viernes, 19 de agosto de 2011

Chocolate con cuentos

Mi planeta de chocolate no deja de darme alegrías: mi editor acaba de anunciar una próxima reimpresión, las aventuras de su protagonista siguen siendo la base de esa sesión de cuentacuentos a la que puse por título Chocolate con cuentos -la última de ellas realizada a finales de julio en Maspalomas, en la maravillosa isla de Gran Canaria-, diferentes reseñas positivas han aparecido recientemente en portales literarios de prestigio… Y lo mejor: cada vez son más los lectores que comparten conmigo lo que han sentido durante su lectura.
Desde mi agradecimiento, hoy quisiera ser yo quien comparta uno de esos relatos que aparecen en mi obra y que, por supuesto, también forma parte de este tazón rebosante de Chocolate con cuentos al que antes hacía referencia.

Costa Rica destila naturaleza por sus siete costados. Colibríes de diez colores, tucanes de cien colores, quetzales de mil colores. Iguanas, caimanes, perezosos, guacamayos. Tortugas desovando en la arena de sus playas, volcanes que escupen lava al por mayor. Un millón de parques naturales, un billón de especies protegidas, un ejemplo para todos… Y el aroma de esa taza de café pintando de arcoíris los hogares. ¡Pura vida!
Además del chocolate, el gallo pinto (frijoles con arroz y especias), los casados (plato de casi nada a base de casi todo) y los guaros (una variedad de ron que regala la caña de azúcar), Costa Rica es el país de los ticos. ¡Que por algo con tal gentilicio se conoce a sus habitantes! Ticos por tener un territorio reducido para tanta biodiversidad. Ticos por usar y abusar del diminutivo en sus conversaciones. Ticos al fin y al cabo porque las cosas complejas, las mismas que rondan en noche de insomnio, saben allí más sencillas: las prisas son prisitas; las penas, penitas; e incluso el patrón parece chiquito. ¡Qué grande vivir en un sitio así!
Cuenta la leyenda que cuando Dios creó el mundo se encontró con un tico.
- De entre todos los soles que te ofrezco, elige uno para ti -le dijo el Señor.
Y para su sorpresa, aquel hombrecito opta por el más pequeño.
- ¡Qué extraño! -pensó-. A cuantos pido que escojan, toman para sí el mayor.
Entonces volvió a comentarle:
- De entre todas las lunas que te ofrezco, elige una para ti… Inclusive la grande, para que tus noches sean de luna llena.
Sin embargo, aquel hombrecito prefiere nuevamente la menor.
Otro tanto acontece con el árbol, con un monte, con su mar. De entre todo, la mínima expresión.
El Creador no salía de su asombro. Nunca vio a persona tan humilde, tan poco avariciosa. Por ello, en recompensa, decidió regalarle un trocito de edén. De ahí que el país de aquellos ticos sea tan verde, tan hermoso... De ahí que Costa Rica sea un reflejo del paraíso.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me parece lo justo que te de muchas alegrías... por lo menos te mereces las mismas que sentimos los lectores de este maravilloso libro.

Besos.

Ana

Marga dijo...

Manuel, me alegra mucho que todo vaya a pedir de boca. Te he mandado un correo. Besos

Manuel Cortés Blanco dijo...

Hola Ana-Anabel, hola Marga:
Como siempre, mil gracias por vuestros comentarios que sumo gustoso a esa pequeña gran colección de alegrías.
Nos seguimos leyendo; mil y una sonrisas.