miércoles, 28 de octubre de 2009

"Los mineros", de Jorge Bucay

Lo dice Jorge Bucay: los cuentos sirven para dormir a los niños y para despertar a los adultos. Y estoy de acuerdo. De entre las muchas historias de este escritor argentino hay una que me resulta especial. La de "los mineros", leída con una sensibilidad extraordinaria por la actriz Mª José Moreno en las pasadas Jornadas sobre el cuento "¡Qué te cuento!" celebradas en el Ámbito Cultural de El Corte Inglés-Zaragoza. Fue un sencillo homenaje a este mago del relato. Deseo que os guste.

Seis mineros trabajaban en un túnel muy profundo extrayendo minerales desde las entrañas de la tierra. De repente un derrumbe los dejó aislados del afuera sellando la salida del túnel. En silencio cada uno miró a los demás. De un vistazo calcularon su situación. Con su experiencia, se dieron cuenta rápidamente de que el problema sería el oxígeno. Si hacían todo bien les quedaban unas tres horas de aire, cuando mucho tres horas y media.
Mucha gente de afuera sabría que ellos estaban allí atrapados, pero un derrumbe como este significaría horadar otra vez la mina para llegar a buscarlos. ¿Podrían hacerlo antes de que se terminara el aire?
Los expertos mineros decidieron que debían ahorrar todo el oxígeno que pudieran. Acordaron hacer el menor desgaste físico posible, apagaron las lámparas que llevaban y se tendieron todos en el piso. Enmudecidos por la situación e inmóviles en la oscuridad era difícil calcular el paso del tiempo.
Incidentalmente sólo uno de ellos tenía reloj. Hacia él iban todas las preguntas: “¿Cuánto tiempo pasó? ¿Cuánto falta? ¿Y ahora?”. El tiempo se estiraba, cada par de minutos parecía una hora y la desesperación ante cada respuesta agravaba aún más la tensión.
El jefe de los mineros se dio cuenta de que si seguían así la ansiedad los haría respirar más rápidamente y esto los podía matar. Así que ordenó al que tenía el reloj que solamente él controlara el paso del tiempo. Nadie haría más preguntas, él avisaría a todos cada media hora.
Cumpliendo la orden, el del reloj controlaba su máquina. Y cuando la primera media hora pasó, él dijo: “ha pasado media hora”. Hubo un murmullo entre ellos y una angustia que se sentía en el aire.
El hombre del reloj se dio cuenta de que a medida que pasaba el tiempo, iba a ser cada vez más terrible comunicarles que el minuto final se acercaba. Sin consultar a nadie decidió que ellos no merecían morirse sufriendo. Así que la próxima vez que le informó la media hora, habían pasado en realidad 45 minutos.
No había manera de notar la diferencia así que nadie siquiera desconfió.
Apoyado en el éxito del engaño la tercera información la dio casi una hora después. Dijo: “pasó otra media hora”... y los cinco creyeron que habían pasado encerrados, en total, una hora y media y todos pensaron en cuan largos se le hacía el tiempo.
Así siguió el del reloj, a cada hora completa les informaba que había pasado media hora.
... Entre tanto la cuadrilla apuraba la tarea de rescate, sabían en qué cámara estaban atrapados y que sería difícil poder llegar antes de cuatro horas. Llegaron a las cuatro horas y media. Lo más probable era encontrar a los seis mineros muertos. Encontraron vivos a cinco de ellos. Solamente uno había muerto de asfixia... ¡El que tenía el reloj!

domingo, 25 de octubre de 2009

Felicidad en tiempos de crisis

Referente de primer orden en el ámbito de la Psicología, el profesor Bernabé Tierno tiene la habilidad de saber llegar a todos sin distinción. Así lo comprobé al leer sus libros y así lo constaté al asistir en persona a su conferencia "Felicidad en tiempos de crisis", impartida recientemente en León. En ella, con un mensaje cercano e ilusionante, defendió la influencia positiva que la felicidad ejerce sobre nuestra salud, dejándonos a este respecto unas pautas a seguir:

1.- Por mal que estén las cosas, jamás hay que perder el buen humor.
2.- Tu alegría de vivir no te viene de fuera. Tú puedes proporcionártela cada día.
3.- Centra tu mente en lo que tienes, no en lo que te falta.
4.- Vive el presente, el hoy, aquí y ahora de cada día y disfrútalo. No pierdas ni un minuto en lamentos.
5.- Tener más cosas no es ser más, ni garantiza la felicidad.
6.- La felicidad auténtica necesita dar, contagiar, hacer el bien y hacer felices a los demás.
7.- Vive como piensas, en paz y buen entendimiento contigo mismo y con los demás.
8.- Haz un inventario de las cosas buenas que te depara la vida dejando en el olvido lo negativo.
9.- Pónselo fácil a la felicidad. Decántate por los hábitos saludables y por el disfrute de lo que tienes y eres.
10.- ¡Quiérete, valórate, gústate, perdónate, hazte homenajes! Y procura que la felicidad que vives en cada momento no quede sólo en ti.
11.- Cultiva tu mente cada día con los mejores pensamientos y tu alma con los mejores sentimientos.
12.- Las crisis forman parte de la vida del hombre. Lo inteligente y práctico es aceptarlas y transformarlas en una oportunidad para crecer.

Desde ese mensaje positivo que hago mío, invito a trabajar estas normas recordando que para ser feliz no hay que tenerlo todo. Al fin y al cabo, como ya se indicó en la conferencia, carecer de algunas de las cosas que uno desea es también condición indispensable para alcanzar la felicidad.

martes, 20 de octubre de 2009

Entrevista para Notimex (y II)

Tal y como comenté, subo hoy a este blog el final de la entrevista que con motivo de la publicación de "Mi planeta de chocolate" me hizo la agencia mexicana de noticias Notimex.

Pregunta (P) Los sentimientos son una constante en su obra, ¿qué protagonismo tienen en “Mi planeta de chocolate”?
Respuesta (R) Ciertamente, siempre me ha interesado mucho lo que sienten las personas; a veces, incluso más que lo que viven. En “Mi planeta de chocolate” describo una serie de acontecimientos realmente difíciles de asumir, en especial para un niño: el abandono de sus padres, los desastres de la guerra, el drama del exilio… Y a su lado, lo que más me importa: los sentimientos que dichos sucesos le generan. La amistad, la soledad, el amor en cualquiera de sus formas. Con frecuencia me paro en ellos invitando al lector a reflexionar. Sin emociones estaríamos muertos.
(P) ¿Es el chocolate el hilo conductor del relato?
(R) En parte sí. A Benito le entusiasman los derivados del cacao y quizá por eso se aplica una máxima de vida: cuando debas elegir entre dos opciones, toma siempre la que tenga chocolate. Por ello ama a América antes de conocerla (el país del chocolate, como él dice), y por ello acaba enrolado en el Mexique.
Desde un punto de vista literario, he querido contar una historia como el mismo chocolate: dulce y amarga. Dulzura en la ingenuidad y en los sueños de ese niño, amargura en el contexto histórico que le toca vivir.
(P) ¿Qué opinión le merece la colaboración que México prestó a España en este episodio en el marco de la Guerra Civil española?
(R) Durante mi investigación he podido constatar que, como todo, las medidas de cooperación entre ambos países tuvieron a ambas orillas del Atlántico sus partidarios y detractores en función de la ideología desde la que se valorasen. Sin embargo es evidente que tanto el General Cárdenas como su esposa, doña Amalia Solórzano, se implicaron notablemente en el apoyo al gobierno de la República y en la acogida de aquellos pequeños. El recibimiento por parte del pueblo mexicano fue extraordinario allá por donde fueron. Y si hubo algún problema de convivencia durante su estancia fue más fruto de alguna tensión aislada que de una mala intención.
(P) Amalia falleció recientemente, ¿qué más se ha ido con ella?
(R) Curiosamente doña Amalia falleció el pasado 12 de diciembre, el mismo día que se presentaba “Mi planeta de chocolate”. Durante la Guerra fue la presidenta del Comité de Ayuda a los Niños del Pueblo Español. Creyó con firmeza en este proyecto, recibió y conoció a cada pequeño, se preocupó de sus necesidades, se afligió con algunos contratiempos… De hecho, muchos de esos niños se referían a su persona con el apelativo cariñoso de mamá. Como dijo un amigo mexicano que reside en Madrid, con doña Amalia se ha ido un símbolo de la solidaridad entre los pueblos.
(P) Usted ha viajado mucho. ¿Conoce México? ¿Y los lugares que cita en su novela? Veracruz, Ciudad de México, Morelia…
(R) Sólo conozco México DF. En mi visita me pareció un lugar lleno de encanto con gente que derrocha simpatía y hospitalidad. Sin embargo, después de escribir “Mi planeta de chocolate” he contraído varias deudas con su país: una, conocer en persona a algún niño de Morelia; y dos, visitar próximamente Veracruz, Morelia y otras ciudades del mismo, a sabiendas de su belleza y del trocito de historia que encierran.
(P) En su libro “Cartas para un país sin magia” narra muchos de sus viajes por el mundo. ¿Aparece allí México o algún otro país latinoamericano?
(R) No, aun cuando América me encanta. He visitado Perú, Costa Rica, Argentina y un poco de Brasil y México. Todo muy lindo. Sin embargo, en “Cartas para un país sin magia” preferí centrarme en los viajes realizados como médico epidemiólogo a Benin en África Central, los Balcanes durante la guerra en la Antigua Yugoslavia, Oriente Medio... Se trata de una colección de relatos en la que, partiendo de las experiencias vividas, invito de nuevo a la reflexión.
(P) Usted ha donado siempre los derechos de autor en favor de “Aldeas Infantiles”. ¿Es la mejor demostración de que escribe por amor a la literatura y de que, fundamentalmente, los cuentos son para los niños?
(R) Siempre he dicho que la Medicina es mi vocación, la profesión de la que vivo. Y que la Literatura es mi pasión, esa afición que ocupa mi tiempo libre. Escribiendo disfruto como nadie, soy feliz. Y a ello añado la capacidad de compartir esa sensación con mis lectores. Con ello me siento suficientemente pagado. Por eso, y porque he colaborado activamente con “Aldeas Infantiles SOS” (cuya labor a favor de la infancia resulta encomiable), he cedido a esta ONG los derechos de autor de toda mi obra. Es una cuestión de coherencia.
(P) Además de autodenominado cuentista, usted es Cuentacuentos. ¿En qué contextos? ¿Cómo hace para convertirse en narrador?
(R) En efecto, me identifico plenamente con la palabra cuentista. Cuentista porque utilizo el cuento para expresar lo que siento, por pertenecer a una familia que se cuenta las cosas. Mis dos primeros libros abordan este género literario, mientras que en “Mi planeta de chocolate” el protagonista es un enamorado de los mismos. Y me encanta la palabra cuentacuentos. De hecho, en España he participado en distintos certámenes al respecto. También he realizado sesiones ante niños, personas mayores institucionalizadas y últimamente con alumnos de enseñanza secundaria. Siempre de una manera altruista.
Para ser narrador sólo hay que tener algo que contar, creer en ello y contarlo. Porque los cuentos gozan de un don especial: además de ser muy útiles para la transmisión de valores, son capaces de generar emociones en quien los escucha. Y eso, créanme, es magia en estado puro.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Entrevista para Notimex (I)

El acuerdo alcanzado entre Ediciones Irreverentes y Panoplia de Libros ha permitido que "Mi planeta de chocolate" se esté distribuyendo en América. Este hecho me satisface pues, además de tener muchos amigos al otro lado del charco, gran parte de la novela se desarrolla allí (especialmente en México y Costa Rica). Por esa misma razón me alegró la entrevista que me propuso en su día la agencia mexicana de noticias Notimex, la mitad de la cual comparto hoy con vosotros.

Pregunta (P) ¿Por qué quiso contar en este libro la historia de los niños de Morelia?
Respuesta (R) “Mi planeta de chocolate” comenzó siendo un libro de relatos unidos entre sí por un niño protagonista: Benito Expósito Expósito. Un pequeño lleno de inocencia e imaginación que profesaba un gran amor por los cuentos, la amistad y el chocolate. En pleno proceso de creación literaria vi en televisión un reportaje sobre los llamados niños de Morelia, con motivo del 70º aniversario de su exilio a México. Me impresionó; en especial saber que la mayoría no eran huérfanos como creía y que, a pesar de que partieron pensando en un reencuentro próximo con sus familias, en muchísimos casos éste no llegó a producirse. Por eso quise que Benito fuera uno de esos chiquillos, recogiendo en forma de novela uno de los pasajes más duros de nuestra historia.
(P) La novela rescata la figura de personajes reales, como Lázaro Cárdenas y Amalia Solórzano… y los hechos que se narran se basan en documentos históricos. ¿Fue muy duro el trabajo de documentación acerca del tema?
(R) La novela consta de varios capítulos. En el primero, donde abordo la vida del niño en un orfanato de los años treinta, me basé en los recuerdos de mi abuelo. En el segundo, centrado en la Guerra Civil española, me apoyé en los testimonios de personas que vivieron el conflicto. Algunos de ellos me instruyeron también sobre su huída a Francia, incluido en el tercer capítulo. A partir de ahí me centro en el exilio a México de los niños de Morelia. Para ello revisé numerosos documentos que aludían a ese hecho (incluyendo la prensa del momento), destacando de entre todos por su rigor el titulado “Una utopía educativa: la Escuela España-México”, de Silvia Figueroa Zamudio y Agustín Sánchez Andrés. También me aportó mucho el documental “Los niños de Morelia” de Juan Pablo Villaseñor, y el material recogido al respecto en la exposición “La letra en que nació la pena”, presentada por el Ateneo Español en México y la Embajada Española en este país.
Sinceramente, el tema resultó tan entrañable e interesante que la búsqueda de ese material fue más amena de lo que pudiera parecer.
(P) ¿Durante su investigación, conoció a alguno de aquellos niños de Morelia?
(R) Conocí a personas que habían vivido la Guerra, el exilio a Francia, a Rusia; pero no conocí personalmente a ninguno de ellos. Me habría encantado. En cualquier caso he leído sus crónicas, escuché los testimonios recogidos, me emocioné con la correspondencia que tuvieron. Y sobre todo, aprendí de su experiencia.
(P) Tras su investigación, ¿cómo describiría aquel buque Mexique y de qué forma resumiría el viaje transoceánico de los niños?
(R) Aquel 26 de mayo de 1937 el Mexique, un buque perteneciente a la Compañía Trasatlántica Francesa, se hizo a la mar desde Burdeos (Francia) con 455 menores a bordo y una treintena de educadores. Destino: Veracruz, en México. Como él, hubo muchos barcos que partieron por entonces de puertos españoles llevando a bordo niños (en su mayoría hijos de milicianos) que huían de la guerra en busca de una paz que les acogiera. Tras 13 días embarcados, el Mexique alcanzó su destino. Durante la travesía, en la mayoría de aquellos pequeños latía un sentimiento ambivalente: por un lado de desasosiego, a sabiendas de lo que dejaban atrás; por otro de ilusión, sumidos en la esperanza de que México era país amigo, sin guerras, y que en consecuencia su vida allí debería ser mejor.
(P) Entre tanto personaje real, el protagonista, Benito, sí es inventado y está inspirado en su abuelo, ¿Fue él quien le contó sus experiencias personalmente?
(R) En efecto. Mi abuelo fue un huérfano abandonado en un hospicio al poco de nacer. Por ello se apellidó Expósito como mandaba la tradición. Él me contó sus vivencias en aquel establecimiento, en las cuales me baso para construir esta historia. Significar que mi abuelo compartió con toda la familia muchísimas cosas a lo largo de su vida y que de alguna manera está siempre presente en cada renglón de mi obra.
(P) ¿Fue difícil ponerse en el pellejo de un niño para narrar esta historia desde su punto de vista?
(R) Desde mi condición de médico epidemiólogo he trabajado en distintos países del mundo. Entre ellos, algunos de los más pobres, varios en guerra, otros sumidos en epidemias. Y en todos he descubierto que los más vulnerables a cualquier situación crítica son los niños. Por eso tenía claro que el protagonista de mi primera novela sería un pequeño. A partir de ahí ideé una trama que traté de vivir desde su piel. Con inocencia, curiosidad, simpatía, imaginación. Más que fácil o difícil, diría que fue un reto. Con el añadido de que la de los niños de Morelia me pareció desde el principio una historia entrañable que contenía muchos de los valores que quería transmitir.

Continuará...
Un abrazo y, como siempre digo, nos seguimos leyendo.

jueves, 8 de octubre de 2009

Noticias con chocolate

La próxima semana se celebra en París el Salon du Chocolat Professionnel. Estoy seguro de que a Benito Expósito Expósito, protagonista de mi novela "Mi planeta de chocolate", le encantaría asistir. No en vano, aquella máxima que aprendiera de niño con los monjes en un monasterio fue el eje central de su vida: "cuando debas elegir entre dos opciones, toma siempre la que tenga chocolate".
Benito también sonreiría al saber que posiblemente sus aventuras sean traducidas al italiano (¡crucemos los dedos porque en ello estamos!), que a partir de este mes ya hay ejemplares de su libro en las bibliotecas públicas de Soria (incluyendo sus bibliobuses que recorren la provincia), que las próximas sesiones de cuentacuentos de quien suscribe llevarán por título Chocolate con cuentos, y que en América -gracias a un acuerdo de Ediciones Irreverentes con la distribuidora Panoplia Libros- su obra también se encuentra disponible.

Relajante, astringente, nutritivo, placentero, aromático, energético, afrodisíaco, antioxidante, antidepresivo. Ni teoría ni filosofía: vivencia. Así es para Benito el chocolate. Dos milenios a la espalda coleccionando sus cromos, curando a la humanidad. Los mayas y los aztecas lo empleaban en sus ritos, en la despensa, en su botica. Moneda de los mercados, tributo para los dioses.
Sin duda y sin excesos, los bombones son un gran invento... Y como él mismo asegura, ¡la forma más dulce de comunicar!

lunes, 5 de octubre de 2009

Todas las tardes café

Lo dice su propio autor: los libros son buenos amigos del café. Y el café les devuelve el cariño concediéndoles la excusa para una tregua, para esa revancha que es el homenaje diario a uno mismo. Cuando se encuentran, el cuento sale de su escondite. El cuento está en este libro, pero también vive fuera de él. Para encontrarlo sólo hay que esperar. Cada cliente que entra y sale de una cafetería, cada camarero, cada uno de nosotros arrastramos una historia que contar.
La cafetería de todas las tardes es el cruce de caminos de don Quijote, la posada de Chaucer, el jardín de Boccaccio, el palacio de Shahrazad. Por ese establecimiento pasa el hombre adinerado que se encuentra con el amor en el otoño de su vida, la mujer que llama a un teléfono que nunca responde, el famoso a quien se le apaga la estrella y la pobre infeliz que invoca a Lady Godiva. Con una mirada tan descreída como reticente a aceptar la derrota, Santiago García Tirado despliega en 37 relatos un texto seductor, resuelto con momentos desternillantes, a veces terribles y casi siempre desbordantes de humanidad, escrito con una prosa rítmica y elegante.
A partir de hoy degustaré esta obra de mi amigo Santiago (a quien tuve el gusto de presentar en su día en el Forum FNAC-Zaragoza con motivo de su novela Un preso que hablaba de Stanislavski) como lo hago con un café. Sin prisas. Luego me dejaré sorprender por los sabores que, horas más tarde, seguiré destapando en el paladar.

jueves, 1 de octubre de 2009

Recordando a Benedetti

En las jornadas sobre el cuento "¡Qué te cuento!" recientemente celebradas en el Ámbito Cultural de El Corte Inglés-Zaragoza hubo un sentido recuerdo a Mario Benedetti; ese escritor universal fallecido el pasado mes de mayo, que nos dejara un legado incalculable: su literatura. Además de compartir editorial (publicó su libro "Del amor y del exilio" con Ediciones Irreverentes) y haber participado en la iniciativa Cadena de Poesía como apoyo en su lucha contra la enfermedad, considero que el mejor homenaje hacia su persona es seguir leyéndole, seguir sintiéndole tan cerca.
De entre sus muchos escritos, repletos todos de humanidad, seleccionamos "Esa boca". Dice así:

Su entusiasmo por el circo se venía arrastrando desde tiempo atrás. Dos meses, quizá. Pero cuando siete años son toda la vida y aún se ve el mundo de los mayores como una muchedumbre a través de un vidrio esmerilado, entonces dos meses representan un largo, insondable proceso. Sus hermanos mayores habían ido dos o tres veces e imitaban minuciosamente las graciosas desgracias de los payasos y las contorsiones y equilibrios de los forzudos. También los compañeros de la escuela lo habían visto y se reían con grandes aspavientos al recordar este golpe o aquella pirueta. Sólo que Carlos no sabía que eran exageraciones destinadas a él, a él que no iba al circo porque el padre entendía que era muy impresionable y podía conmoverse demasiado ante el riesgo inútil que corrían los trapecistas. Sin embargo, Carlos sentía algo parecido a un dolor en el pecho siempre que pensaba en los payasos. Cada día se le iba siendo más dificil soportar su curiosidad. Entonces preparó la frase y en el momento oportuno se la dijo al padre: “¿No habría forma de que yo pudiese ir alguna vez al circo?”. A los siete años, toda frase larga resulta simpática y el padre se vio obligado primero a sonreír, luego a explicarse: “No quiero que veas a los trapecistas”. En cuanto oyó esto, Carlos se sintió verdaderamente a salvo, porque él no tenía interés en los trapecistas. “¿Y si me fuera cuando empieza ese número?”. “Bueno”, contestó el padre, “así, sí”.
La madre compró dos entradas y lo llevó el sábado de noche. Apareció una mujer de malla roja que hacía equilibrio sobre un caballo blanco. Él esperaba a los payasos. Aplaudieron. Después salieron unos monos que andaban en bicicleta, pero él esperaba a los payasos. Otra vez aplaudieron y apareció un malabarista. Carlos miraba con los ojos muy abiertos, pero de pronto se encontró bostezando. Aplaudieron de nuevo y salieron —ahora sí— los payasos. Su interés llegó a la máxima tensión. Eran cuatro, dos de ellos enanos. Uno de los grandes hizo una cabriola, de aquellas que imitaba su hermano mayor. Un enano se le metió entre las piernas y el payaso grande le pegó sonoramente en el trasero. Casi todos los espectadores se reían y algunos muchachitos empezaban a festejar el chiste mímico antes aún de que el payaso emprendiera su gesto. Los dos enanos se trenzaron en la milésima versión de una pelea absurda, mientras el menos cómico de los otros dos los alentaba para que se pegasen. Entonces el segundo payaso grande, que era sin lugar a dudas el más cómico, se acercó a la baranda que limitaba la pista, y Carlos lo vio junto a él, tan cerca que pudo distinguir la boca cansada del hombre bajo la risa pintada y fija del payaso. Por un instante el pobre diablo vio aquella carita asombrada y le sonrió, de modo imperceptible, con sus labios verdaderos. Pero los otros tres habían concluido y el payaso más cómico se unió a los demás en los porrazos y saltos finales, y todos aplaudieron, aun la madre de Carlos. Y como después venían los trapecistas, de acuerdo a lo convenido la madre lo tomó de un brazo y salieron a la calle. Ahora sí había visto el circo, como sus hermanos y los compañeros del colegio. Sentía el pecho vacío y no le importaba qué iba a decir mañana.
Serían las once de la noche, pero la madre sospechaba algo y lo introdujo en la zona de luz de una vidriera. Le pasó despacio, como si no lo creyera, una mano por los ojos, y después le preguntó si estaba llorando. Él no dijo nada. “¿Es por los trapecistas? ¿Tenías ganas de verlos?”. Ya era demasiado. A él no le interesaban los trapecistas. Sólo para destruir el malentendido, explicó que lloraba porque los payasos no le hacían reír.