martes, 31 de marzo de 2020

Edadismo en tiempos del Coronavirus

De entre todos los verbos que como sanitario he conjugado a lo largo de mi vida, sin duda el más complejo ha sido el de hacer triaje: ese término francés que se emplea en el ámbito de la Medicina para clasificar a los pacientes de acuerdo a la urgencia de su atención. En alguna ocasión tuve que realizarlo en circunstancias extremas, resultando tremendamente duro. Podía ocurrir que a quien atendieras primero se salvase, pero el siguiente no.
Uno de los objetivos del Proyecto Solidario Los Argonautas, que dirije mi amigo Fernando Fernández Gil y del que soy médico asesor, es la lucha contra el edadismo: cualquier comportamiento inadecuado y prejuicioso vinculado a la edad de una persona. Sus acciones se dirigen preferentemente a los mayores más desfavorecidos, luchando contra cualquier discriminación que pudieran sufrir por esa doble condición.
En este contexto, durante estos tiempos del Coronavirus, observo con preocupación actitudes como las del sistema sanitario holandés que opta abiertamente por no hospitalizar ni a débiles ni a ancianos para que no se sature... La del vicegobernador de Texas, abogando por priorizar la economía frente a la supervivencia de los mayores, pidiéndoles a estos que no acudan a los centros sanitarios y se sacrifiquen por el sueño americano... O algunas manifestaciones habidas en España -de políticos y no políticos, con adjetivos de por medio o sin ellos- que en esta misma línea demandan que los recursos en salud se reserven para los jóvenes.
Esta vez me permito a mí mismo no rebatirles con mi opinión. De hecho partiría con ventaja pues ellos, probablemente, jamás hicieron labores de triaje. Prefiero ser fiel a mis principios en esa primera línea llamada residencias para mayores, combatiendo contra esta pandemia... Y mientras tanto, seguiré observando, velando por ellos sin restarles un ápice de mi atención. A fin de cuentas, quizá todo sea porque -como dijera la escritora Simone de Beauvoir- la vejez simboliza el espejo de un futuro en el que nadie quiere verse reflejado.

lunes, 30 de marzo de 2020

Cambio climático en tiempos del Coronavirus

Cierta tarde de febrero, al pasar junto a esa terraza, me encontré con mi amigo Jaime sentado en ella tomando una cerveza. Me llamó la atención que estando él solo hubiera encendidas cuatro estufas, arrojando al ambiente sus chorros de calor.
Durante la conversación que mantuvimos, le comenté tres detalles al respecto. El primero, que la Tierra lleva un tiempo enviándonos señales para que dejemos de maltratarla -basta recordar que cada segundo se vierten unos 200 kilos de plásticos al mar-, y que muchas de las catástrofes naturales que sufre el mundo son consecuencia directa de nuestra actividad. El segundo, que en esos días la Antártida estaba marcando temperaturas récord próximas a los 20º C -con su efecto negativo sobre el deshielo-, cuando lo habitual en esa época es que rondasen los 0º C. Y el tercero, que desde el 1 de enero la ciudad francesa de Rennes había prohibido dichos aparatos a sabiendas de que, como su alcalde asegurase ante la emergencia climática que vivimos, una terraza equipada con cuatro braseros que funcionan ocho horas al día emite tanto CO2 como un trayecto en coche de 350 kilómetros.
Jaime, siempre jocoso, me respondió: ¡A ver si ahora no voy a tener derecho a tomar esta caña en la calle!
En una charla posterior, con otra cerveza por testigo, comentamos que el cambio climático estaba disparando el número de vectores, lo que conllevaría un aumento en la incidencia de las enfermedades que ocasionan -como sería el caso de la Malaria, causante de más de un millón de muertos cada año-. También, que el incremento global de las temperaturas acabaría modificando la microbiología de nuestras infecciones. Por poner un solo ejemplo, algunos hongos -como la Candida Auris- han incrementado ya su resistencia a las altas temperaturas.
Ayer conversé con Jaime por teléfono. Siempre directo, me preguntó: ¿Y esto del Coronavirus tiene algo que ver con ese cambio climático con el que nos amenazas cada vez que pretendo tomar una cerveza? Dado que somos los humanos quienes lo transmiten -y aun cuando se sepa que la contaminación del aire aumenta la susceptibilidad a padecer procesos respiratorios-, parece que no. 
Sin embargo, a mi entender, la lectura nunca debería ser esa. Esta pandemia nos ha revelado que no somos inmunes ni todopoderosos; que un solo microorganismo puede parar nuestra rutina, nuestra economía, nuestras vidas... como podría pararlo cualquier desastre medioambiental.
Entre tanto, la Naturaleza seguirá su curso.
Quizá sea el momento para revisar nuestra relación con ella, tantos excesos o derechos supuestamente adquiridos, ese frágil equilibrio entre lo que podemos y debemos hacer. Porque en la Vida unas veces se gana, otras -las más- se aprende... Y sin pretender amargarle a nadie su cerveza -mucho menos a ti, querido Jaime-, ojalá que no dejemos escapar esta lección.

domingo, 29 de marzo de 2020

Cuando fuimos campeones

El listado de bajas por Coronavirus en el día de hoy parece un parte de guerra. Diría que terrible si no fuera porque nos estamos quedando sin adjetivos. Patrullas militares en algunas calles aportan veracidad a ese escenario.
Ante todo conflicto bélico ha de quedar muy claro quién es nuestro enemigo; en este caso el maldito Coronavirus, junto a ese cortejo suyo de mercenarios: los miedos, la irresponsabilidad... Y tener claro también quiénes son nuestros héroes. Para mí, cada profesional a los que aplaudimos, junto a esa retaguardia que -de manera consciente- sabe quedarse en casa.
Sin embargo, he descubierto que para mi hijo el auténtico héroe soy yo. Y no por ese trabajo en esta epidemia, sino por aquel día en el que fuimos campeones.
Y es que nuestro Principito no lleva bien su confinamiento. Está inquieto y a menudo manifiesta su deseo de salir. Entonces yo me siento a su lado, le abrazo -pocos gestos desactivan tanto nuestro estado de alerta corporal- y repetimos la misma historia:
- Falta apenas un minuto para acabar el partido. Es la final del campeonato escolar de balonmano, categoría infantil: Jerónimo Zurita contra Marianistas. Vamos empate, si bien atacan ellos y jugamos en inferioridad. Cinco contra seis. Yo estoy en el banquillo... ¡Menos de treinta segundos! Otra expulsión en defensa. Somos cuatro contra seis. Nuestro entrenador decide que salga... El equipo contrario mueve constantemente el balón para jugarse el encuentro -y la final- a un solo tiro... ¡Diez últimos segundos!... Y en ese preciso instante intercepto un pase al pivote, esquivo a dos atacantes, avanzo media cancha y en el momento que van a placarme, paso el balón a mi alero quien completamente solo marca el gol de la victoria... ¡El colegio Jerónimo Zurita se proclama campeón! Contra todo pronóstico, hemos ganado.
Diría que fue un día memorable si no fuese porque nos quedamos sin adjetivos.
Confieso que no recuerdo si exactamente sucedió así y que incluso en cada versión añado algún detalle nuevo. Pero lo importante es que Manuel pequeño me presta su atención, se relaja, sonríe, percibe los valores que quiero transmitirle -desde la fe en tus anhelos a la generosidad del juego en equipo con aquella última asistencia- y acaba prometiendo:
- Algún día, papá, yo también ganaré un partido así.
Aunque quizá no lo sepa, cada vez estamos más cerca de conseguirlo.

sábado, 28 de marzo de 2020

Adioses en tiempos del Coronavirus

Esa tarde de verano nuestro abuelo regresaba de un entierro. Con mis ocho años recién cumplidos, apenas entendía qué era eso... Mas él, con su paciencia infinita, nos lo explicó.
- Es el adiós que les damos a aquellos que queremos -musitaría adaptándose a mi infancia-. Aunque sabéis un secreto: permanecerán siempre en nuestro corazón.
Desde que empezó esta crisis por Coronavirus se están yendo demasiadas personas que de un modo u otro había conocido. Primero, aquel amigo librero... Luego, ese mago con el que coincidí en algún cuentacuentos solidario... En estos días, cierta colega de Atención Primaria... un compañero miembro de las Fuerzas de Seguridad del Estado... otra vecina del pueblo. Descansen todos en paz.
El problema es que ni ellos ni cuantos han fallecido en estos días pueden tener una despedida en condiciones. A consecuencia de esta pandemia estuvieron solos en el hospital, sufrieron solos, murieron solos. En su partida no se permiten los velatorios, la misa de difuntos, la asistencia al propio entierro. Sin flores ni besos. Tan solo un ataúd sellado y desinfectado, ante esos rezos del cura con algún familiar situado al menos a dos metros de distancia. Como asegurase aquel enterrador, corren malos tiempos para morirse.
En este contexto, es de valorar la profesionalidad de otro gremio que en este proceso constituye el último eslabón en la cadena de toda atención integral: el personal funerario. Un colectivo que también se expone al riesgo de contagio, que ha aumentado significativamente su carga de trabajo -debiéndose ajustar a una normativa estricta-, que ejerce de paño de lágrimas improvisado en este adiós tan forzado.
Por eso, vaya para ellos nuestro más sincero agradecimiento, junto al aplauso de cada día... Y para todos los que se fueron, aquel secreto que compartiera mi abuelo: a pesar de las circunstancias, permaneceréis siempre en nuestro corazón.

viernes, 27 de marzo de 2020

En el papel más importante de su vida (a Dani Rovira, a tantos)

Le conocí en mi consulta del viajero. Acudió junto a su pareja para asesorarse desde un punto de vista médico a propósito de aquel viaje con fines solidarios que iban a realizar. Sin embargo, resultó imposible que su presencia pasara desapercibida:
- ¿Sabéis quién está en el Centro de Vacunación Internacional? -se escuchaba gritar por la sección-... ¡Clara Lago y Dani Rovira!... Los de Ocho apellidos vascos.
A pesar del revuelo a la entrada de mi despacho, ambos se mostraron ante mí con absoluta naturalidad. Ni esos golpeteos a la puerta ni tantas miradas pegadas al ventanal impidieron que la consulta transcurriese por los cauces normales. No negaré que estuve tentado de compartir con ellos lo mucho que nos habíamos reído en sus películas, de pedirles alguna foto o incluso de regalarles dedicado cualquiera de mis libros... Pero sencillamente no tocaba.
Un minuto antes de salir, él me dedicó una broma.
- En el próximo viaje que haga, quiero que me asesore otro médico como tú.
Todos reímos.
Al acceder al pasillo se desató la locura. Ante la veintena de personas apelotonadas, todo fueron piropos, selfies desenfocados, algún que otro empujón... Y Clara y Dani allí, manteniendo el tipo, devolviendo sonrisas sin perder ni un solo instante la compostura.
Dani Rovira anunció ayer que padece cáncer y que inicia sin demora sus sesiones de quimioterapia. Desde este sencillo blog, de todo corazón, le deseo lo mejor. A él y a cuantos como él están pasando por un proceso así, con el agravante de que sea en estos tiempos del Coronavirus.
Vaya nuestro ánimo inmenso para ellos, mientras representan el papel más importante de sus vidas... Y en concreto para Dani, renovar mi ofrecimiento de que en el próximo viaje que haga quisiera asesorarle yo.

jueves, 26 de marzo de 2020

Papá, ¿cuándo podremos salir?

Como si hubiera pasado el flautista de Hamelín, la ciudad se ha quedado sin niños. Al menos eso parece. Confinados en sus hogares, están viviendo una situación que jamás habíamos imaginado, que jamás vivimos nosotros. Quizá en algún momento precisen por ello de una atención especial.
De hecho, al regresar a casa tras mi trabajo justificado -voy a todas partes con un salvoconducto oficial-, el saludo de Manuel pequeño se acompaña cada día de la misma pregunta: Papá, ¿cuándo podremos salir?
A pesar de mis respuestas evasivas, admito que no lo sé, si bien intuyo que aún queda más tiempo de lo que nos gustaría. Porque esa curva epidémica sigue sin querer ser curva, aun a sabiendas de que la única manera de invertirla es hacer precisamente lo que estamos haciendo: quedarnos en casa.
Pese a nuestro esfuerzo por amenizar su nueva rutina, no siempre lo logramos. Al principio ideamos los días monográficos, dedicando cada jornada a una actividad... Luego propusimos disfrutar en familia con alguno de esos espectáculos infantiles que pueden verse a través de las redes... Ahora hallamos cierta distracción en sus entrenamientos de balonmano.
En cualquiera de los casos, se le va a hacer muy largo este tiempo de espera pues él anhela salir.
Por eso, si a estas alturas del año ya empezaba a pedir a San Jorge que el próximo 23 de abril tuviéramos sol para disfrutar de un feliz Día del Libro, desde ya comienzo a rogarle con más ahínco si cabe que nos traiga calor pronto para ayudarnos a combatir el Coronavirus. Un calor que -como anticipan distintos estudios- se alíe con nosotros destruyendo sus paredes, reduciendo su supervivencia sobre superficies, limitando su cadena de transmisión.
Y es que de lo único de lo que estoy seguro es de que volveremos a juntarnos. Porque como siempre le digo a Manuel pequeño, este partido -sin duda el más difícil de su corta vida- lo vamos a ganar.

lunes, 23 de marzo de 2020

Mi déjà vu más especial

A mi regreso de aquella experiencia en Benin, comencé a trabajar en una residencia para personas mayores. Ese fue mi primer empleo. Y cuando miro el resumen de mi vida laboral, dicho detalle me dispara una sonrisa por lo mucho que en ella aprendí.
Desde la complicidad de su dirección hicimos salidas programadas, actividades físicas en el patio, algún que otro festival... E incluso organizamos dos cursillos de ajedrez con sus respectivos campeonatos, que acabaría ganando Angelina, aquella abuelita tan especial.
Por entonces ya me gustaba escribir, si bien anteponía los artículos científicos a los cuentos. Recuerdo haber publicado las vivencias de aquel centro en revistas médicas de vanguardia como Gerokomos, Revista Española de Geriatría y Gerontología, la edición argentina de Geriátrika... Y por supuesto, en mi favorita: Salud Rural. Porque aun siendo un principiante, ya tenía claro que solo permite avanzar aquello que compartimos.
En estos tiempos de Coronavirus he vuelto a visitar residencias similares, aunque con otro objetivo: implementar en ellas las medidas de prevención, incluyendo tareas que van desde la detección precoz de casos a su desinfección. Nos preocupa mucho que el virus y los miedos que conlleva acaben entrando en ellas, a sabiendas de que acogen a la población más vulnerable. Además, aunque mi estancia en los centros sea solo la precisa, percibimos su tristeza, su preocupación... ese fantasma temible en forma de soledad que, paradójicamente, ahora se erige en su efímero aliado.
Mi presente laboral lo dedico plenamente a estas personas. Mi reconocimiento va hoy para los profesionales que allí trabajan, dando en cada momento el cien por cien de sí mismos o incluso más. Así queda por escrito. Y es que, sintiéndome aprendiz pese al tiempo transcurrido, sigo teniendo muy claro que solo permite avanzar aquello que compartimos.

domingo, 22 de marzo de 2020

Vínculo en tiempos del Coronavirus

Siendo estudiante en la Facultad, un profesor de Psiquiatría nos advirtió del riesgo que en la práctica médica diaria tiene el vínculo clínico; esto es, establecer una relación especial con aquellos enfermos a quienes tratamos. Según su teoría, en algunos casos ese vínculo podría condicionar negativamente nuestra actitud, como ocurre en el llamado síndrome del recomendado: aparición de imprevistos o complicaciones no habituales en pacientes en los que -paradójicamente- se pretende realizar una atención más esmerada. En otros podría hacernos sufrir por encima de lo necesario, al sentir como propias sus consecuencias, incluyendo la dolencia o hasta su muerte.
A pesar de tales advertencias, doy por seguro que ninguno de mis compañeros siguió puntualmente su predicado. A fin de cuentas, cualquier paciente es muchísimo más que una suma de síntomas y signos... Sin olvidar que somos personas y que -como tales- tejer relaciones forma parte de nuestra condición.
En estos tiempos del Coronavirus en los que a diario repaso listas y listados, descubro que mi ciudad es más pequeña de lo que creía. Así, en cada revisión reconozco entre sus nombres a amigos, colegas, vecinos... A decenas de almas con las que de un modo u otro hemos establecido miles de vínculos.
Por ello me duele como propia su angustia, su sufrimiento... Y lamento en lo más hondo cualquier noticia fatal, como el adiós del bueno de Cayetano o de ese mago genial apodado Machi.
A aquel sobresaliente de Psiquiatría le he traicionado demasiadas veces pues sigo/seguimos sembrando vínculos en nuestro quehacer cotidiano. Mas no porque seamos sanitarios, sino -sencilla y simplemente- porque somos seres humanos.

sábado, 21 de marzo de 2020

Benin 1990 (Poliomielitis) versus España 2020 (Coronavirus)

Sucedió a principios de los noventa en cierta aldea del norte de Benin. El plan de aquella jornada era vacunar a los miembros de alguna tribu contra la maldita Poliomielitis, atravesando otra senda peligrosa. Allí no había festivos. Desde esa inconsciencia que te dan los veinte años, me ofrecí voluntario. Me preocupaban en especial los más pequeños. De manera que al alba partimos tres personas en aquel land-rover dispuestos a cumplir con la misión.
A mitad de camino nos detuvo la guerrilla. Tomaron nuestra comida, una cadena con mi Pilarica y parte del equipo, pero pudimos seguir. Tuve miedo, aunque no se me notó. Y una vez en la aldea, administramos cada vacuna según lo programado. Cuando regresamos al campamento base, ya sin más incidentes, nos recibieron entre aplausos y sonidos del tamtán. No lo hicimos por eso, pero me pintaron una sonrisa. Al contárselo por teléfono a mis padres, dijeron que ellos también habían aplaudido en la distancia: "¿No nos oíste?".
Aquel mismo atardecer decidí hacerme médico preventivista, para a través de la epidemiología poder seguir ayudando a distintas poblaciones.
Ahora, treinta años después, contemplo mi plan para mañana en este combate diario contra el dichoso Coronavirus. Aquí tampoco hay festivos. Desde esa sensatez que te dan los cincuenta, me ofrezco voluntario. Todos mis compañeros se han ofrecido. Nos preocupan especialmente los más mayores. De modo que a primera hora estaremos en nuestros puestos registrando cada caso declarado -a fin de establecer la correspondiente curva epidémica-, diseñando los estudios de contactos, indicando estrategias preventivas o resolviendo cuantas dudas pudieran surgir. Al menos esta vez no habrá guerrilla que me quite la imagen de mi Pilarica. Digo que no tengo miedo, si bien lo importante es que nunca se note. Y al volver por la tarde a esa tienda de campaña que constituye mi hogar, escucharé en los balcones el aplauso y algún que otro acorde de guitarra que nos dedican nuestros vecinos -extensivos, por supuesto, a otros muchos profesionales que siguen estando ahí-. Nadie lo hace por eso, pero reconfortan. Y entre ellos, los de mis propios hijos que dibujando sonrisas volverán a preguntarme: "Papá, ¿nos oíste?".

viernes, 20 de marzo de 2020

Internet en tiempos del Coronavirus

Más de doscientos mensajes por wasap, tras una mañana alejado del teléfono móvil. Ayer, coincidiendo con la celebración del Día del Padre, fueron casi el doble. A este ritmo, vamos a batir el récord de la noche de Navidad... Y lo que más me preocupa, que entre tanta información no discriminemos lo realmente interesante.
Porque resulta evidente que esta cuarentena provocada por el Coronavirus ha disparado el consumo de las redes -con incrementos del tráfico, según las operadoras, cercanos al 50%-, al haberse convertido en nuestro puente de unión con ese mundo exterior, en el que viven tantas personas que nos importan.
Paralelamente, he constatado que mi ordenador personal -con casi un lustro de antigüedad- y la tablet -con apenas año y medio- se han quedado obsoletos. Para la parte de mi trabajo que puedo realizar en casa debo instalarme una serie de aplicaciones que le resultan incompatibles. Otro tanto ocurre al descargar alguno de los archivos en los que nos llegan las tareas del colegio, el conservatorio o la academia de inglés. Sin duda, ese ordenador es uno de los elementos más cotizados de nuestro hogar... Y aunque sirviera para imaginar mis cuentos, apenas parece útil ante tales menesteres.
En cualquier caso, agradezco la posibilidad de realizar este teletrabajo que se me asigna -lo que permite por otra parte que estén en hora los datos epidemiológicos que luego manejamos-, así como cada uno de tantos mensajes recibidos. Ellos me recuerdan que alguien se acuerda de mí... Y en estos tiempos en los que un virus ha puesto en jaque nuestra convivencia, eso por sí solo ya resulta importante.

jueves, 19 de marzo de 2020

Descansando en tiempos del Coronavirus

Tras demasiados días de trabajo ininterrumpido, ayer tuve descanso. Sé que el Coronavirus no da tregua, pero para seguirle combatiendo era necesario que parase. Estuve en casa con mis hijos, aunque pegado al teléfono móvil. De hecho, a primera hora recibí una llamada del servicio médico de otra residencia de ancianos, a propósito de ciertas actuaciones preventivas. Allí la preocupación es mucha, y más con las noticias de los últimos días. Su esfuerzo por controlar la situación me parece de lo más encomiable.
Después del estudio previsto, y dado que era el día dedicado al Deporte, en los pasillos practicamos conjuntamente una tabla de gimnasia. La Sirenita dio varias vueltas con sus patines en la terraza; el Principito me retó a otra partida al ajedrez, que en cuanto esto se resuelva jugará en la última jornada por el campeonato escolar de su categoría. Quedamos tablas.
Mientras, en el balcón de al lado, otros vecinos hacían también su ejercicio particular. Eran dos jubilados que le daban vueltas, para mantener a raya esa tensión arterial.
Después de atender alguna que otra llamada, a las ocho de la tarde salimos a aplaudir por la ventana a todas aquellas personas que siguen estando ahí fuera para que nosotros podamos estar aquí dentro. Y a la hora de acostarnos llegó la noticia triste, al saber que el Coronavirus se había llevado por delante a un conocido nuestro. Le vimos en Navidad y, como buen lector que era, aquel encuentro fue en cierta biblioteca. Comentamos sobre mi última obra; no sé si la leería. Conociéndole, estará ya en ese paraíso particular rodeado de letras y de libros.
Quizá por todo ello, ayer no hubo cuento en el preludio de nuestros sueños. Ni siquiera hubo entrada en este blog. Y es que hay ocasiones en los que ellos también necesitan tomarse algún tiempo de respiro.

martes, 17 de marzo de 2020

Ser niño en tiempos del Coronavirus

Esta mañana estuve asesorando al personal sanitario de cierta residencia para mayores a propósito del estudio de contactos relacionado con un posible caso de Coronavirus. Allí conocí causal o casualmente a Jaime, ese interno casi centenario que, después de alguna pregunta sobre la epidemia, me aconsejó que nunca descuidáramos a los niños. ¡Sí, a nuestros más pequeños!; a esos que están encerrados entre cuatro muros, mientras columpios y extraescolares se toman algún respiro.
Jaime compartió conmigo que en aquella infancia le tocó más de una vez quedarse en su habitación, aunque por otros motivos. Y que en su opinión, los chavales necesitan jugar, correr, saltar, cantar... y otra larga lista de infinitivos que difícilmente conjugamos en casa.
Al regresar del trabajo, mi Sirenita me ha preguntado que cuándo podremos salir... Nuestro Principito, más incisivo, se ha cuestionado por qué las mascotas sí y nosotros no. Ciertamente, cuando no bajan al parque se suben a las paredes.
A fin de hacerles más amena esta cuarentena, siendo conscientes de que no son vacaciones pero siguiendo el modelo de cualquier campamento de verano, cada jornada la dedicamos a un tema. Ayer fue el día de los disfraces... Hoy, el de la Magia. Hacemos los deberes que telemáticamente nos envían sus maestros, conversan por vídeoconferencia con alguno de sus amigos, vimos retazos de Frozen a través del ordenador... Y en los ratos libres buscamos huevos de chocolate estratégicamente escondidos, a sabiendas de que quien lo encuentre se lo come.
Entre lecciones aprendidas y juegos de manos, me acuerdo de aquellos verbos nacidos de la voz de la experiencia: jugar, correr, saltar, cantar... Ninguno de ellos extraordinario. Quizá la perspectiva de estos días nos ayude a mayores y pequeños a valorar mucho más nuestra bendita cotidianidad.

lunes, 16 de marzo de 2020

Solidaridad en tiempos del Coronavirus

Esta tarde he salido de mi casa por motivos de trabajo. Las calles están vacías. En los apenas diez minutos de recorrido, me crucé con un punto de control de la UME, con esa vecina paseando a su perro, con cierta patrulla policial que me echó el alto. Les expliqué quién era y adónde iba; me dejaron seguir, aunque habría sido paradójico que en el ejercicio de sus funciones hubiesen multado al epidemiólogo de guardia de su provincia.
En cualquier caso, les doy las gracias a todos. Incluido a cada ciudadano que ha pasado este domingo en su hogar. Como lo hago con Olga, por fabricar mascarillas a destajo para aquellos lugares en los que más se necesitan... Con Eva, por su iniciativa de ayudar a los más vulnerables haciéndoles la compra... Con Lorena, por ofrecer de manera gratuita sus servicios de atención psicológica para quien los pueda precisar... Con mi grupo de cuentistas, por difundir tantos relatos a través de las redes... Con tantísimas personas anónimas que dan lo mejor de sí, sencillamente, porque ahora toca darlo.
En estos tiempos de crisis en los que un virus nos ha parado ante nuestras prisas, establece las distancias y redefine el valor del tiempo, esa Solidaridad se convierte en antídoto contra muchos males. Quizá por ello, en el cuento a mis hijos de esta noche, aquella hada buena que pretende quitarle su corona deambulaba por un bosque vacío sin sentirse sola... Y es que sabe que detrás de cada árbol hay miles de duendecillos como nosotros que le apoyan incondicionalmente, entregándole siempre lo mejor de sí mismos.

domingo, 15 de marzo de 2020

Responsabilidad en tiempos del Coronavirus

Si ayer le prometía a mi Sirenita que de esta situación saldremos, hoy compartía con nuestro Principito que ello depende mucho de lo que hagamos entre todos. A su nivel, le explicaba que Italia y Corea del Sur comenzaron por igual esta epidemia; sin embargo, mientras que en el país transalpino se dispara el número de casos, en el asiático -donde se tomaron muy en serio las medidas de prevención- se ha estabilizado.
Y es que sean a nivel individual o colectivo -como sucede con esta del Coronavirus-, si las crisis se definen por algo es porque en ellas sacamos lo mejor y lo peor que hay en nosotros. De entre sus aspectos negativos destacaría sin duda esos miedos que nos paralizan y tanta irresponsabilidad. Así, me suena a imprudente que alguien sometido a vigilancia activa acabara yéndose de vacaciones porque ya las tenía pagadas... Me parece insensato que a un caso en investigación al que se le indica aislamiento domiciliario no se le pueda tomar una muestra porque ha bajado al bar a ver un partido... Y me resulta preocupante que a pesar de todas las advertencias siga habiendo gente que llene parques y demás espacios recreativos, que celebre un botellón entre amigos o que simplemente quede para intercambiar cromos en la Plaza Mayor de su ciudad.
Aun cuando quiero pensar que no son mayoritarias, detrás de esas conductas hay una catarata de egoísmo, de imprudencia, de insolidaridad.
Porque al final, la solución no radica en cambiar ningún cromo... Sino más bien, como aprendieron a tiempo los surcoreanos, de cambiar cuanto antes de mentalidad.

Gratitud en tiempos del Coronavirus

De mi despacho en la Sección de Epidemiología al sofá de nuestro salón... O viceversa. Así transcurre otra semana más como epidemiólogo de Área, cubriendo mi puesto ante esta epidemia por Coronavirus. Y es tal la simbiosis entre ambos sitios, que ayer por la tarde, al recibir una llamada particular, respondí como si estuviera contestando a ese teléfono de guardia.
A las diez de esta noche me encontraba en casa donde -siguiendo las indicaciones oportunas- ha permanecido todo el día el resto de mi familia. A través de la ventana del dormitorio he escuchado una salva de aplausos que, según me ha aclarado Manuel pequeño, iban dedicados a nosotros los sanitarios -y demás profesionales implicados en esta crisis- que en estos días combatimos contra tal situación.
Aun cuando estemos cumpliendo con nuestro trabajo, ha sido un detalle entrañable. A fin de cuentas, las personas seguimos siendo animales... Y de vez en cuando, también agradecemos que nos acaricien.
Nuestra Princesita se ha sumado a esos aplausos antes de preguntarme que cuándo íbamos a quitarle su corona al dichoso virus. Le he prometido que pronto. Eso sí: solo lo conseguiremos con la ayuda de todos.

sábado, 14 de marzo de 2020

Yo me quedo en casa

Hubo un día en que elegí ser epidemiólogo para poder desarrollar mi trabajo en algún país lejano. Y así, cuando estudiaba el abordaje de una intoxicación alimentaria o de cualquier brote respiratorio, me veía a mí mismo aplicándolo en el futuro más allá de nuestras fronteras.
Sin embargo, paradojas de la vida, al final he acabado ejerciéndolo en algunas de las peores crisis que ha vivido España. Me visualizo con tristeza en esa medioambiental, la del Prestige, participando en el estudio de cohortes para evaluar los efectos del chapapote sobre las poblaciones afectadas... Me recuerdo con muchísimo dolor en aquella terrorista, la del 11-M, colaborando en la recuperación psicológica de las víctimas... Y ahora me veo con preocupación en esta sanitaria, la del Coronavirus, que ha llevado incluso a que se decrete el estado de alarma.
De cada una de ellas he aprendido algo que debía aprender y en todas he descubierto la importancia de afrontarlas con responsabilidad. Por eso -desde mi experiencia, desde mis conocimientos-, me adhiero para estos días a la recomendación de algo tan sencillo como quedarse en casa. ¡Quién me lo iba a decir a mí en aquellos tiempos de residente en los que soñaba con perderme por el mundo! Porque la única manera de ganarle la batalla al Coronavirus es el aislamiento aun sin que estemos enfermos... Porque al romper la cadena de transmisión, disminuimos el número de afectados evitando que el sistema sanitario se colapse... Y porque, como dice el lema de esta campaña, nunca antes había sido tan fácil salvar vidas. Lo único que tenemos que hacer es quedarnos en casa.

viernes, 13 de marzo de 2020

Sanitarios en tiempos del Coronavirus

Como médico epidemiólogo de Área Sanitaria, durante estos tiempos de Coronavirus he realizado tareas propias de Vigilancia Epidemiológica, consistentes en la detección precoz de casos, declaración de los mismos, estudio de sus contactos, aplicación de medidas preventivas y un corto etcétera de tareas destinadas a combatir su propagación. Por lo general, labores todas de retaguardia, como si estuviera en un Cuartel General.
Desde esa perspectiva he podido ver el esfuerzo de mis compañeros ante esta crisis sanitaria. Doy fe de que más de una enfermera se ha cortado el pelo para tardar menos en ponerse su equipo de protección individual. Doy fe de esa internista con quien revisaba una historia clínica seis horas después de que su turno hubiera terminado. Doy fe del personal de limpieza que se esmeraba porque no quedase un solo microbio en aquella habitación. Internistas, preventivistas, neumólogos, hematólogos y un largo etcétera de especialistas, que han estado, están y estarán siempre al pie del cañón. Doy fe de sus ojeras, de tantos sudores, de esas marcas en el cuerpo, de su sentido de la responsabilidad... Me siento orgulloso de ellos y les doy mil gracias de corazón.
En igual sintonía, esta misma tarde he sabido que otro de esos sanitarios -sea mujer u hombre, auxiliar o paramédico- ha dado positivo al test de Coronavirus por haber combatido contra él en esa trinchera que constituye la puerta de Urgencias de cualquier Hospital. Mientras lo contaba, no sentía tanto su resultado como ser baja en nuestro objetivo durante los próximos quince días. Porque vamos a seguir luchando sin tregua, a sabiendas de que la salud -incluida esa Salud comunitaria- no lo es todo, pero sin ella todo lo demás es nada.

jueves, 12 de marzo de 2020

Cinco mujeres para cinco vocales

Coordinado por mi amiga poeta Edith Fernández y bajo el lema ¿Quién grita por ti?, hoy jueves iba a celebrarse en León el X Festival ¡Grito de mujer! de Poesía y Arte. Finalmente, no se ha podido llevar a cabo.
En mi caso, y aunque lo mío nunca fue la poesía, quise participar de nuevo presentando otro poema original titulado Cinco mujeres para cinco vocales. Y así, si hace dos años leía unos versos palindrómicos, en este mi propuesta era un juego de letras que con cierto apuro y todo cariño comparto a continuación.

Ana (Alabanza para azafatas):
Ablanda la cara rara,
amarra las malas lanzas,
agranda la casa para acabarla,
acalla cada alabanza.

¡Canalla, lava la bata!,
abraza vacas sagradas.
Amad a la gata chata,
cantad a más azafatas,
asalta tantas alarmas.

Belén (Desde ese tren excelente):
Tened sed en el edén,
en ese pez verde que venden tres veces.
Empéñense en que enseñen fe,
en que ese bebé celebre que crece.

Desde este tren excelente,
estrenen, expresen, embelesen...
Sed dementes de repente, sed creyentes.
Tened deberes entre gente que envejece.

Iris (Ni sin ti, ni sin mí):
Ni mil bicis, ni bikini, ni mitin sin fin.
Ni bilis viril, ni brindis civil.
Ni inhibí, ni infringí.
Insistí sin crisis, sí.
Ni sin ti, ni sin mí...
¡Vivid!

Sol (Dos odontólogos mocosos):
¡Ojo con los odontólogos mocosos!
No todos son sosos,
no todos son bobos.
Por poco los noto, por poco los coso.

¡Socorro, socorro!
Dolor no compro, no lo soporto.
¿Son lobos o monos?, ¿son los dos flojos?
No los conozco, nosotros no somos tontos..
Solo somos globos rojos.

Ruth (Mus):
Tu lupus, tu cruz.
Tu súmmum zulú, tu luz.
Tu runrún vudú, tu bus.
Tú, tú... Tú.
¡Mus!

domingo, 8 de marzo de 2020

Mi Decálogo contra el Coronavirus

Minutos antes de entrar como epidemiólogo de guardia de mi Área Sanitaria, repaso ese Decálogo contra el Coronavirus, diseñado entre consultas. Lo redacto a título personal, con algún que otro apunte de mi hemisferio derecho -el más emocional- y de alguna institución puntera en el tema. A mí y a los míos nos sirve; ojalá sea útil para otras personas.
1.- Seguir las recomendaciones de las autoridades sanitarias. Me consta que están volcadas en controlar esta epidemia y que trabajan/trabajamos de continuo para hacerlo. Sus decisiones no son caprichosas, ajustándose a los protocolos establecidos. Por ello, si me aconsejan que por cualquier motivo debo permanecer en casa, me quedaré en casa.
2.- Conocer los cauces establecidos para resolver dudas -como los teléfonos de información-, haciendo un uso responsable de ellos. A veces convendría no leer tantos titulares ni escuchar opiniones de personas relevantes en otras disciplinas, pero absolutos ignorantes en esta.
3.- Permitirse tener miedo -a fin de cuentas es una emoción de lo más humana-, aunque tratar de gestionarlo bien. Esos miedos irracionales nos bloquean y a menudo hacen que tomemos decisiones precipitadas. Desde la histeria estaremos siempre invalidados.
4.- Evitar el contacto estrecho con personas enfermas -principalmente de ser casos probables o confirmados, durante su periodo de transmisibilidad-. En principio no hay que realizar actuaciones especiales ante animales o alimentos.
5.- En la medida de lo posible, evitar tocarse ojos, nariz y boca, por ser las puertas de entrada para el virus. Últimamente estrechamos menos manos. Asimismo, desinfectar regularmente con rociadores o toallitas domésticas aquellos objetos o superficies que tocamos de continuo.
6.- Procurar las medidas habituales de higiene, sobre todo en lo relativo al lavado de manos: con agua y jabón, durante al menos 20 segundos, en especial después de sonarse la nariz, toser o estornudar, antes y después de comer, antes y después de ir al baño... Y por supuesto, siempre que estén visiblemente sucias.
7.- De no haber tal posibilidad, utilizar un desinfectante de manos que contenga al menos un 60% de alcohol... Y en cuanto podamos, lavárnoslas bien.
8.- Cubrirse nariz y boca con pañuelos desechables durante la tos o el estornudo, para arrojarlos a continuación a la basura. No toser sobre nuestras manos ni sin poner contención. De haberlo hecho sobre alguna superficie, proceder a su desinfección según indicamos.
9.- Utilizar mascarillas en el caso de estar enfermo. También se consideran esenciales entre el personal sanitario y los cuidadores en entornos cerrados. Su empleo sistemático -por ejemplo, yendo por la calle- en estos momentos y en nuestro medio no se considera necesario.
10.- Seguir sonriendo -un gerundio tan cargado de beneficios para la salud-, seguir disfrutando de tantas cosas positivas de nuestra vida, seguir creyendo en el ser humano. Porque estoy convencido de que -permitiéndome otra licencia desde mi argot más deportivo- al final este partido lo vamos a ganar.

viernes, 6 de marzo de 2020

Deteniendo Coronavirus

A partir de este próximo lunes entraré como epidemiólogo de guardia para el Área Sanitaria 3 -provincias de León y Palencia- de la Junta de Castilla y León, permaneciendo atento a cualquier microbio que pudiera afectar a la población. Desde esa toxiinfección alimentaria de algún restaurante hasta aquel brote por la primera bacteria en mi última residencia.
Porque los epidemiólogos somos una especie de policía sanitaria. Velamos para que todo esté tranquilo, sea donde sea y a la hora que sea, actuando en caso de alerta. Aunque a menudo no se nos conozca ni se nos reconozca, como ciudadano agradezco que estemos. Y es que en asuntos de salud, acostumbramos a ignorar cuanto tenemos hasta que nos falta.
Por supuesto que andaré pendiente de los posibles casos, contactos, dudas habidas y demás que pudieran surgir en torno al Coronavirus. Y si los avisos lo permiten, seré fiel a esa máxima de dormir a mis pequeños con un cuento. Seguro que el de esta noche ya lo habéis adivinado: irá sobre cierto policía que en lugar de ladrones detenía microorganismos.

jueves, 5 de marzo de 2020

Apagando Coronavirus

Acaban de confirmar que el VII Congreso Socinorte -Sociedad Norte de Medicina Preventiva y Salud Pública- programado para la próxima semana se ha suspendido. Pese al trastorno que conlleva cualquier cambio, entiendo que se trata de una decisión acertada pues, de hecho, ya habíamos optado por no asistir.
Ahora no es momento de reivindicaciones, sino de reconocer la labor que desempeñan los profesionales de la Epidemiología. Y es que, tal y como nos decía una paciente esta misma mañana, sois bomberos apagando enfermedades. Por eso -como otro más de ellos- quisiera darles las gracias, al igual que a los casos y pacientes a quienes encuestamos, marcamos pautas preventivas o recomendamos aislamiento. Es cierto que alguno se enfada con nosotros e incluso nos acusa de inocular temores. ¡Ojalá en nuestras cámaras repletas de vacunas hubiera alguna contra tantos miedos! Porque si analizase bien la situación, vería que esa estrategia nunca formó parte de nuestra cartera de servicios.
Entre tanto, mis hijos me siguen preguntando por el Coronavirus. La Sirenita está convencida de que su papá inventará una vacuna para que se curen todos. Al Principito le preocupa más si este sábado podré llevarle a su partido de balonmano. Ellos, y no el dichoso virus, sí que merecen una corona... O al menos ese cuento que compartiremos esta noche sobre cierto bombero que en lugar de fuegos apagaba enfermedades.

martes, 3 de marzo de 2020

Corona versus Coronavirus

Dicho por supuesto con el máximo respeto ante los casos, la epidemia de Coronavirus ha servido para que algunas personas sepan por fin en que consiste mi trabajo de médico: precisamente en eso, en el control y prevención de enfermedades. También ha permitido visibilizar el Sistema de Vigilancia Epidemiológica en España, conocer la capacidad de acción de los profesionales de nuestra Salud Pública -en este sentido, me consta el esfuerzo que están haciendo todos mis colegas- y en una licencia más literaria, constatar que el miedo -al igual que el dinero- no hace ni mejores ni peores a las personas; simplemente las descubre.
No obstante, de quien más he aprendido durante estos días ha sido de mis hijos. De ellos, que rescataron un termo para que tuviera café, pues les dije que hay mañanas en que no nos queda tiempo ni para ir a tomarlo... De ellos, que después de otro domingo de guardia atendiendo mil consultas, me recibieron en casa con ese bizcocho de chocolate... De ellos, que celebraron su fiesta de cumpleaños sin que papá pudiera acompañarles por motivos de trabajo.
Por cierto, mi Sirenita aún luce la corona de aquel día... Y de paso me pregunta que cuántos años cumple el dichoso virus. Porque -como bien insiste- si no fue su cumpleaños, que le quiten pronto esa corona que ni siquiera le corresponde para que vuelva a estar con ellos como antes.