Ante un acto así, se me vienen mil recuerdos de otros alumbramientos de mis obras anteriores. Por su emotividad, podría quedarme con la primera: la de El amor azul marino, en ese Salón de Tronos del Palacio de Capitanía de Zaragoza que derrochaba solemnidad... O quizá con la de Mi planeta de chocolate, en el Auditorio Ángel Barja del Conservatorio de León, con las actuaciones imponentes de Carolina Aller -actriz-, Noelia Álvarez -soprano- y Héctor Ruiz -pianista-. Sin embargo, me quedaré con una que estuvo a punto de ser un desastre. Ocurrió en cierta librería con la novela Siete paraguas al sol. Bien porque estuviera tan lejos de nuestra casa, bien porque esa tarde hubiera partido de fútbol en la tele, el caso es que al principio apenas había media docena de personas entre el público asistente. Ante tal carestía, el librero propuso suspender el acto. Por respeto a los asistentes, le pedí que no. Entonces me permitió continuar, aun cuando no quiso acompañarme en la mesa. Y desde allí, en solitario aunque no solo -a fin de cuentas, en primera fila contaba con el apoyo de los míos-, revertí la actividad convirtiéndola en un cuentacuentos.
Al acabar, con independencia del resultado de aquel partido, la sala estaba llena y hubo cientos de aplausos. El librero sorprendido se acercó a felicitarme, ocupó su asiento y cerró formalmente el acto. En verdad que ese día aprendió que cualquier situación -por adversa que pudiera parecer y en contra de nuestro pesimismo- también es susceptible de mejora.
Y yo aprendí que debía seleccionar mucho más cada presentación. Por eso, las de este El amor en los tiempos del Mindfulness van a ser pocas. En cualquiera de los casos, entre magos, feriantes y amigos, empezamos este sábado en Fabero.
