jueves, 6 de septiembre de 2012

Adiós a Horacio Vázquez-Rial

De vuelta a casa, y aunque no tuviera la intención de reabrir este blog hasta el próximo lunes, he decidido plasmar unas líneas al saber del fallecimiento de Horacio Vázquez-Rial, escritor argentino a quien tuve el honor de conocer personal y literariamente a través de mi editorial. Periodista, historiador y novelista, finalista del Premio Nadal entre otros galardones, Vázquez-Rial no dejó nunca de transmitir. Y así lo hizo conmigo cuando compartimos autoría en aquella Microantología del Microrrelato II en la que ambos coincidimos.
Sea la lectura de su texto Aquel otoño del doctor Bovary, incluido en ese libro, mi sencillo homenaje para un gran maestro. Descanse en paz.

No es abril el mes más cruel. Es octubre. La existencia se agazapa como antes lo ha hecho la nada. Hay un pacto entre ellas, se turnan, se justifican mutuamente, pero no establecen pacto alguno con los hombres, que pueden morir en medio de la vida más espléndida o en el momento más triste de la ciudad. Mamá empezó a irse en octubre, aunque no se despidió hasta enero, cuando la miseria es más dura.
A Jeanne la enterramos en otoño. El doctor Bovary no era un gran médico. No voy a negar su buena voluntad, aunque hubiese preferido que la atendiese otro. Pero Jeanne siempre había querido que fuese él, ese hombre solitario del que, con el tiempo y por esos misterios de la comunicación, supimos que había vivido una tragedia con su mujer, que se quitó ola vida. Tal vez Jeanne abrigase alguna esperanza de recobrar la salud a su lado y ocupar su existencia. Hasta hacerse cargo de la niña, la pequeña Berta, a la que su padre cuidaba como buenamente podía.
Y algo debía de sentir Charles Bovary por Jeanne, porque veló toda la noche en la casa y después fue con nosotras al cementerio y lloró desconsoladamente. Quizá por ella, quizá por su propio fracaso como médico, quizá porque él también hubiese imaginado una madre para Berta. El corazón de los hombres no siempre es trasparente. El de Bovary no lo era. Supongo que lo oscurecía el dolor. 
Cuando dejamos a Jeanne en la tierra, él se marchó con su hija en un carruaje y nosotras elegimos regresar andando. Vinimos bordeando el bosque, por el paseo exterior. Aunque parezca insólito, nuestro grupo de mujeres de luto caminando en el anochecer no llamaba la atención. Había mucha gente y toda parecía tristísima, un tanto fantasmal a la luz pobre de las farolas de gas en la niebla.
Me asombra que hayan pasado casi veinte años de aquello. Ayer encontré en la calle a Berta Bovary, toda una mujer. Desde luego, me reconoció ella. Su padre murió hace tiempo, ella se ha casado con un hombre de Barcelona y piensan marchar a América, al sur, donde en octubre es primavera.

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