

Esperando al Ratoncito Pérez

En estos tiempos del Coronavirus me paso los días atendiendo preguntas. Igual me llama el alcalde de ese municipio para saber cómo desinfectar sus calles, que el personal de aquella funeraria para aclarar cualquier duda sobre el último momento. Cada respuesta que ofrezco queda avalada por dos pilares: los protocolos establecidos y mi hemisferio derecho. Y es que a menudo, las cuestiones que se plantean son demasiado complejas por su trascendencia o su premura, habiendo recurrido a mi sentido común más emocional para poder resolverlas. A veces pienso incluso que soluciono más por lo que transmito que por lo que realmente sé. 
Sin embargo, las cuestiones más difíciles nos las siguen haciendo mis hijos. La última de ellas, la que me plantea nuestra Sirenita: Papá, ¿el Ratoncito Pérez tampoco puede salir de casa? Y es que su diente canino lleva en danza varios días, aguardando su preciada recompensa en el caso de que se le caiga.
Entonces, allá donde no llega ningún protocolo y el cerebro se bloquea, surge el Principito para sacarnos de dudas: Él sí que puede, como los sanitarios. Sale porque su trabajo es importante. Y si le para la policía, enseña un salvaconducto y le permiten pasar.
De manera que así estamos... Dispuesto a resolver las dudas que surjan y esperando a otro invitado indispensable para todos aquellos entre cero y más de cien años que seguimos teniendo alma de niño: el Ratoncito Pérez.