viernes, 5 de junio de 2020

Cerrado por cuarentena

El aislamiento preventivo más antiguo que se ha descrito figura en el Pentateuco -Biblia primitiva atribuida al patriarca hebreo Moisés- y data de hace más de tres milenios. Atendiendo a la ley mosaica que establecía el Antiguo Testamento, los leprosos fueron expulsados de las ciudades para evitar la propagación de aquel mal entre los israelitas.
Otras medidas similares fueron referidas en El libro de Samuel, en aquel legado de Tucídicles, Hipócrates -con su célebre Cito, Longe, Tarde, equivalente a Vete rápido, Vete lejos, Tarda en volver-, Cipriano... Y por supuesto, en la primera gran pandemia de Peste negra que se dio en el mundo antiguo en tiempos del emperador Justiniano -siglo VI-, que duró sesenta años y terminó superponiéndose a otra de Viruela.
A partir del siglo XIII se generalizaron esas medidas a fin de controlar la propagación de plagas. De hecho, en Venecia llegaron a nombrarse tres guardianes de Salud Pública en los primeros años de la Peste bubónica. Entre sus misiones, garantizar el aislamiento de las personas y bienes sospechosos que pudieran transmitir la enfermedad, instaurar las medidas de acordonamiento -incluyendo el cierre de fronteras- e ilustrar los pasos que acometieron para dicho control. Por ellos sabemos que el médico que atendía a los apestados se cubría la cara con una máscara protectora, mientras aspiraba perfumes... Y que el periodo de aislamiento recomendado era de cuarenta días -de ahí el concepto de cuarentena- correspondiéndose con el que Jesús pasó en el desierto según la tradición cristiana.
Desde esta breve revisión histórica, comparto que temporalmente dejaré de publicar en este blog. En viernes, coincidiendo con la llamada Luna de fresa y a las puertas de otra supuesta normalidad, en estos tiempos del Coronavirus algo me pide parar; necesito menos crítica, más autocrítica, releer la parábola india del elefante y los ciegos. En definitiva, recargar baterías, formatear mi disco duro, pasarme un antivirus. 
Eso sí: nos seguiremos contando. ¿Qué tal dentro de cuarenta días?

jueves, 4 de junio de 2020

Accidentes domésticos en tiempos del Coronavirus

El dolor por el hogar vive en todos nosotros; es el lugar más seguro a donde podemos ir sin ser cuestionados. Quizás esta afirmación de la escritora Maya Angelou encuentre alguna excepción en estos tiempos del Coronavirus, al constatarse que en ellos han aumentado los accidentes domésticos, sencillamente porque hemos estado en casa. Caídas, quemaduras, intoxicaciones, atragantamientos... En este sentido, se estima que solo la atención en los servicios pediátricos de Urgencias ha crecido durante el confinamiento al menos un 30%, especialmente entre los niños más pequeños.
Sería el genial Goethe quien advirtiese que el hombre feliz es aquel que, siendo campesino o rey, encuentra paz en su hogar... Sin embargo y aun teniéndome por tal, debo admitir que tranquilo en el sentido literal de la palabra tampoco he estado, al ser el único accidentado de mi familia. Este lunes, jugando al balonmano con el Principito, además del partido perdí el equilibrio, abriéndome en la caída una pequeña brecha... Aquel jueves, mientras saltaba a la comba con la Sirenita, otro cabo suelto se enredó sobre mi cuello... Y este domingo, calentando crema de cacao para algún bizcocho, cedí a la tentación de mi personaje Benito Expósito Expósito (cuando debas elegir entre dos opciones, toma siempre la que tiene chocolate) quemándome los labios.
A este ritmo puede que esquive el peligro del maldito Coronavirus, si bien me da que no ocurrirá lo mismo con tantos derivados de los quehaceres domésticos. Y es que -ante tales antecedentes- empiezo a cuestionar incluso a Dorothy, la protagonista de la película El Mago de Oz, cuando asegurase aquello de que como en casa no se está en ningún sitio.

miércoles, 3 de junio de 2020

Sanitarios españoles, Premio Princesa de Asturias de la Concordia

Me acabo de enterar: Premio Princesa de Asturias de la Concordia al heroico sacrificio de los Sanitarios Españoles. Según la Fundación organizadora, expuestos a una alta y agresiva carga viral, su entrega incondicional, haciendo frente a largas jornadas de trabajo sin contar, en ocasiones, con el equipamiento y los medios materiales adecuados, según quejas de organizaciones profesionales y sindicales del sector, representa un ejercicio de vocación de servicio y de ejemplaridad ciudadana.
Con un espíritu de sacrificio personal sobresaliente en favor de la salud pública y del bienestar del conjunto de la sociedad, se han convertido ya en un símbolo de la lucha contra la mayor pandemia global que ha asolado a la Humanidad en el último siglo.
Nunca un reconocimiento ha sido más merecido.

El Efecto Illinois

Creo que aquel viejo profesor de Epidemiología le llamó Efecto Illinois, dado que fue en este estado norteamericano donde se describió. Y es que a principios del siglo pasado, había en él cierta ciudad que contaba con dos institutos: uno al que solo acudían jóvenes superdotados -con un cociente intelectual altísimo- y otro al que asistían el resto de los muchachos. Cuentan que su alcalde estaba obsesionado por mejorar aún más el rendimiento de ambos, de manera que encargó a su responsable de Educación que tomara medidas para que así sucediera. Y este, a sabiendas de su inmediato resultado y por encima de cualquier consideración ética, decidió trasladar a los peores del primero -pese a ello, con un cociente muy alto- al segundo -con un cociente menor-, consiguiendo que simplemente con eso los niveles medios de ambos centros aumentaran. Sin planes de estudio, sin ninguna estrategia pedagógica, sin haber hecho nada para atribuirse unos galones que desde luego no le correspondían.
En estos tiempos del Coronavirus vivimos también consecuencias de absoluta lógica. Así, tal y como nos advirtieran desde el Ministerio de Consumo, las apuestas deportivas han caído en picado, simplemente porque no ha habido deportes... La Dirección General de Tráfico anuncia que el trimestre marzo-abril-mayo ha sido el que menos accidentes en carretera ha sumado a lo largo de la historia, únicamente porque apenas conducimos... Y tal y como publican los boletines epidemiológicos de las diferentes instituciones sanitarias, la incidencia de otras enfermedades infecciosas ha disminuido, sencillamente porque no nos hemos juntado. 
Como diría aquel docente, son consecuencias naturales de lo que estamos viviendo, sin que nadie debiera atribuirse ningún mérito por ello. Algo a lo que, por cierto, somos demasiado dados. Si no, más de un siglo después, estaríamos incurriendo de nuevo en uno de los sesgos evaluativos más perniciosos que existen: el Efecto Illinois.

martes, 2 de junio de 2020

Casualidades en tiempos del Coronavirus

A propósito de esa entrada de ayer en la que afirmaba que desde que mis padres partieron siento al lado mío dos ángeles que nos guardan, nuestro amigo Marcos -aún más testarudo que yo, que soy el de Zaragoza- replica que nunca creyó en estas cosas. Desde esa condición de agnóstico, la vida sigue su curso atendiendo a las leyes naturales... Y como en ella jamás existe ninguna casualidad, muchas de las causalidades que le refiero son simples conjunciones que acabo interpretando a mi criterio.
Yo insisto en que tal realidad a mí me sirve, que ni siquiera tiene que ver con profesar alguna religión... mas no logro convencerle.
Así, si digo que este mismo lunes he sabido que el Instituto Leonés de la Cultura ha adquirido ejemplares de mi obra El amor en los tiempos del Mindfulness para dotar a todos los bibliobuses de la provincia... ¡es por pura coincidencia! Si le digo que otra editorial me ha propuesto publicar algún relato para cierta antología sobre estos tiempos del Coronavirus... ¡es mera casualidad!
- Si tan seguro estás de que te ayudan, ¿por qué no lo hacen con las cosas importantes?
Para mí, escribir es de lo más importante.
- ¡Sería mejor que te inspirasen cuando juegas a la lotería! -insiste en sus argumentos.
Eso en cambio, no lo es. Puede que incluso ni siquiera sea bueno para mí.
En todo caso, desde nuestro afecto y respeto mutuo, Marcos será siempre un amigo al que ya he desistido de demostrarle que la casualidad -si existiera- recordaría a ese milagro pequeño ante el que cualquier Dios por grande que fuese preferiría pasar desapercibido.

lunes, 1 de junio de 2020

Si no fuera porque lo sé

Si no fuera porque no me acuerdo, diría que tal día como hoy papá nos despertó pronto. Siempre tenía prisa, aunque nunca acertase a saber para qué. Supongo que compartimos mesa: él su café corto de costumbre, mamá algún té largo y yo otro tazón mediano de chocolate; con tostadas de aceite, que para comerse el mundo hay que salir de casa bien desayunado. Creo que así aconteció.
Si no fuera porque lo he olvidado, aseguraría que planificaron acercarse al huerto para regar sus frutales; que esa mermelada tan rica que luego hiciera mamá dependía de detalles como este. En principio, yo iría con ellos si bien -estando tan próximo el final de curso- lo decidiría justo antes de partir. Creo que así pasó.
Si no fuera porque a veces fantaseo, rubricaría que bajamos los tres al coche. Mientras metíamos bolsas en su maletero, decidí quedarme y pasar esa mañana en alguna biblioteca estudiando algún examen. Mamá insistió en que les acompañara; papá seguía teniendo prisa. Antes de que le diera cuerda al motor, besé a cada uno en sus mejillas... Y aunque luego parasen a comprar pan, no creo que la tendera hiciese lo mismo, por lo que sé que aquellos besos fueron los últimos que recibieron. Creo que así ocurrió.
Si no fuera porque igual no fue, afirmaría que durante esas horas en la biblioteca estuve especialmente inquieto sin motivo aparente. Sentía como si algo quisiera gritarme algo. De hecho, entre tantos apuntes y silencios, apenas estudié. Al volver a casa, hacia las dos de la tarde, aquel mensaje en el contestador con tres horas de retraso nos cambió la vida. Era un oficial de mando de la Guardia Civil: Lo siento mucho, tengo que darle una mala noticia. Creo que así lo anunció.
Si no fuera porque lo sé, compartiría que aquel sábado fatídico perdí a mis padres... si bien con el tiempo he acabado descubriendo que ganamos de por vida dos ángeles que nos protegen. Entre cuentos, principitos, epidemias y otras cotidianidades, uno anda con prisas a todas partes; al otro le encantan las infusiones. Ambos deambulan siempre a nuestro lado, sencillamente siendo y estando. Porque a pesar de mis lapsus de memoria, si así lo sentimos es porque así sucedió.