Aun cuando mi pueblo no tiene facultativo, cada mañana venía a nuestra casa el titular del municipio de al lado para ver cómo se encontraba. Después de la visita, mientras él se lavaba en la pilastra con el jabón lagarto, ella siempre decía:
- Don Amadeo -así se llamaba tan afable doctor- es médico. Viene a curarme para que pueda estar con vosotros y no tenga que volver al hospital.
- Cuando sea grande -le respondía-, yo seré eso y te curaré. Así no tendrá que venir nadie y siempre estarás con nosotros.
Tras unos días de descanso, rescato este pasaje del libro El amor azul marino con motivo de la entrevista que en mi condición de médico y escritor me hizo Diario Médico. Salvo imprevistos, saldrá publicada en la edición de mañana.
Deseo que os guste (trataré de colgarla en el blog para quienes no puedan acceder a ella) y, como siempre, nos seguimos leyendo.
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