Aquel proceso fue un encargo divino al país del Arco iris.
En efecto, alarmado por los caprichos del clima, el Creador pidió a los colores que diseñaran esa secuencia. Todos aceptaron el reto sin dilación.
Azul y Verde pintaron la Primavera. Quisieron que llegara por el este cada 21 de marzo. La llenaron de agua, de flores, de aromas. Los sentimientos que comparten su paleta lucen por entonces los mejores brillos. Es la época del Amor, de la Esperanza.
El Rojo y el Amarillo dieron calidez al Verano. Aliados con fuego y sol, decidieron que surgiera desde el sur en el mes de junio. Lo colmaron de siestas, bronceados, de playas. La Pasión reina entre los afectos esculpiendo brillos de parajes estivales.
De la gama de Marrones surgió el Otoño. Un hayedo sirvió de esbozo. Hojas caducas que duermen a ras de suelo perfilando contrastes increíbles. La Melancolía vino con él, por el oeste, un 21 de septiembre.
El Blanco escogió al Invierno. Pintó el frío, la nieve, el abrigo. El norte es su punto cardinal y diciembre la primera página del calendario. Por unos días, el resto de las tonalidades se incrustaron en él pintando la Navidad. Es entonces cuando afloran los más tiernos sentimientos.
Al contemplar Dios aquella obra volvió a maravillarse. Tal sucesión de períodos ponía orden entre el desatino. Era el guión perfecto para los ciclos reproductivos, para la propia Naturaleza. Los habitantes del país del Arco iris habían cumplido con su objetivo.
Entre bailes impresionistas el tiempo siguió pasando.
Hasta que un día, muchos, muchísimos días después, el Señor les hizo otro encargo. Quería recordar a los Hombres que su Libertad exigió un esfuerzo, que no fue tan fácil salir de las cuevas. Quería mostrarles que la era del caos nunca se dio por vencida y que a veces aflora entre ellos en forma de reyertas, disparos a quemarropa o bolsas con dinamita camufladas en un vagón. Quería ratificar su apuesta incondicional en favor de la Justicia, la Comprensión, la Convivencia, la Tolerancia. Y quería que ese deseo tomara forma a través del color.
Todos los matices que componen el arco iris se pusieron manos a la obra. Escogieron como lienzo el firmamento y sobre su fondo azulado dibujaron 192 estrellas. Fue el homenaje sincero nacido de sus pinceles a los damnificados de una barbarie cometida en Madrid la mañana de un 11 de marzo.
Desde entonces, cada una de ellas nos recuerda con su brillo que el ser humano no debe volver a la oscuridad de las cavernas; que su futuro sólo pasa por el Bien, que no es posible la vida en el andén del rencor.
Los más nobles sentimientos rubricaron ese deseo. El Creador, y con Él la gente buena, también.
El Rojo y el Amarillo dieron calidez al Verano. Aliados con fuego y sol, decidieron que surgiera desde el sur en el mes de junio. Lo colmaron de siestas, bronceados, de playas. La Pasión reina entre los afectos esculpiendo brillos de parajes estivales.
De la gama de Marrones surgió el Otoño. Un hayedo sirvió de esbozo. Hojas caducas que duermen a ras de suelo perfilando contrastes increíbles. La Melancolía vino con él, por el oeste, un 21 de septiembre.
El Blanco escogió al Invierno. Pintó el frío, la nieve, el abrigo. El norte es su punto cardinal y diciembre la primera página del calendario. Por unos días, el resto de las tonalidades se incrustaron en él pintando la Navidad. Es entonces cuando afloran los más tiernos sentimientos.
Al contemplar Dios aquella obra volvió a maravillarse. Tal sucesión de períodos ponía orden entre el desatino. Era el guión perfecto para los ciclos reproductivos, para la propia Naturaleza. Los habitantes del país del Arco iris habían cumplido con su objetivo.
Entre bailes impresionistas el tiempo siguió pasando.
Hasta que un día, muchos, muchísimos días después, el Señor les hizo otro encargo. Quería recordar a los Hombres que su Libertad exigió un esfuerzo, que no fue tan fácil salir de las cuevas. Quería mostrarles que la era del caos nunca se dio por vencida y que a veces aflora entre ellos en forma de reyertas, disparos a quemarropa o bolsas con dinamita camufladas en un vagón. Quería ratificar su apuesta incondicional en favor de la Justicia, la Comprensión, la Convivencia, la Tolerancia. Y quería que ese deseo tomara forma a través del color.
Todos los matices que componen el arco iris se pusieron manos a la obra. Escogieron como lienzo el firmamento y sobre su fondo azulado dibujaron 192 estrellas. Fue el homenaje sincero nacido de sus pinceles a los damnificados de una barbarie cometida en Madrid la mañana de un 11 de marzo.
Desde entonces, cada una de ellas nos recuerda con su brillo que el ser humano no debe volver a la oscuridad de las cavernas; que su futuro sólo pasa por el Bien, que no es posible la vida en el andén del rencor.
Los más nobles sentimientos rubricaron ese deseo. El Creador, y con Él la gente buena, también.
Nota: Cuento titulado 192 estrellas, perteneciente a mi libro El amor azul marino.
4 comentarios:
Bellísimo, de una sublime exquisitez. Llegan hondo tus palabras. ¡Qué delicia haberte encontrado!
Toda la luz en un abrazo fraterno.
Encontré tu blog en la sala de lectura de ediciones irreverentes. Me encantaría ser una seguidora de tu blog. Si decides agregar el gadget, por favor, comunícamelo.
Bienvenida Khumeia a este espacio y mil gracias por tu comentario. Me alegra que te guste su contenido y que compartamos sala de lectura en Ediciones Irreverentes.
También que decidas seguir mi blog aunque no estoy muy puesto en eso de los gadget. Por mí fenomenal; lo miro y te comento.
Nos seguimos leyendo.
Manuel.
Hola de nuevo, Khumeia:
Como te dije, me parece perfecto que seas seguidora de este blog. Aunque siga sin saber muy bien como poner los gadgets (para esto de la Informática siempre fuí algo desastre), sigo contando contigo.
Mil sonrisas.
Manuel.
Manuel: Perdón por el "cuelgue". Acabo de enviarte un email explicándote cómo hacer.
¡Una sonrisa de dulce de leche y un beso de colores!
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